Milton Jordán Chigua

En enero de 2021, me llamó telefónicamente don Elías Valdés. Me pidió si podía prologarle una novela. Le dije que sí, que con mucho gusto. Que me la enviara y me diera dos meses. No, me respondió. Le pido de favor que sea cuanto antes… puntualmente a los pocos días recibí la novela Toño y Tunda. La leí de un tirón, en cuatro días. Inmediatamente escribí el prólogo, algunas correcciones y se la devolví. A principios de abril recibí ocho copias de la misma. Estaba por llamarle para agradecerle, cuando el 24 de abril de 2021, a las 5.45 am, recibí la noticia del fallecimiento de don Elías Valdés. Murió la persona, pero el escritor vive eternamente. Murió en silencio, como una de sus novelas: El pez murió en silencio.

Conocí a Elías Valdés, de casualidad. Fue un encuentro después de un funeral en el santuario de la Virgen del Tránsito. Él era un connotado y conocido escritor. Yo un joven fraile capuchino, párroco de la ciudad de Chiquimula. Se acercó para saludarme. Extendió su mano y me felicitó por “el sermón”. Yo le había visto varias veces en la casa parroquial, a donde llegaba para pedir al padre Ángel García que le revisara alguna de sus obras literarias, lo cual el buen fraile andaluz hacía con gusto y responsabilidad. Desde entonces, 1997, nació una amistad no tan profunda, pero si ocasional, sincera y productiva entre los dos.

Somos diferentes. Para empezar, cuando mi mamá me engendró, don Elías era un joven de 28 años con muchas experiencias en su haber. Es decir que nos separan o unen, casi tres décadas de años; somos de diferente generación y eso marca mucho. Yo soy un sacerdote, con normas morales fijas; don Elías es muy liberal en ese campo e incluso así se descubre en sus obras. Cómo escritores tenemos diferentes temáticas y estilo. Yo me muevo más en la temática teológica; él, en la novela, cuento y relato histórico.

Por supuesto que son más los aspectos que nos unen. Los dos nacimos en el departamento de Chiquimula. Él en San José la Arada (ahí nació mi mamá) y yo en San Juan Ermita. Los dos somos ex alumnos del glorioso Instituto Normal para Varones de Oriente (INVO). Ambos compartimos el amor por las letras, el periodismo y por supuesto, creemos en los mismos valores humanos del esfuerzo, la lucha, la sinceridad, la honestidad, la humildad y alegría de compartir y multiplicar los talentos con que Dios nos ha adornado. Cada año, el segundo sábado de diciembre, él tenía la buena costumbre de reunir a los escritores en el amplio jardín de su casa. Se entregan simbólicamente a sus autores, las obras escritas ese año. Hay actividad artística con declamadores de la región, cantos, palabras de escritores, contadores de cuentos, anécdotas. Se pasa muy bien. Una actividad cultural muy original.

Las veces que le visité, siempre lo encontré con una sonrisa a flor de labios y con sus brazos extendidos, expresándome el honor y la alegría de recibirme. Nos sentamos en el corredor de su casa desde donde podía observar todas las obras literarias y las diferentes ediciones de sus obras. Don Elías vive en una casa agradable, fresca para el calor de Chiquimula, con flores. Cuando, en 2013, estuve investigando sobre la «Historia de la Iglesia Católica en Chiquimula de la Sierra», él tuvo la gentileza de prestarme la recopilación de La Tribuna, un semanario chiquimulteco que surgió en los años de 1960, en el cual don Elías tomó parte activa y que es fuente clave para conocer la historia de nuestro departamento. Nos sentamos e inmediatamente me ofreció algo de beber.

Le conté que acaba de terminar de leer su obra Agua sucia y me surgió la inquietud de hacer un resumen de la misma. ¿Con qué propósito? Inquirió curioso. Costumbre que tengo al leer una obra, respondí. Cuando usted llegue a faltar, su obra seguramente será motivo de estudio y valdría la pena rastrear las fuentes de su inspiración, la temática que usted trata, ¿por qué escribe? ¿Qué lo motiva? Noté que se puso triste y nostálgico. ¿Por qué no escribe usted? me dijo. Usted es joven y tiene talento. Míreme, yo ya estoy viejo. Casi no escribo padre, me cuesta mucho hacerlo, tengo problemas en mis dedos, me dijo y agregó: Sería bonito que escriba sobre mis obras y más bonito sería que yo esté vivo para disfrutar de ese momento. Desde entonces me quedé con la inquietud de escribir sobre don Elías y su obra. Comencé a resumirlas y ofrecer mis impresiones. La idea es publicarla en 2024, en los 50 años de la novela Tizubín.

Desafortunadamente, don Elías se nos adelantó. Por espacio, no puedo ofrecer aquí ese trabajo, mucho más amplio que este resumen. Además, me falta leer algunas obras de don Elías. Esta es apenas una pincelada que comparto a petición del amigo y escritor, Juan Antonio Canel. Entre su primera y última novela: (Tizubín (1974) – Toño y Tunda (2021), hay un largo recorrido literario. Son 27 obras que la pluma de don Elías deja como legado cultural y literario a las nuevas generaciones.

Hay temáticas que vale la pena estudiar y profundizar en la obra de don Elías: Las fuentes de su inspiración. La flora y la fauna. La dimensión religiosa. El machismo. La dimensión sexual y erótica. La denuncia. El papel de la mujer. La familia. Los valores morales. Los anti valores. Su obra permite un análisis variopinto sobre diversos temas. Escribe en diversos géneros literarios, siendo los más frecuentes: la novela de tipo testimonial e histórica. En la dimensión existencial, autobiográfica, don Elías ejercita, el Cuento, las estampas urbanas y rurales, las vivencias, anécdotas, etc.

Don Elías pasó de la temporalidad a la eternidad.
Vive para siempre en La Colina de las Torcazas.
Vive en la lluvia que cae, empapa y fecunda nuestros campos.
Vive en los rayos del sol que iluminan siempre.
Vive en las violentas y cariñosas olas de nuestros mares.
Vive en Chiquimula de la Sierra y en la Guatemala de la eterna primavera.
Vive en cada página de sus libros; en la sangre de sus hijos, en su familia.
Vive, con su cabeza alzada y sus colochos negros que coronaban su frente ancha.
Vive en la sonrisa sincera, como flor de primavera.
Vive con sus abrazos anchos y abiertos para compartir y ayudar.
Vive en la robustez de su cuerpo y de su pluma.

Don Elías, fue un académico y campesino que labró el fértil campo de la literatura, en la cual sembró las semillas de sus letras. Fue un obrero incansable que ladrillo a ladrillo y mosaico a mosaico fue construyendo un enorme edificio de veintisiete obras literarias. Muchas gracias don Elías, por su vida sencilla y trabajadora. Gracias por su enorme árbol literario que nos regala frutos deliciosos que alimentan nuestra cultura. Dios lo reciba en su reino. Descanse, que trabajó bastante en este mundo. Hasta pronto.

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