Imagen: Alejandro R./La Hora
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CUENTO

Gedeón y sus Milk Sheiks

Víctor Muñoz

—Mirá —me dijo Gedeón, mientras ponía una cara de inmensa alegría y satisfacción—, te invito a tomarnos un milk sheik a la cafetería del chino de la 15 calle.

Como yo no tenía nada qué hacer, y además ya bastantes veces me había hablado de lo deliciosas que eran los milk sheik de la cafetería del chino de la 15 calle, le acepté el ofrecimiento.  Solo entré a avisarle a la tía Toya que iría a hacer un mandado, pero está claro que no le dije con quién, porque bien sabido lo tengo de la mala disposición que le tiene a Gedeón.  Y no deja de tener razón, ya que éste, aun cuando es buena gente e inofensivo, a veces comete estupideces y la gente se enoja.  La tía Toya me pidió que tuviera cuidado y que no fuera a regresar muy tarde.

Imagen: Alejandro R./La Hora
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—Por los ladrones, mijo —me dijo.

Entonces tomamos camino con Gedeón hacia la cafetería del chino.  Durante el trayecto no paró de ensalzar lo deliciosos que eran los milk sheik del chino; que él iba al restaurante por lo menos una vez cada semana, que cada vez que podía se lo recomendaba a sus amigos, que el ambiente era de lo más agradable y en fin, que el lugar era una verdadera maravilla.

Luego de haber caminado las cuadras que nos separaban del lugar, llegamos a la cafetería del chino.  El ambiente era como el de cualquier otra cafetería de chinos.  Había gente tomando cerveza y conversando sus cosas, una rocola sonaba con una música que se llama reguetón y que a mí no me termina de convencer, pero a la gente le gusta y pues cada quien que se divierta como crea conveniente, ¿verdad?

Encontramos una mesa que, para mi fortuna, quedaba un tanto lejos de la rocola, pero aun así, la música no permitía hablar cómodamente.  Y no solo nosotros, sino todos los parroquianos hablaban a gritos.  El ambiente me pareció poco cómodo, pero Gedeón estaba feliz.  De pronto se apareció una muchacha a tomarnos la orden, y de manera más que ceremoniosa, Gedeón le ordenó que nos sirviera dos milk sheicks.

—¿Algo más? —preguntó la muchacha.

Gedeón me preguntó si yo deseaba alguna otra cosa, pero yo no deseaba nada.  Es que de pronto había llegado a la conclusión de que el lugar no me gustaba.  Los gritos, la música, el piso un poco sucio y en fin, no me sentía cómodo, pero Gedeón estaba contento.  Mientras nos llevaban nuestra orden me comenzó a contar sobre su nuevo negocio, que consistía en vender frazadas por abonos.

—Porque tenés que saber que la gente compra frazadas todos los días.  Uno no lo creería porque dijéramos que vos comprás una frazada y te sirve para toda la vida, pero la gente como que se las come o las usa de trapeador o a saber qué es lo que hacen, pero siempre están comprando frazadas.

Y en esas estábamos cuando nos llevaron nuestra orden de milk sheiks.  

—Ahora va a saber lo que es bueno —me dijo, lleno de una felicidad que le salía por todos los poros.  Por medio de una pajilla me comencé a tomar mi bebida y la verdad es que estaba sabrosa.

—¿Ya viste que te lo dije? —me dijo a gritos.

Le respondí que sí, que estaba bueno el asunto.  Y en esas estábamos cuando noté que mientras se tomaba su bebida, hacía un gesto de desagrado.  Le pregunté cuál era el problema y me respondió que cuando estaba succionando el líquido con su pajilla, de pronto como que ya no pasaba el líquido; sin embargo, cuando esto ocurría sencillamente soplaba la pajilla y el líquido continuaba pasando.  Y el problema le ocurrió cuatro o cinco veces hasta que, entre plática y plática nos fuimos terminando nuestros milk sheiks.  Para su sorpresa, cuando ya no hubo más líquido, Gedeón pudo comprobar que el motivo por el que su bebida no fluyera con comodidad era porque una mosca venía ahí adentro.

—¡Una mosca, vos…! —me dijo, poniendo cara de desconsuelo.

—Pues sí —le dije—, una mosca.

Durante un momento nos quedamos pensativos y yo un tanto apenado; sin embargo, luego del mal momento Gedeón volvió a su compostura.

—Pero no todas las moscas son sucias, ¿verdad vos? 

—Pues claro que no —le respondí, tratando de hacerlo sentir bien—, claro que no, hay moscas que son bien limpiecitas.

En esas estábamos cuando pasó por ahí la muchacha que nos había atendido.  De inmediato Gedeón le hizo ver lo que había ocurrido.

—Qué raro —dijo ella—, ha de haber caído cuando yo traía los vasos…

—De plano que sí, no tenga pena —le dijo Gedeón.  Le pagó la cuenta y nos fuimos.

Imagen: Alejandro R./La Hora
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Ya viniendo de regreso, y para que se sintiera bien le dije que le agradecía mucho la invitación, que verdaderamente estaban buenos los milk sheiks y que cualquier día nos poníamos de acuerdo para ir nuevamente a la cafetería del chino de la 15 calle.  Y se lo dije para que no se sintiera mal, pero yo más creo que mejor no.

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