Imagen Ilustrativa. Foto: La Hora/Vía Infobae

Hace un año aproximadamente apenas despuntaban los primeros rayos de sol para alumbrar el altiplano de Tecpán cuando Juan Carlos, con su mochila al hombro, se despidió de sus padres y de las calles chimaltecas que lo vieron crecer. Una travesía de un mes esperaba al joven, quien estuvo dispuesto a enfrentar hambre, largas caminatas, crimen organizado y desiertos desconocidos con tal de alcanzar el tan anhelado “sueño americano”.

La historia de Juan Carlos es solo una de las miles de anécdotas que albergan las fronteras. Historias que tienen un propósito en común: mejorar su calidad de vida y la de sus familias.

El guatemalteco relató para La Hora las dificultades que vivió en su viaje hacia los Estados Unidos, por seguridad su nombre ha sido modificado.

“El motivo del porqué yo tuve que migrar a este país fue porque la vida allá en Guatemala, pues nos costaba salir adelante en la economía, uno veía que otros salían adelante y pues uno también anhelaba eso desde lo más profundo de su corazón. Anhelaba obtener una mejor economía para mi persona y para mis padres”, contó el joven.

BUSCAR UN “COYOTE” DE CONFIANZA

US$20,000 (unos Q156,807) es la cantidad de dinero que Juan Carlos se comprometió a pagar para poner pie en el país norteamericano. Más allá del costo económico, encontrar a un “coyote” o “pollero” de confianza fue la prioridad del joven y su familia para asegurar que terminara el trayecto con vida.

“Tuvimos que buscar a una persona recomendada para hacer el paso, porque tampoco nosotros íbamos a optar por una persona que quizás no sabíamos si era un paso seguro o si a mitad de camino nos iba a dejar. La confianza siempre la pusimos en Dios, pero también confiamos en la persona en que lo lograríamos y así fue”, detalló.

Según el joven, el “coyote” ya tenía “todo arreglado” para que el grupo de migrantes cruzara. En el camino de Guatemala hacia México paraban en bodegas, ranchos o descansaba en la intemperie.

Una vez ubicados en el país vecino, el grupo, en ese punto de casi 80 personas, salió en tres buses estilo pullman. A Juan Carlos le tocó irse en el compartimiento de equipaje.

EL TERROR DE LOS CÁRTELES

“Nos tocó toparnos con los cárteles y en ese momento, cuando llegaron estas personas, verlos con el arma era un terror. No sabes si vas a salir vivo o no”, detalló.

 

De acuerdo con Juan Carlos, tras toparse con el crimen organizado en su trayecto, el “coyote” se comunicó con los miembros del cártel. Tras concretarse dicha comunicación el cártel no actuó en contra del grupo, “al contrario, ellos nos iban a comprar la comida”, agregó.

Una noche pasó el grupo de migrantes siendo custodiado por el cártel. Al amanecer la organización trasladó a las personas a otra área y estos continuaron su camino hasta llegar a Sonora, donde pasaron una semana escondidos en una bodega a espera de adentrarse al desierto sonorense y un paso más cerca del “sueño americano”.

EL CALOR Y DESOLACIÓN EN EL DESIERTO

“Cuando llegamos al desierto pasamos dos noches ahí, pasó el primer grupo y a ellos lamentablemente los agarraron. Al siguiente día nos tocó salir a nosotros, nos sacaron de dos en dos”, ilustró.

 

Junto con su compañera asignada, Juan Carlos recorrió el desierto aferrado a las instrucciones que el guía les había explicado una noche antes en la bodega.

“Nos enseñaron esos puntos que teníamos que ver, cuando fuimos al desierto vimos los puntos y luego caminamos como 20 minutos. Escuchábamos a los de migración hablar, veíamos al helicóptero como pasaba y nosotros asustados”, agregó.

Entrada la noche, el joven y su compañera pararon para dormir asustados por ser encontrados por las autoridades, pero también por los ruidos de los coyotes (animales) que los iban rodeando.

Varias personas emprenden viaje en búsqueda de mejores condiciones de vida. Foto: La Hora

Juan Carlos apenas pudo pegar el ojo por unos 30 minutos. “Cuando desperté a las cuatro de la madrugada ya no había nada, ya solo el aullido de los coyotes quedaba y migración ya se había ido”, agregó.

