Raúl Fornet-Betancourt
Escuela Internacional de Filosofía Intercultural. Aachen/Barcelona.

1. El contexto de esta reflexión

Quien siga hoy las noticias de la actualidad notará que desde que sufrimos la pandemia de la Covid 19 se negocian “paquetes históricos” de ayu­da económica para socorrer los sectores productivos y de servicios de la sociedad. Esto es, sin duda, necesario, pues millones y millones de per­so­nas en todo el mundo sufren en carne propia la crisis económica que pro­voca la pandemia.

Pero la pandemia de la Covid 19 no solamente pone en peligro la economía o destapa la necesidad de cambios estructurales radicales. La pandemia golpea igual­men­te la vida per­sonal y la convivencia. Esta es la otra crisis que padecemos con la actual pandemia. Es cierto que de ella tam­bién se habla, pero no tanto. Creo asimismo que tam­poco se percibe con claridad que esta crisis requiere también, al igual que la crisis eco­nómica, “paque­tes histó­ricos” de ayuda espiritual. Pienso, pues, que esta crisis antropológica reclama alianzas espiri­tuales entre las fuerzas mora­les, sean seculares o religiosas, que se sienten con reser­vas de hu­manidad para proponer y abrir caminos de reparación en un tiem­po que agobia al hombre, atur­diendo su conciencia y sentidos.

De esta percepción de nuestro contexto actual nacen las reflexiones que comparto en este artículo. Lo que quiere decir obedecen a la inten­ción de subrayar la responsabilidad de la filosofía como fuerza espiritual que nos ayude a ser real­mente conscientes de la conciencia con que vivi­mos.

2. Aclaración de la tarea “Filosofar en nuestro tiempo”.

Con “Filosofar en nuestra época” quiero expresar un doble movimiento reflexivo. Por una parte quiero indicar que se trata justo de pensar “en nuestro tiempo”. Pero por otra quiero señalar que se trata igualmente de pen­sar contra la época o, mejor dicho, contra las dinámicas desperso­nali­zantes que desata como época perfilada en su curso central por una civi­lización meca­nicista que, a pesar del antropocentrismo que todavía se le re­pro­cha, hace mucho que destronó al ser humano de su centro, para diluirlo como un “material” más en su “reino de los objetos”.

(Luego volveré sobre la cuestión de porqué puede y debe la filosofía pensar contra su tiempo).

Prosigo, pues, haciendo notar que con esta com­prensión del papel de la filosofía matizo la visión de Hegel que propone practicar la filosofía como un esfuerzo por ele­var la realidad a la altura del concepto. Creo que la filosofía no debe contentarse con eso, y que debe intentar también elevar la realidad histórica a la altura de las es­pe­ranzas humanas.

Sin duda, la filosofía tiene un compromiso analítico conceptual. Pero éste no debe ser pretexto para descuidar el compromiso emocional, afectivo, ético o pro­fético, que tiene con los seres humanos en cada época y lugar.

No niego que la filosofía, como dijo Heidegger, pueda y deba ser la “administradora de la ratio”. Lo que afirmo es que si es cierto que la filo­sofía puede cumplir esa función de “gobernanta” de la razón, ello se debe a que custodia palabras fundadores de humana realidad, que es guar­diana de pa­labras grávidas de sentido y de vida, como son las palabras “amor”, “verdad”, “bondad”, “belleza” o “justicia”. Palabras que constelan centros de gravedad para el equilibrio de la vida y la convivencia humanas, y que son también las que abren el horizonte en el que la ratio filosófica encuentra las razones para justi­ficarse como razón.

Pero termino este apartado señalando un aspecto que a primera vista puede parecer redundante: “Filo­sofar en nuestra época” quiere decir filo­sofar en el mundo de nuestra época, sea ese mundo uno o muchos. Las épocas “hacen época” por los mundos que en su tiempo configuran las fuerzas que en ella operan. Y en este sentido “nuestra época”, no es sola­mente un horizonte de tiempo disponible, sino también un plano de tiempo ya dispuesto, quiero decir, el espacio de mundos hechos.

