Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Tranquilos por la indiferencia de la población ante el descarado saqueo que se hace de los recursos públicos, el único tema que preocupa a quienes gobiernan es la expresa preocupación de la comunidad internacional ante el incremento de la corrupción y la ruptura del Estado de Derecho. Y por ello ahora el tema de la soberanía, que todos sabemos cuán relativo es, se vuelve a esgrimir al punto de comparar al gobierno de Guatemala con el gobierno de Volodímir Zelenski, el gobernante ucraniano que se ha ganado la admiración mundial por su determinación de plantarse ante la invasión del corrupto gobierno de Putin, ese con el que Giammattei hizo el millonario negocio de la inútil y nada confiable vacuna Sputnik V.

Ya el año pasado el gobierno de Biden había dado muestras de su postura respecto a vincular la migración con la corrupción que le roba oportunidades al pueblo de Guatemala y el viaje de la vicepresidenta Kamala Harris no dejó dudas. Aún así, cuando se trató de recibir donaciones de vacunas se abrieron los brazos y poco importaron las quejas y reclamos norteamericanos por la corrupción. Pero la presencia del Embajador Popp en un proceso penal público, al que han asistido quienes presionan a los jueces para que procesen a la jueza Aifán, ha desatado un vendaval no sólo con las arrogantes declaraciones de Giammattei, sino con el sólido respaldo que ha recibido de la alta cúpula empresarial del país.

Si el problema de la corrupción se quedara en nuestras fronteras y no tuviera ningún efecto para ningún otro país podríamos alegar la soberanía para exigir que nadie se quiera meter a señalar las acciones indecentes que se vuelven práctica común, parte de nuestra cultura, como dijo cínicamente Jimmy Morales. Pero resulta que el problema va más allá porque no sólo se roban el dinero sino se roban hasta la esperanza de un pueblo que no recibe nada porque ya nadie vela por el bien común por lo entretenidos que están recogiendo el dinero de las mordidas.

Y quienes pagan el pato se van a Estados Unidos de manera ilegal porque han visto que allá pueden recibir una adecuada compensación por su esforzado trabajo, cosa que no ocurre en un país donde no puede haber inversión sana porque la corrupción se ha extendido por todos lados. El tema migratorio es un problema para Estados Unidos y, como haría cualquier país que sufre una invasión de migrantes, se preocupan por ver qué está ocurriendo, por qué es que la gente se tiene que ir, lo que les hace entender el impacto que tiene la corrupción en nuestro país y las consecuencias para ellos.

La soberanía es importante en las relaciones internacionales, pero no se puede esgrimir como escudo para la comisión de abusos, ilegalidades y persecuciones que se cometen en el marco de una corrupción desmedida que, además, maniobra legalmente para asegurar impunidad.

Cierto es, sin embargo, que mientras nuestra sociedad no reaccione ni se proponga ponerle remedio al problema, lo más que vendrá son sanciones que, a lo sumo, llegarán en algunos casos a repetir el ejemplo de Juan Orlando Hernández o a decretar la imposibilidad de visitar a Mickey Mouse.

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