Fue entonces cuando la pareja continuó su camino hasta reencontrarse con sus demás compañeros. El grupo, en ese momento de ocho personas, fue recogido en un vehículo.

“En nuestra mente estaba que eso ya era el final, pero no fue así. Montamos el carro, estuvimos media hora, y luego nos tocó caminar por otro desierto. No habíamos dormido nada, en ese rato uno sentía que ya no tenía fuerza”, aseveró.

LA RECTA FINAL

Tan solo unos cuantos minutos separaban a Juan Carlos de su propósito, minutos que en su cabeza se sentían como horas infinitas.

“Uno sentía que ya no podía, pero en la mente estaba lo que uno había prometido cuando salió de su casa, en la mente estaba mi familia, la promesa de Dios en mi vida”, relató.

Un par de kilómetros en el desierto fueron la recta final para el guatemalteco. El grupo caminó hasta el anochecer, sin saber la hora ni el día. Al llegar a un punto apodado como “El Levantón”, el guía llamó a otra persona para que los recogiera y finalmente el grupo se subió al último vehículo del recorrido.

“Fue como media hora de ese lugar para Arizona, pero se sintió una eternidad porque estábamos uno sobre otro. Ya solo nos dábamos ánimos con los compañeros. Ya en Estados Unidos nos llevaron a una bodega, cuando llegamos agradecimos a Dios porque logramos pasar todo eso”, detalló Juan Carlos.

HAMBRE Y CANSANCIO POR UN FUTURO MEJOR

Para Juan Carlos, migrar de forma irregular se convirtió en una experiencia que marcó su vida. Al recordarlo se da cuenta de lo mucho que aguantó, de las horas en buses, de pasar la noche en lugares desconocidos, de pasar días alimentándose con una galleta, una manzana y con sorbos de agua.

Una vez en Arizona, el guatemalteco emprendió el viaje a Los Ángeles y luego a Nueva York, donde se encuentra actualmente trabajando de lunes a sábado para costear su vida, pagar lo que aún debe por el viaje y especialmente para enviar sustento económico a sus padres en Tecpán.

“No pasó mucho tiempo para conseguir un trabajo, llegamos con personas que nos echaron la mano. No tuve una mala experiencia al llegar acá a este país. Uno toma esta decisión porque la vida en Guatemala es algo difícil, esto es un pedazo de mi historia, un pedazo de la vida de un inmigrante”, concluyó Juan Carlos.

REMESAS: EL SALVAVIDAS QUE NOS MANTIENE A FLOTE

Según las autoridades del Banco de Guatemala (Banguat), en la última década el envío de remesas familiares ha mostrado un “crecimiento tendencial de largo plazo”. Los datos muestran que el dinero que los compatriotas envían al país no ha dejado de crecer de forma consecutiva cada año.

 

Del 2013 al 2022 el ingreso de remesas se triplicó, pasando de US$5,105.2 millones a US$18,040.3 millones, es decir un crecimiento de 253.4% en los últimos diez años.

De acuerdo con Álvaro González Ricci, presidente del Banguat, las remesas incentivan el consumo privado dentro del Producto Interno Bruto (PIB), representando un peso del 19%.

Por su parte, Alfredo Blanco, vicepresidente del Banguat, ha remarcado que “son un fenómeno permanente” y un puntal de la economía guatemalteca, ya que favorece el consumo, la recaudación tributaria y el nivel de Reservas Monetarias Internacionales. Mientras que en el aspecto social también ayuda a familias como la de Juan Carlos a ostentar una mejor calidad de vida.

PREVISIÓN PARA 2023

Este 2023, las autoridades estiman que las remesas seguirán creciendo, pero no a los niveles de los años anteriores, sino en un eje central de 7.5% y con un acumulado de US$19,402.6 millones.

Para economistas consultados en la nota:Remesas con aroma a sangre, sudor y lágrimas, es el aumento del flujo migratorio de guatemaltecos a Estados Unidos uno de los factores que ha incentivado el crecimiento de las remeras en la última década.

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