Leonidas Letona Estrada

Las palomas, aves de diferente variedad, por ejemplo, la doméstica o de Castilla, tiene sobre la cabeza una porción de plumas blancas que caen por los dos lados de ella, se distingue de las de campo o torcazas, las mensajeras y las cantoras y hay de otra variedad como la doméstica, esta es una linda ave, mansa y noble que hasta la usan para simbolizar la paz.

Cuando despunta el sol e ilumina los árboles, los campanarios, las cúpulas de la Iglesia Catedral y la fuente luminosa, los primeros transeúntes de la plaza son los aprovechados porque se detienen, aunque sea un minuto para descansar; en ese lapso las palomas vuelan en parvada y se posan en el piso de la gran plaza esperando que alguien les lance algún granito de trigo, alpiste o maíz y comienzan el día con su primer festín, luego regresan a refugiarse nuevamente entre campanadas de relojes o campanadas de bronce que anuncian a los capitalinos que el día comienza, que la jornada de trabajo debe iniciarse para que el país siga su rumbo y su ritmo o su rutina.

Un solo momento de calma y vuelve la parvada a danzar feliz, con sus alitas extendidas y a rodear la fuente, a saborear los primeros traguitos de agua, mientras el sol va iluminando y calentando la gran ciudad que principia a rugir con los motores como si fueran avisos o mensajes de que hay que trabajar para comer y es cuando despiertan las calles que se entrecruzan con los números de su identificación, sexta, séptima, novena, avenidas; cuarta, quinta, sexta, calles, todas hinchadas de gente y vehículos, pareciera que fueran a reventar y a volcarse frente al Palacio o frente al Portal.

En una banca del parque, un campesino, morral cruzado en el pecho, caites usados, sombrero de petate, ve incrédulo la parvada de palomitas danzando al ritmo de la fuente y medita: “en mi pueblo no hay de esas aves, en mi casa peor, ni cantos, ni huevos ni pichones. Felices fueran mis hijos si hubiera palomitas de estas que estoy mirando, alegrarían un tanto la soledad del rancho, jugarían mis hijos con ellas, les darían de comer y de beber. Se levantó decidido y pensó: “yo me llevo dos, macho y hembra, así en unos meses tendremos muchas ¡que alegre” … Dicho y hecho, se echó dos en su morral y se volvió a sentar.

Un policía que cuidaba las puertas del Palacio de la Cultura lo vio y dio la respectiva alarma, “¡Un ladrón se está robando las palomasss!”. Llegaron más policías, guardias presidenciales, radiopatrullas y al instante lo esposaron y con sirena abierta lo condujeron hacia la torre de los tribunales. Entrando a los juzgados dos individuos de mal aspecto salían de esos recintos riéndose y comentando: “nos dieron medida sustitutiva y no les importó las pruebas que presentó el Ministerio Público de los asaltos y secuestros que hicimos en Mixco. Suerte tuvimos”.

Entraron los policías con el campesino y sus palomas, esposado y a empujones lo llevaron ante el Juez llamado Juan José Keller Oroxón: “Se le acusa de robo y se le capturó infraganti”, decía el parte. SENTENCIA DESPUÉS DEL JUICIO: “Dos años de cárcel y cinco mil de multa por no respetar la propiedad ajena”.
MORALEJA: “La justicia es como las serpientes, muerden solo a los descalzos”.

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