Juan Antonio Mazariegos G.

Las recientes elecciones en EE. UU. y los sorprendentes resultados de las mismas que no fueron visualizados por la encuestas, han derivado en manifestaciones de los ahora sorprendidos norteamericanos que afirman que no conocían el país en que vivían ni a las personas que son sus conciudadanos. Estas manifestaciones se han convertido también en el vehículo para trasladar los calificativos peyorativos que se vertían en la campaña hacia Trump, en descalificaciones hacia sus votantes y ahora estos son misóginos, racistas, ignorantes, elitistas, xenófobos, etcétera, en una descalificación que se ha puesto de moda y que a mi juicio resulta injusta pues omite las otras posibilidades: que los votantes de Trump prefirieron su propuesta, no eran vecinos de las grandes ciudades, no se habían beneficiado del crecimiento económico de EE. UU., no eran parte del aparato de campaña de ninguno de los partidos, no tenían acceso a los medios de comunicación para expresarse, no confiaban en Clinton o simplemente no eran cantantes o artistas que podían hacer saber sus preferencias gracias a los medios de comunicación de los que disponen ellos u otros de los que abiertamente apoyaban a la candidata demócrata.

Alrededor de lo que se ha denominado el voto oculto y que es un fenómeno que no es exclusivo de esta elección, pues sucedió también en Colombia en el rechazo al acuerdo de paz FARC – Gobierno y en Inglaterra con el BREXIT, se tejen ahora historias casi como calcadas, triunfó el miedo, la ignorancia, la exclusión, el populismo, etcétera, como si no existiera la posibilidad de disentir de aquello que la mayoría que se expresa o comenta ha tomado como “lo correcto”.

Democracia sin derecho a disentir no es democracia y lamentablemente las campañas electorales, muy especialmente la norteamericana, dejaron de ser una vitrina para lucir y contraponer proyectos de gobierno, para convertirse en una guerra de descalificaciones, las cuales incendiaron las pasiones de los norteamericanos, que ahora los políticos, demócratas y republicanos, por fin unidos, son incapaces de apaciguar.

Entiendo que lo mismo va a suceder en Guatemala, nos aprestamos a enfrentar una consulta popular en donde la comunidad internacional, el aparato estatal y otros expertos, descalifican ya a todo aquel que quiera disentir de lo que ellos consideran lo mejor. Oponerse a la desarticulación de nuestro sistema de justicia o simplemente no estar de acuerdo en la propuesta de modificación, implica para los descalificadores ser casi cómplice de aquellos que pisotearon la ley y se aprovecharon de ella, implica ser racista, excluyente y estas expresiones terminarán haciendo que muchas personas no levanten su voz en contra de aquello que la mayoría de quienes se expresan consideran políticamente correcto. Sin embargo, en la soledad de la urna también hay un medio de expresión y puede ser para tomar una decisión distinta, con un voto que tiene el mismo valor que el de cualquiera.

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