3. Precisando la tarea del “Filosofar en nuestra época”

De acuerdo con la línea reflexiva esbozada, quiero precisar ahora la tarea de un “Filosofar en nuestra épo­ca” en base a la presentación de lo que entiendo que debería ser su hilo conductor: el planteamiento de pre­guntas que in­quieran por el sentido humano de las configuraciones de mundo en que se concretiza, y muy especialmente por el sentido de aque­lla confi­guración que se nos presenta como el “mundo global” que parece darle su perfil específico como “nuestra época”. Atendiendo aquí a esto último me permito ejempli­ficar esta tarea nombrando tres de esas preguntas que deberían ser parte central del filosofar hoy:

1) ¿Dispone nuestra época el mundo como la dimensión de relaciones orgánicas que abren al hombre a experiencias de convivencia en equilibrio o lo dispone, por el contrario, como un espacio cuantificado, administrado, vigilado, en creciente proceso de digitalización, donde lo decisivo es el sa­ber manejar y aplicar los programas adecuados?

2) ¿Dispone nuestra época el mundo como un mundo de apariencias que prometen sustituir la humana necesidad de luz, quiero de­cir, la nece­sidad de alumbrar lo que somos y hacemos, por un aco­mo­dado y cómo­do dejarse “deslumbrar” por la masa de imágenes y de información?
3) ¿Quién es el dueño del tiempo en ese mundo que se nos presenta, a nivel global, como el mundo de “nuestro tiempo? ¿Qué fuerzas tienen el poder para trazar el cause central que deberá seguir el tiempo en ese “nuestro tiempo”? Pregunta que también se puede plantear en estos términos: ¿No revelará el cause principal del curso del tiempo en nuestra época que se trata de un tiempo preestructurado según los intereses y fines de los que se han erigido en señores de la tierra?

Pero ante tales preguntas bien se po­dría observar: ¿cómo es que la filo­sofía es capaz de plantear semejantes cuestiones, siendo así que ella misma es hija de su tiempo?

Ante esta observación, que me permite volver sobre la cuestión dejada abierta de cómo puede la filosofía pensar contra su época, respon­dería re­cordando lo dicho sobre la filosofía como guardiana de palabras funda­doras de sentido. Pues son esas palabras las que confieren al “oficio” o “ministerio” de la filosofía la capacidad, es más, la autoridad, para inter­venir en el juicio sobre el sentido del curso del mundo.

Cierto, la filosofía es hija de su tiempo; pero es una hija tra­viesa, porque lleva en su sangre la herencia de tiempos más le­janos que los de su correspondiente actualidad. Dicho de otro modo, la filosofía está en su tiem­po, pero con una tradición de sabi­du­ría que la conmina a pronunciarse.

Y es así que, cumpliendo su ministerio, la filosofía aparece como una fuerza espiritual que molesta. Sus preguntas inquietan. Primero, porque son llamadas al cuestio­namiento de la rutina con que se repite el tiempo prees­tructurado de nuestro mundo social, en vistas a averiguar, por ejemplo, si la rutina que da estabilidad a nuestro tiempo no repre­senta si no la “camisa de fuerza” con la que el modelo de civilización hegemónico pretende con­tener lo imprevisible que siempre puede aflorar en el tiempo con sus brotes de sorpresas en los llamados “momentos oportunos”. Y, segundo, inquietan también a un nivel más per­sonal, por­que son interpelaciones directas a la conciencia de cada persona, es decir, porque incomodan la instalación indi­vidual en la rutina del tiempo social de la actual civilización.

En la línea de estas preguntas menciono todavía otro aspecto que ayuda a precisar la tarea que se propone con este “filosofar en nuestra época”. Y es que, inquietando los acomodos del hombre contemporáneo, la filosofía le requiere su aten­ción para que esté atento a lo que está sucediendo en su vida, que esté atento a lo que cambia en la conciencia de su vida y forma de convivir con los cambios a los que lo empujan los procesos de trans­for­ma­ción e inno­vación que marcan el tiempo social de nuestra época.

