Dennis Orlando Escobar Galicia
Periodista

Conocí a Elías Valdés Sandoval a inicios de los noventa. Recién me había asociado a la APG y reincorporado a Guatemala, después de un corto tiempo de radicar fuera del país. En compañía de los apegistas Víctor Hugo de León Mollinedo, Francisco Villatoro Argueta y Don García Luna Contreras (sic) —los tres ya fallecidos— realizamos un viaje por varios departamentos para atraer periodistas a la APG. Al llegar a casa de don Elías fuimos alegremente recibidos y dio órdenes de “echarle más agua al caldo” y enfriar un mayor número de litros de cerveza.

Elías en su hamaca —bajo unos frondosos árboles— y nosotros en unos sillones a su alrededor tuvimos una tertulia y una “salutada” de lo más agradable. Cuando se enteró que yo había estado en México ordenó me pusieran chile agresivo. ¡Delicia! Aún recuerdo ese “calderón”. ¡Chorros de sudor! Eso nunca se le olvidó al apreciado anfitrión y cada vez que yo llegaba a su casa regresaba con frascos rellenos de picante y —por supuesto— con su más reciente producción literaria.

Ese primer día —de haberlo conocido— me empaquetó su ya numerosa obra literaria; cuando arrancábamos el vehículo, salió de casa con otros lirios y nos dijo: Pal camino. Para el pecho, le respondió Víctor Hugo con vozarrón de locutor. ¡Así eran de especiales!

Al nomás retornar desempaqué los libros y empecé su lectura. Esa noche se me olvidaron los tragos por culpa de su novela Tizubín. Amanecí leyéndola, sin resaca y sentimiento de culpa. Con justa razón el connotado escritor César Brañas (+) comentó que Tizubín es un «excelente relato, limpio al máximo. Se lee con agrado por su amenidad, con interés por su trama, con sentimiento por las amargas peripecias del protagonista».

Su obra me cautivó al punto que hasta la sugerí en la bibliografía de uno de los cursos que impartí en la Ciencias de la Comunicación de la Usac. Y es que, como todo gran periodista, don Elías cultivó el lenguaje sobrio, directo y ameno hasta en su obra literaria. Además, caracterizó su oficio de escritor por sus mensajes didácticos y morales.

En seguida —después de convertirme en su asiduo lector—. cada vez que viajaba a la Perla de Oriente pasaba por su morada —con el pretexto de la resaca y la necesidad del aire perfumado con la bebida espirituosa— para que me diera más libros y más coscorrones por no presentarle algún libro de mi autoría.

Con el paso del tiempo me asocié al PEN Guatemala e invité a escritores como Carlos René García Escobar, Juan Antonio Canel Cabrera y Guillermo Paz Cárcamo para que conocieran a don Elías. Él siempre insistió que yo le dijera simplemente Elías. Nunca pude tratar a la experiencia, a la cortesía y al talento sin el don. Mejor me sumé a como le decían sus nietos: Palías en lugar de Papá Elías.

Como asociado 216 a la APG, don Elías —a pesar de la distancia— siempre estuvo al tanto de lo que en dicha entidad ocurría y mantenía al día sus cuotas. Pero, además, enviaba varios ejemplares de su última producción para que se obsequiaran entre los apegistas. Días antes de fallecer hizo llegar una caja conteniendo su último libro (27 en total): su doceava novela Toño y Tunda.

Dicha novela, que la escribió en plena pandemia, finalizada a inicios del 2021, trata de dos jóvenes nacidos en un barrio marginal de ciudad de Guatemala a principios del siglo pasado. Dos entrañables amigos, pero con diferentes principios morales.

Elías Valdés, sin lugar a dudas, tuvo una longeva vida dedicada al periodismo y la literatura. El uno de diciembre del año en curso cumpliría 91 años. Yo abrigaba la esperanza de que la pandemia terminara cuanto antes para ir a visitarlo, en virtud de que en los primeros días de diciembre realizaba el convivio navideño donde tiraba la casa por la ventana para festejar con sus amigos de las letras y demás artes. Ese día era tradición que cada quien llevara libros de su autoría o de otros y se repartieran entre los invitados. De esa cuenta tengo varios libros de los mejores autores chiquimultecos, con dedicatoria. Al finalizar el festejo me iba con los amigos a pernoctar a un hotel cercano y al día siguiente era obligado desayunar en casa de don Elías, donde no faltaba la yuca con chicharrón, los frijoles cocidos en olla de barro y otras viandas de la gastronomía del lugar. Si alguien manifestaba síntomas de resaca muy atento se portaba Palías.

En esta ocasión no escribí de la abundante obra de Elías Valdés —la que ya ocupa un lugar preferencial en mis libreras— porque me hace más falta el autor, el amigo a quien escuchar con atención y solazarme con sus vivencias y anécdotas de toda una vida dedicada al periodismo y la literatura. Del personaje que a la edad de 24 años fue jefe de redacción de Nuestro Diario, no el actual si no el que fundara Federico Hernández de León, siendo directores los escritores Virgilio Rodríguez Macal y José Calderón Salazar.

El prolijo escritor chiquimulteco tuvo varios reconocimientos en vida, a saber: medalla Rubén Darío de la APG, la muta de oro y el Collar Chortí, la Orden del INVO, el Emeritissimun de la Usac. Además, fueron bautizadas con su nombre bibliotecas y calles de Chiquimula. Afortunadamente su querida APG, en el 2018, en acto especial realizado en el Centro Universitario de la Usac en Chiquimula, le entregó el Quetzal de Jade Maya, galardón concedido a pocos grandes como Miguel Ángel Asturias, Luis Cardoza y Aragón, Augusto Monterroso. El Centro PEN Guatemala, cuyos directivos lo visitaban con frecuencia y lo acogieron como socio honorario, lo nominó en tres ocasiones al Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias.

Adiós a uno de los grandes de las letras guatemaltecas que nos ha dejado una didáctica, moralizante y digerible obra literaria. Una obra que puede ser leída y degustada por un público amplio.

Pies de fotos:
1- Portada del 27 libro de Elías Valdés Sandoval.
2- Juan Antonio Canel Cabrera, Elías Valdés Sandoval, Guillermo Paz Cárcamo, Carlos René García Escobar (+) y Dennis Orlando Escobar Galicia, en casa del fecundo escritor en mayo del 2018.

 

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