Washington
DPA

Sonaba el himno de Estados Unidos antes de un partido de pretemporada en la NFL y Colin Kaepernick, mariscal de campo de los 49ers de San Francisco, se quedó sentado en el banquillo. Ese gesto ha revuelto Estados Unidos en plena campaña electoral y ha dividido a un país en el que los símbolos nacionales son prácticamente sagrados.

«No voy a levantarme para mostrar orgullo por una bandera de un país que oprime a la gente negra y a la gente de color», argumenta el «quaterback». «Para mí, esto va más allá del ‘football’ y sería egoísta por mi parte mirar a otro lado».

El gesto reivindicativo ha cobrado protagonismo además en un momento en el que Hillary Clinton y Donald Trump han mantenido su enfrentamiento más agrio a propósito del racismo. La candidata demócrata acusa abiertamente al republicano de racista y su compañero de ticket, el aspirante a vicepresidente Tim Kaine, llegó a vincularlo la semana pasada a «los valores del Ku Klux Klan».

Kaepernick, de 28 años, ha calificado a Trump de «abiertamente racista». Pero también ha criticado a Clinton. Y es que su batalla no está en la guerra electoral entre los dos candidatos, sino en otro sitio. El jugador de futbol americano que en 2013 condujo a San Francisco al Super Bowl es mestizo, hijo biológico de un afroamericano que desapareció antes de que naciera y de madre blanca que lo dio en adopción. Desde entonces es hijo de Rick y Teresa, un matrimonio blanco de Wisconsin, y el más joven de tres hermanos.

En los últimos días, en medio del revuelo, contó a la prensa actos de discriminación que asegura haber sufrido siendo estudiante por su condición de mestizo y clamó contra los episodios de abusos y brutalidad policial vistos en el país. Sus declaraciones tampoco cayeron bien en la policía.

La sociedad estadounidense se ha dividido ante el desdén de Kaepernick ante el himno. La división quedó clara en el mismo momento en el que el deportista saltó al campo tras incumplir el código que establece que cuando suena el himno nacional, uno se pone en pie y mira a la bandera de frente. Los civiles, con la mano en el corazón; los militares, haciendo el saludo castrense.

Una parte de los espectadores abucheó al deportista, otra lo ovacionó. Y las redes sociales ardieron mostrando la misma escisión. Para unos, Kaepernick es un «traidor». Para otros es un ciudadano con derecho a hacer uso de la libertad de expresión. Las expresiones de censura y crítica han sido las mayoritarias. Hay quien ha quemado incluso la camiseta con el número del «quaterback» y quien pide que aquí acabe la carrera profesional del deportista.

Kaepernick no se puso en pie en ninguno de los tres partidos de pretemporada que su equipo jugó hasta ahora y aseguró a medios estadounidenses que mantendrá su posición, que considera una forma de estar del lado de los «oprimidos», hasta que haya un cambio significativo en el país y estime que la bandera lo representa.

«Tal vez debería buscarse un país que se adapte mejor a él», dijo Trump a principios de esta semana. El candidato republicano sugirió que abandone Estados Unidos, terciando así en una polémica que se extiende ya días. Hasta el portavoz de la Casa Blanca Josh Earnest fue preguntado al respecto. Barack Obama no se pronunció sobre ello.

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