Eduardo Villatoro

Desde niño, al abrigo de mi madre y teniendo de vecinos a familias de campesinos indígenas y mestizos, fui empedernido optimista, persuadido por los consejos cotidianos y el ejemplo de Mamá Limpa, cuyo recuerdo de maestra rural me acaricia constantemente, porque en medio de muchas limitaciones siempre insistía en que el Todopoderoso (de quien me alejé en mi juventud) nunca nos abandonaría y que donde yo anduviere estaría bajo su protección y podría encarar con valor toda circunstancia, por adversa que fuera.

Sin embargo, durante las semanas recientes ese natural estado de ánimo como que se fue debilitando por las consecuencias y secuelas del accidente que sufrió mi mujer, en franca recuperación bajo los cuidados y atenciones de médicos y enfermeras del hospital El Ceibal, del IGSS, en lo que se refiere a mi entorno familiar; pero en lo que concierne a los acontecimientos de indistinta naturaleza que ocurren en el país han influenciado para que me una a los guatemaltecos que perciben un futuro desconcertante para esta nación y sus habitantes, como consecuencia de la diversidad de decisiones adoptadas por altos funcionarios gubernamentales y sus comportamientos que contradicen las declaraciones en que divagan; la conducta de numerosos diputados del Honorable, que han perdido la noción de la decencia y la supuesta representatividad que ostentan; resoluciones judiciales que nos dejan perplejos y con la idea que en un momento desafortunado uno podría ser víctima de sentencias ajenas a principios jurídicos, éticos y morales de parte de jueces y magistrados; sin omitir el sádico, malvado y perverso proceder de individuos de cualquier clase social, etnia o escolaridad que agreden violentamente, con saña y envilecimiento a sus víctimas, generalmente mujeres, niños, jovencitas y ancianos.

Podría citar multitud de ejemplos de esas depravaciones atribuidas con concretas evidencias a sujetos que ejercen todo tipo de autoridad o que están sumergidos en la amplia y enmarañada red de la cruel delincuencia; pero es imposible enumerar los casos más sonados, desvergonzados y truculentos que pareciera que están encalleciendo la conciencia de sumisos, resignados y fatalistas compatriotas, que aunque amargados y frustrados de cara a las condiciones en que se desarrollan los sucesos y del riesgo cotidiano a que se exponen en su diario vivir, son incapaces de agruparse para sumar indignaciones y levantarse en cívica y pacífica protesta, no para provocar una revolución que sustituya por completo este anquilosado y execrable modelo político, económico y social, sino, por lo menos, para renovar el agotado sistema que nos hunde a la mayoría de guatemaltecos que no formamos filas en partidos políticos, castas oligarcas, bandas de delincuentes, cual grupos de gigantesca gavilla que nos conduce a un devastador futuro y que tiende a empujar al abismo a nuestros hijos y nietos.

(Con mi amigo Romualdo Tishudo y entre tanta ignominia vemos en un diario impreso la fotografía del depravado excatedrático universitario Juan José Cano Herrera, acusado de violar en su casa de Quetzaltenango a una indefensa niña de dos años de edad, hija de su conviviente, y quien fue condenado a 24 años de prisión. ¡Qué infamia!).

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