Mata Estrada
La profesora dejó enseñanzas entre muchos guatemaltecos que la conocieron. Foto: Cortesía.
Por: Ana Lucía Rodríguez Reyes

 

Hasta 2020, las aulas de la Escuela Emilio Arenales Catalán, en el popular municipio de Villa Nueva, albergaron las clases de la maestra María Guadalupe Mata Estrada, la querida “Seño Lupita”. Fueron 53 años de servicio. El 7 de agosto de 2023, culminó la vida de esta ejemplar educadora guatemalteca, por lo que recordamos su legado a la enseñanza. Seño Lupita nació el 7 de mayo de 1944, año de la Revolución del 20 de Octubre, en la Ciudad de Guatemala; en el hogar del reconocido humanista guatemalteco, José Mata Gavidia, y la maestra betlemita, Elena Estrada. Seño Lupita fue, además, bisnieta del ilustre escritor salvadoreño, Francisco Gavidia. Sin duda, su hogar estuvo rodeado de lecturas, cuentos, versos y amor a la literatura, el cual ella también cultivó a través de su poesía.

Semblanza de vida de una maestra guatemalteca

El hombre de la tarde
no es como el del alba,
ni el de la media noche.
claro oscuros de piel
abren el firmamento
en un dolor
que canta madrugadas
y en un pensar
que murmura penumbras.

 

La vocación de seño Lupita por enseñar comenzó desde pequeña, en las aulas del Liceo Francés, donde estudió hasta graduarse como Maestra en Educación Primaria, en octubre de 1962. En cuanto aprendió a leer y a escribir, sus primeros alumnos, según seño Lupita, fueron sus pequeños hermanos y la ama de llaves del colegio, “Lolita”, a quien le ponía planas y guiaba en la lectura.

Graduada ya de maestra, seño Lupita comenzó su labor en varios colegios privados de la Ciudad Capital. Combinaba su tiempo entre dar clases y estudiar en la Universidad de San Carlos de Guatemala, primero Medicina, y luego la carrera de Letras. Pero en sus propias palabras, en aquellos colegios enseñaba a niños que “todo lo tenían” y, por ello, “no veía el producto de su trabajo”. Así dispuso llevar sus enseñanzas a donde eran más necesarias y convertirse en maestra rural, en el sector público.

Mata Estrada
Seño Lupita y sus alumnos de quinto primaria en la Escuela Emilio Arenales Catalán en 1985. Foto: Cortesía / Patricia Palomo.

Contaba seño Lupita que batalló por obtener su nombramiento como maestra de grado, debido a la burocracia característica del sector oficial. Pero su ímpetu fue más grande, solicitando su nombramiento personalmente con el ministro. Así fue como, en 1967, finalmente lo recibió ¡un sábado!, en el mismo Palacio Nacional de Guatemala, en manos del entonces viceministro de Educación, Félix Hernández Andrino. En aquellos años, los maestros no decidían donde impartirían clases, se les era asignada una escuela en la cual ejercerían su labor. A seño Lupita se la envió a la “Escuela Nacional Rural del barrio de El Calvario”, antiguo nombre de la escuela, en el municipio de Villa Nueva. La Escuela había sido inaugurada un año antes por el ministro de Educación, el recordado doctor Carlos Martínez Durán, y fue construida durante el gobierno del presidente Julio César Méndez Montenegro.

Un 13 de febrero de 1967, marcó el primer día de labores de seño Lupita en El Calvario. Se hizo cargo del primer grado de primaria.

