Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Por esos azares del destino, el pasado viernes a mediodía me tocó ser testigo de una tragedia. Las sirenas de bomberos que se detuvieron frente a mi vivienda me hicieron asomar al balcón para averiguar qué estaba ocurriendo y vi a los Voluntarios correr dentro de una obra en construcción hasta llegar al punto donde yacía un cuerpo. Inmediatamente, los socorristas trataron de auxiliar a la víctima, pero en el instante se dieron cuenta de que no había nada que hacer porque había caído desde una gran altura y estaba ya sin vida. La impresión que causa una situación de ese tipo es tremenda y obliga a pensar en lo frágil que es la existencia y cómo, en un segundo, se puede perder la vida.

En cuestión de muy pocos minutos todo el personal de la obra, muchas decenas de albañiles, recibió la instrucción de abandonar el edificio y fueron saliendo, silenciosos, para formar grupos en la calle donde era evidente que hablaban de la tragedia que acababa de ocurrir y se compartían información sobre el suceso, para luego dispersarse silenciosamente. Los bomberos cubrieron el cadáver y, como procede en esos casos, se pusieron a esperar el arribo de los investigadores del Ministerio Público que, como corresponde, deberían supuestamente determinar la causa de la muerte de ese pobre trabajador.

Le comenté a mi esposa que sería una larga y desesperante espera porque con ese tipo de víctimas el MP no tiene mucha prisa. Y en efecto, poco antes de las cinco de la tarde aparecieron los funcionarios vistiendo esos chalecos distintivos y empezaron a procesar la escena. Durante una hora estuvieron trabajando junto al cadáver, escribiendo el acta respectiva y a cada poco volvían la vista hacia arriba, supongo que tratando de establecer de dónde había caído el cuerpo. En esa construcción es costumbre que, todos los días del año que va, cuando empieza la penumbra, se enciendan las luces de las gradas que aún no están cubiertas y que llegan a los veinte o más pisos de la construcción. Esa noche, en cambio, no se encendió ninguna luz y ningún miembro de la Fiscalía a cargo de la “investigación” pensó siquiera en subir a establecer de dónde, mucho menos por qué, había caído el pobre trabajador.

Entrevistaron a algunos personeros de la constructora, envolvieron el cadáver para llevarlo a la morgue y se acabó el procedimiento. Yo supongo que fue un terrible accidente, pero estimo que si un ente encargado de la investigación llega al lugar donde está un cuerpo inerte y sin vida, lo menos que deben hacer es tratar de determinar qué fue lo ocurrido. A estos fiscales eso les importó un pepino porque no dieron ninguna muestra de querer esforzarse a subir por las escaleras para determinar cómo fueron los hechos. No pudieron entrevistar a ningún testigo porque todos fueron despachados a sus casas al mediodía, tras la llegada de los bomberos, lo que me hace suponer que el caso no fue realmente investigado.

Era la vida de un ser humano. Pudo ser un accidente, un suicidio o un crimen, eso nunca se sabrá, porque los encargados de la investigación no movieron un dedo para averiguarlo y les bastó lo que dijeron los constructores. Y ese es el Ministerio Público del que tanto presume doña Consuelo…

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