Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

“He realizado muchísimas confirmaciones –dijo el Obispo– y a veces confirmo grupos pequeños como éste, otras veces grupos de doscientos o trescientos y en ocasiones me corresponde administrar el Sacramento a más de mil jóvenes. Sin embargo –agregó– veo que Guatemala no cambia”. Dolorida y fundada queja de un sacerdote que entiende que cuando un católico se confirma en su fe, asume un compromiso no sólo para trabajar para su salvación personal, sino para ser en el mundo sal y luz que proyecte a los demás esa visión de respeto a la dignidad intrínseca del ser humano que se adquiere simple y sencillamente por el hecho de que todos somos hijos de Dios.

Y es que dijo monseñor Mendoza que necesitamos ser coherentes en nuestra vida y que lo que se vive y siente en la práctica religiosa en la iglesia, tenemos que proyectarlo todos los días en nuestra vida en el trato con nuestros semejantes cuando abandonamos el templo. No podemos salir de la Iglesia a ser malos empleados o malos patronos ni podemos salir a continuar con nuestras prácticas de discriminación o desprecio a otros seres humanos. Mucho menos, dijo, salir de aquí a vivir como políticos o ciudadanos corruptos que nos adueñamos de lo que no nos corresponde.
Una reflexión realmente profunda porque existe una notoria incoherencia entre la vida de quienes nos confesamos católicos y seguidores de la enseñanza de Cristo porque somos muchos los que asistimos a misa regularmente y nos consideramos practicantes, pero nuestra vida no se proyecta de manera que podamos sentir que estamos siendo, como dijo monseñor Mendoza, sal y luz para un mundo que cada día requiera más de vidas que sean testimonio de una fe que nos reclama compromiso que debemos cumplir con alegría y sensación de que estamos en realidad proyectando a los demás una visión distinta de la vida.

No podemos ser coherentes como cristianos confirmados en nuestra fe si avalamos o nos hacemos los babosos cuando vemos que el país es saqueado mediante prácticas de corrupción que se han enraizado ya no sólo en el sector público, sino con complicidades en el sector privado. No podemos ser coherentes ni estar comprometidos si vemos que en un país como el nuestro campea la impunidad y que lo mismo el que viola las normas de tránsito como el que asesina a alguien o se roba los bienes esenciales para combatir la pobreza de nuestro pueblo, andan tranquilos porque las leyes no se aplican jamás.

Duro reto el que lanzó el Obispo no sólo a los jóvenes que se confirmaron el sábado y a los muchos que confirmó y ha de confirmar. Es un reto también para nosotros, los más viejos, que tenemos que entender que ser cristiano y ser católico es en verdad exigente.

Artículo anteriorEl galán de las carreteras hace su cachita
Artículo siguienteUrgente, esta semana