La Villa Nueva que encontró fue la de un municipio con muchas carencias económicas y sociales, pero llena de muchos niños deseosos de aprender. Ese 13 de febrero, recuerda seño Lupita que la esperaba una enorme fila de niños para inscribirse al primer grado. En total, su aula estaba integrada por 135 alumnos, sí, 135 niños. Regresó a su casa y entre lágrimas pensó renunciar, porque sintió que la tarea era simplemente abrumadora. Pero se dijo así misma, que mañana los niños esperaban a su maestra y que ella no les podía fallar. Al día siguiente organizó a sus estudiantes en dos grupos y trabajó con ellos durante todo el año escolar. De ese grupo, recordaba con mucho cariño a “Motolita”, un niño que padecía una alergia severa, y que la ayudó mucho durante ese complicado año. Esta estrofa de su poema “Del Rumor a las sombras” describe bien su sentir de aquel entonces, de su escuela y el pueblo de Villa Nueva.

Todos vamos sin nombre, innominados.
Furtivos ocupantes de un espacio
donde todos son nadie o son silencio;
imprecisos, ausentes, inventados.
El tiempo nos recorre en la inconsciencia
– en el desierto, la ciudad y el valle-
Y el niño es viejo al cruzar la calle
Y el anciano retorna a su inocencia.
Un vértigo se astilla en el espejo.
todos los rostros van esfumados,
inconclusos, herméticos, callados.
Y al final ¡nada!
Rostros reflejos, sin presencia,
todos iguales, es así su esencia.

 

Así comenzó una relación muy especial entre seño Lupita y el primer grado de primaria, que impartió 15 veces a lo largo de todos sus años de servicio en la escuela. Para ella, “el éxito más grande de un maestro es el primer año”, es decir, la alegría de ver a un niño aprender sus primeras letras y el amor por el conocimiento.

No cabe duda de que, durante esos 53 años, hubo momentos de dificultad y retos muy grandes. Seño Lupita recordaba especialmente la calamidad del terremoto del 4 de febrero de 1976, que dañó no solo las instalaciones de la escuela, sino también las viviendas de sus alumnos. Para esa oportunidad, todas las maestras de la escuela visitaron las casas de los niños. Allí, como decía seño Lupita, pudo comprobar la pobreza en la que vivían sus alumnos. También el Huracán Mitch, en 1998, provocó serios daños a la escuela y afectó de gran manera a los estudiantes.

Pero también hubo momentos de alegría, como lo fue la participación de sus estudiantes en los Juegos Infantiles de Atletismo, en Cobán, allá por los años 80. Recordaba seño Lupita que entrenaban en el estadio de Galcasa y que para financiar sus uniformes realizaron un “baratillo”. A Cobán viajaron en un bus que apodaron “La Leona”. Seño Lupita actuó como subentrenadora de aquellos niños que fueron ganadores de este certamen en las disciplinas de salto alto, salto largo y relevos.

Mata Estrada
Seño Lupita junto a los alumnos participantes de los Juegos Infantiles de Atletismo. Foto: Cortesía / Patricia Palomo.

Las últimas décadas trajeron cambios a la escuela. Por ejemplo, en 1983, se abrió la jornada vespertina, con lo cual el número de alumnos que atendía la jornada matutina disminuyó. El nuevo milenio produjo nuevos retos, con el aumento de la violencia en Villa Nueva y el surgimiento de otros problemas sociales. Muchas cosas han cambiado, pero el deseo de enseñar y de aprender siguió intacto en seño Lupita y en sus incontables estudiantes a lo largo de todos esos años.

Seño Lupita fue una maestra para toda la vida. Sus años de servicio fueron un baluarte para la educación guatemalteca, del que han aprendido muchos niños, desde las primeras letras hasta enseñanzas de vida, las que han quedado guardadas con tanto cariño en la memoria de sus alumnos. Esta breve semblanza de vida nos enseña algo más, y es que la educación de hoy en Guatemala se debe revestir de humildad y compromiso para formar de mejor manera a los niños, que no son el futuro, sino el presente de nuestro país.

Bien vale recordar sus palabras volcadas en poesía, como apostrofe de su semblanza educativa:

No basta el grito
y no basta el llanto,
no basta la sonrisa
la palabra
el gesto
solo basta el instante
con el adentro de tu adentro
ADENTRO

 

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