Ejemplifico este aspecto con la mención de un caso concreto de esos pro­cesos aludidos. Lo escojo, entre otros posibles, porque me luce paradig­mático para la comprensión del cam­bio que se anuncia en la situación es­piri­tual de la época.

Me refiero a los nuevos estilos de vida que difunde el capitalismo cul­tural digitalizado como proceso en el que se promueve un cambio en la comprensión y vivencia de la experiencia de la individualidad humana. En otro artículo para este Suplemento Cultural, resumía este cambio como una redefinición del indi­vi­dua­lismo tradicional. Pues, como explicaba ahí, es un proceso que incita al hombre a que considere su par­ti­cular in­dividualidad co­mo el bien que debe cultivar con suprema indepen­den­­cia, al tiempo que lo quiere con­ven­cer de que el camino para “cuidar de sí” no lleva a una dimensión interior, sino hacia el mundo de los objetos, a los es­pa­cios y redes comerciales donde se ofrecen los pro­ductos “hechos a la me­dida y gusto de cada quien” y que prometen, por tanto, el logro del desea­do perfil individual.

Por esta astuta doblez, pienso que el cambio que promueve este proceso resulta a veces difícil de notar. Pero de ahí pre­cisamente la relevancia de la filosofía como fuerza espiritual que inquieta y nos ayuda a tomar con­cien­cia de que los cambios que nos cambian en lo más ín­timo de nosotros.

Toma de conciencia que es de fundamental importancia para compren­der hacia dónde nos lleva el “es­píritu” de esta época, en cuanto que nos permitiría ver nuestras propias biografías como el espejo que muestra cómo están cambiando las condiciones y los pun­tos de orientación en la búsqueda de sentido. Con lo cual se notaría también que, aunque se mantengan las palabras, como en este caso la palabra indivi­dualidad, se cambia sin em­bar­go lo que con ellas se expresaba en nuestra memoria de humanidad.

Insistiendo en el significado de este proceso para calibrar la situa­ción espiritual en el mundo global, añadiría todavía que él mismo es de por sí un elemento indicador del estado espiritual al que se quiere lle­var al hom­bre con­temporáneo, al menos según el orden de la hegemonía. Pues tengamos en cuenta que todo cambio que experimente el hombre en su memoria de humanidad, se traduce también en un cambio en las condiciones de viven­ciar lo espiritual como dimensión de la vida.

Así la configuración del individualismo en la dirección de un conglo­me­ra­do de individualidades que, sin memoria del flujo convivencial al que deben su singularidad, se proyectan, valga la metáfora, como parcelas pri­vadas y reservadas al monocultivo de su propia imagen, una tal re­con­fi­guración del individualismo, repito, marcaría la atmósfera espiritual de nues­tra época con un acento inconfundible de fragmentación y dis­persión, por cuanto que en su horizonte aparecería lo espiritual como un espacio de opción y selección según las preferencias de cada uno. Se cancela así lo co­munitario.

Mas se recordará que en el primer punto afirmé que la crisis de hu­manidad que hoy nos desafía requiere una alianza de las fuerzas morales vivas en nuestro tiempo. Vuelvo ahora sobre esta afirmación por­que supone que la situación espiritual de nuestro tiempo tiene acentos dis­tintos al acento hegemónico que he destacado. Subrayo ahora, pues, lo ob­vio: La realidad de nuestra época es mayor que la realidad que construye nuestra civilización con su dominio sobre el cauce principal del curso del tiempo. La civilización hegemónica no da, pues, ni la medida de la realidad ni la medida de la situación espiritual de nuestra época.

Digo que esto es obvio porque la pretensión de totalidad del orden he­gemónico se ve contrastada por los mundos que generan, por ejemplo, pueblos indígenas, movimientos sociales, prácticas religiosas o iniciativas intelectuales con su persistente resistencia.

