Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Tras el dictamen de la Comisión de Finanzas del Congreso que rebajó el monto total del Presupuesto General de la Nación para el año entrante, los operadores políticos del presidente de la República están ya diseñando una nueva estrategia que es el calco de la que utilizaron anteriores gobiernos para pasarse por el arco del triunfo la potestad legislativa en materia de aprobación del plan anual de ingresos y egresos del Estado.

Ni lerdos ni perezosos, ante una rebaja que implica reducción dramática del dinero para invertir en el Micivi, donde se han cocinado históricamente muchos jugosos negocios con los mamarrachos a los que llaman obra pública, la estrategia, si no logran mandar al chorizo el dictamen de la Comisión de Finanzas, es no aprobar ningún presupuesto, dejando en vigor el actual para luego despacharse con la cuchara grande mediante las famosas transferencias que resultan más fáciles de implementar y que ahora, con la mayoría producto del pacto de impunidad que promovieron desde la mismísima Presidencia de la República, se facilitan al disponer de votos suficientes en el pleno de diputados.

La última elección fue, para algunos incautos, la oportunidad de escoger entre las viejas y mañosas prácticas de la vieja política de corrupción y una oferta nueva que se decía ajena a esos vicios. Sin mucho indagar, simplemente para repudiar el rostro visiblemente identificado de la vieja política, los ciudadanos que acudieron a las urnas se manifestaron encandilados por lo que entendían que era el cambio. Por ello es que en Guatemala se produjo, por primera vez posiblemente en la era democrática, un verdadero mandato en las urnas y el mismo era clarísimo y concreto. Había que cambiar el sistema y ese fue el encargo que la ciudadanía le dio al señor Morales.

Pero resultó que la jugada fue con Champerico, como se dice en las partidas de dados, puesto que el nuevo presidente le dio vuelta por completo al mandato y lejos de ser el líder de la construcción de un nuevo orden político en el que se establecieran mecanismos precisos para derrotar a los políticos tradicionales, resultó siendo un aventajado alumno de las lecciones que le fueron a dar a Casa Presidencial sobre la vieja política. Acogió sin rubor a los diputados tránsfugas más cuestionados y eso fue apenas el inicio de su transformación para dejar atrás, cínicamente, el eslogan de Ni corrupto ni ladrón.

Pero cuando vemos lo que se ha ido sabiendo de los vínculos entre su círculo de negocios y el gobierno pasado, nos damos cuenta que no hubo en realidad una transformación. No es que la vieja política atrapara al presidente, sino que su origen estaba precisamente en ella, en las prácticas como las del Registro de la Propiedad en sociedad con Anabella de León y en las prácticas de la Municipalidad de Mixco donde un concejal suyo hizo micos y pericos con Pérez Leal.

El pacto de la impunidad fue el abandono definitivo de cualquier careta y por ello ahora la trinca infernal de Gobierno, Congreso y Cortes, nos harán la vida a cuadros.

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