Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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La teoría del filósofo gobernante (como Platón, tan admirado por nuestro homenajeado) afirma que para que un Estado sea justo, acabe con los males de la humanidad y nos permita desarrollar una vida armoniosa, debe estar gobernado por filósofos; puesto que sólo ellos son capaces de conocer el Bien y decidir con justicia. Platón considera que el filósofo es el hombre capacitado para gobernar porque ha logrado incorporar su conocimiento de manera integral a su vida. Y esto hizo Juan José Arévalo.

Patón fue antes que nada un pedagogo genial y esto lo sabía muy bien el Dr. Arévalo mediante los estudios de pedagogía, ciencias de la educación y filosofía que realizó en la Argentina que, por aquel entonces, era uno de los países más prósperos del Hemisferio  no sólo en lo económico sino en lo intelectual; con escritores de la talla de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Alfonsina Storni o Silvina Ocampo y su hermana Victoria: díada fraternal de inmenso mecenazgo.

Acaso en sus sueños más recónditos Arévalo Bermejo tuviera la intuición de que alguna vez podría ocupar la Presidencia de su país, mientras caminaba lentamente por Chacarita o Recoleta o tomaba un inmejorable café italiano en una concurrida avenida de Buenos Aires. Y por eso escogió la carrera de Filosofía y Letras (nombre de la facultad) pues tenía la seguridad de que sólo el filósofo puede, debe y está capacitado para gobernar, tal y como lo había leído en La República de Platón, en el apartado que corresponde a la concepción del filósofo gobernante que Platón diseñó con esplendor en su regia y pedagógica República democrática.

Además, Arévalo leía a profundidad y con entrega absoluta la “Antología Pedagógica de Platón”, editada por Luis Fernández, libro en el que aparecían los pasajes más destacados del ateniense pensador y donde el futuro presidente de Guatemala se sumergía para convencerse de que es el mejor de los hombres (como dice Aristóteles) de la ciudad, el que debe comandar a los ciudadanos, que deben seguirlo con fidelidad y entrega convencidos de sus virtudes intelectuales y cívicas. Porque si el mejor debe ser el comandante -y éste es el filósofo- es porque el filósofo gobernante posee las virtudes indispensables para consumarlo: intelecto distinguido y notable e incorruptibilidad a toda prueba, esto es, renuncia a todos los bienes materiales sin avaricia y esperar -por tanto- sólo lo necesario e indispensable para vivir. En términos actuales, un José Mujica que podría ser hoy el ideal de gobernante de Platón y Aristóteles y acaso de Rousseau y el “Emilio”, novela pedagógica que yo daba a leer a todos mis estudiantes de “Siglo XVIII de Europa”

El tiempo corrió y un destino ya prescrito como todo lo que es destinado, dispuso que Juan José Arévalo ocupara la Presidencia de la República de Guatemala cuando -de pronto- se encontraba enseñando Pedagogía (y la teoría del filósofo como gobernante) que había aprendido en antiguos tratados y mediante todas las materias que cursó para alcanzar su pródigo y liberal doctorado, cuando se le reveló el hado y lo llaman para ser el Candidato Blanco.

Por disposiciones de un sino generoso Juan José Arévalo fue convocado –casi por casualidad- y destinado a ocupar el solio de su país. Sí, él, Arévalo, el que se había preparado en Argentina para alcanzar las cumbres de la Pedagogía, la Educación y la filosofía que le permitieron ser un filosófico gobernante que -por sus virtudes- había tocado el sentido de lo incorrupto, es decir de la imposible entrega a la corrupción y la impunidad y, en cambio, la posesión de proyectos que hicieran del hombre guatemalteco un ser humano menos desgraciado y en cambio más integral y feliz.

Todas estas virtudes y perfiles sobre el filósofo-gobernante contemplados en las líneas de arriba y aplicados a Arévalo Bermejo, lo convierten en un Presidente de América (irrepetible y singular) capaz de concebir y planificar las siguientes instituciones de la nación que veremos más adelante, en la siguiente entrega.

Continuará.

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