Pero no me detengo en este hecho manifiesto. Baste aquí con retener que hace patente que nuestra situación espiritual no es consistente, que en ella resuenan muchos otros acentos y que en ella, en consecuencia, la suer­te de la humanidad no está echada to­da­vía. Estamos, pues, en un litigio de acentos espirituales.

Pero, ¿qué se sigue de ello para la tarea de un “filosofar en nuestra época”?

4. Definiendo la tarea de un “filosofar en nuestra época”.

Justo debido a esa controvertida composición, la situación espi­ritual de nuestro tiempo confronta a la filosofía con la exigencia de de­fi­nir­se. Y de acuerdo a lo dicho sobre el “ministerio” de la fi­lo­sofía, creo que la filo­sofía debe res­ponder a esa exigencia de nuestro tiempo con el esfuerzo por hacer hablar las palabras fundadoras que custodia.

Se entiende que con “esfuerzo por hacer hablar” no me refiero a visibilizar el espíritu del amor, de la verdad o de la justicia como una opción más entre otras. Me refiero al es­fuerzo por hacer presente el espíritu de esas palabras en el litigio espiritual del mundo como una frontera de humanidad en la que se da la frente y se frena el absurdo que amenaza con invadir la vida.

Con esta toma de posición en el litigio espiritual de nuestra época la filosofía documentaría con su ejercicio que la humanidad tiene reservas aún para reaccionar y reorientar el curso de la historia humana. Con lo cual la filosofía se mostraría a su vez como un lugar que convoca a la consti­tu­ción de las alianzas espirituales que, como decía al principio, se necesitan hoy para mejor poder responder al desafío antropológico de nuestra época.

PRESENTACIÓN

Filosofar no solo es posible hoy, sino una exigencia fundamental si queremos evitar la deshumanización del contexto actual.  Esta parece ser la invitación que nos hace Raúl Fornet-Betancourt, un llamado a “pensar la situación espiritual de nuestra época” sumida en condiciones que nos aíslan e impiden la vida plena.  Subyace en el texto la capacidad del ejercicio filosófico para incidir en la realidad y el optimismo en las posibilidades de cambio, aunque todo parezca perdido.

Para ello, Fornet-Betancourt examina el carácter de la filosofía cuya función práctica (superada la visión reductivista que la hace lucir etérea, abstracta y de naturaleza estrictamente teórica) es germen de cambio en la realidad donde interviene.  La autocrítica es importante porque habilita el terreno, depurándolo de prejuicios y desvíos epistémicos, que originariamente impedirían los productos esperados.

Luego, la propuesta del filósofo se fundamenta en primer lugar en la revisión de la tradición misma de la filosofía.  Lo dice textualmente así:

“Prosigo, pues, haciendo notar que con esta com­prensión del papel de la filosofía matizo la visión de Hegel que propone practicar la filosofía como un esfuerzo por ele­var la realidad a la altura del concepto. Creo que la filosofía no debe contentarse con eso, y que debe intentar también elevar la realidad histórica a la altura de las es­pe­ranzas humanas”.

De esta manera, nos introduce el autor a la segunda parte de su ensayo: la voluntad de elevar la realidad a la altura de las esperanzas humanas.  Todo ello, como es evidente, a partir de la convicción de la crisis contemporánea.  La recuperación de esas esperanzas es realizable en virtud de la ministerialidad de la filosofía que cumpliría desde la administración de la ratio y el cuidado afectivo humano (el compromiso emocional, ético y pro­fético de las sociedades).

Le invitamos a leer nuestra edición y los textos que con mucho esmero hemos preparado para usted.  Nos mueve el ánimo por la crítica que es condición de cambio que empieza con las ideas.  Creemos en las posibilidades de lo humano y las virtualidades de un mundo mejor desde el compromiso incluyente, el diálogo y la libertad responsable.  Nos aferramos a la esperanza que es estímulo de realidades nuevas, en un devenir siempre pleno.

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