Francisco Cáceres Barrios
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Para ser sincero con mis pocos pero muy amables lectores, no me costó mucho escoger el título de este comentario, porque el término de calamidad engloba los de desgracia, adversidad o infortunio colectivo, sustantivos que muy a pesar de la buena voluntad de la gran mayoría de los guatemaltecos le ha venido ocurriendo en el pasado y más en los últimos tiempos a nuestra querida patria. Es que además de haber descubierto que desde los primeras hasta las últimas jerarquías de los tres organismos del Estado han estado viviendo en una corrupción jamás vista, también otros grupos o integrantes de nuestra sociedad han estado y seguramente seguirán estando inmersos en crímenes perversos y todo tipo de violaciones a las leyes que van, desde el tráfico de influencias, compra de voluntades, prósperas negociaciones y contubernios.

Cuando el guatemalteco se enteró de la resolución judicial en la que no se le retiraba al alcalde Arzú la inmunidad de que disfruta, las exclamaciones fueron de asombro e incredulidad pues jamás pasó por su mente que tuvieran los magistrados la desfachatez de argumentar que el ofrecimiento de “morongazos” a un sector de la población había sido en son de broma. Pero más enojo causó enterarnos que la fiscal a cargo de los delitos contra el ambiente haya contemporizado con los descarados y confesos taladores de una hermosa área verde de la zona trece de la ciudad capital, aduciendo que solo habían cortado 4.20 metros cúbicos de madera cuando constituye delito cuando pasan de cinco ¿Increíble verdad? ¿Exagero cuando califico a todo esto de calamidad?

Era de esperarse entonces que ello causara severos impactos en la mente de los guatemaltecos ¿qué otra cosa menor pudo haber causado cuando nos enteramos que dos féminas reclusas en una cárcel militar, además de pertenecer al Sistema Penitenciario del país, tranquilamente salen cada quince días, como Pedro por su casa, para estar con sus familias y de paso, poderse echar sus buenos tragos de bebidas espirituosas? Hay que tener muy en cuenta que por largo tiempo van a perdurar las terroríficas impresiones sufridas con la quema de reclusas en el Hogar Seguro y por los reiterados bochinches de Las Gaviotas.

Y así, entre masivos asesinatos como el del Hospital Roosevelt, transcurre la vida de un pueblo cansado de vivir atemorizado, en un constante padecer de desgracias, adversidades o infortunios sin que el actual gobierno por fin se decida a dar pasos seguros hacia el frente que permitan al menos guardar la esperanza de encontrar reales y positivas soluciones a sus problemas. De medidas paliativas o de echar la culpa de todo a los pasados gobiernos, de verdad, estamos hasta el copete.

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