Brenda Solís-Fong
Escritora

No sé precisar si conocí a don Elías por boca de mi papá, o por Tizubín. Tizubín fue el primer libro que mi papá llevó a la casa porque fue el primer libro que don Elías escribió (1974). No lo leí en ese momento porque estaba pequeña y sólo sabía manchar libros con garabatos. A los cinco, ingresé de oyente a primero pero sólo iba a fregar (hoy le dicen estimulación temprana) y fue hasta los seis que aprendí, pero tampoco lo leí a los seis, ni a los siete, ni a los doce, sino hasta en la juventud. Ya para entonces mi papá tendría otras novelas de él. Mi padre iba a su casa a comprar cada libro que iba publicando, le gustaba leerlos recién salidos del horno y llegaba ansioso por comenzarlos.

Don Elías es conocido por sus novelas, pero también fue un constructor de vivencias, cuentos, crónicas, estampas, anécdotas, cuentos en formato de poesía, poesía, comedia, relatos, ah, y fábulas, las mejores fábulas que he leído de un chiquimulteco. Sin dejar de mencionar todos los trabajos periodísticos que realizó. Pasaron los años, desde que mi padre llevó Tizubín a casa; nunca imaginé que en 2009 le llevaría el borrador de mi libro de narrativa La Plaza, para pedirle me escribiera el prólogo. Aceptó gustoso. Me devolvió el manuscrito con correcciones (su vocación de corrector periodístico y generosidad no se limitaron a escribir un prólogo). Debo confesar que mi talón de Aquiles son las comas; me ha tocado ir escuchando mi voz interna y agregarle esas pausas y respiros que nuestra mente no maneja al hablar o pensar.

Don Elías era un hombre festivo, respetuoso, gentil que nunca echó a nadie de su casa; al contrario, siempre sus puertas estaban abiertas. Nos hará falta su llamadita en el mes de diciembre para convidarnos a su banquete de periodistas, locutores, poetas, escritores y escritoras que era ya una tradición. Tuve la dicha de estar presente en el último convivio 2019, en su mensaje dijo muy optimista, que, en el próximo del 2020, estaríamos de nuevo en su hermosa casa, celebrando la vida. Hubo un desborde de obsequios literarios, nadie se fue con las manos vacías, todos llevaban libros de autores chiquimultecos que fueron distribuidos junto con el tamalito, las canciones y declamaciones de la noche.

Recuerdo que, en uno de sus convivios llegó a la mesa y me dijo: “Brendita, puede acompañarme por favor”, me tomó de la cintura y caminamos a una habitación que resultó ser su estudio. Un escritorio, un busto, una máquina de escribir y anaqueles alrededor de las paredes con libros bien ordenaditos habitaban ese sagrado espacio del Patriarca, como le llamábamos con mucha devoción. Me dijo, “Quiero que tome los libros que le hacen faltan”, sentí mucha pena porque realmente no tenía ni uno, casi todos los libros que yo había leído pertenecían a mi papá; él me los prestaba después de terminarlos, pero no podía decirle eso, así que, le dije: “Sólo me falta Tizubín”. Me señaló un volcancito de libros. La verdad me sentí dichosa con mi primer libro propio y cuyo personaje principal está inspirado en un mi paisano originario de la aldea Tizubín del municipio de San Jacinto, de donde soy originaria.

El patriarca de las letras recibió todos los honores de su propia tierra en vida, aunque no haya llegado el Premio Nacional. Sobre él se hablará mucho, durante generaciones hasta que la memoria alcance; se leerán sus libros (ojalá más que antes), se contarán anécdotas porque se volverá uno de esos personajes que trascienden y no mueren, como musgo nacerán mitos sobre su vida.

Y como en oriente se habla con anécdotas, chistes y cuentos, me gusta contar la siguiente: Una vez otro mi paisano chinteño, un buen albañil recomendado que no era de Tizubín, precisamente, le llegó a hacer un trabajo de construcción. Terminada la obra, volvió y un día llegó a nuestra farmacia a platicar, mucha gente de las comunidades llegaba solo a eso, a platicar con mi papá; crecí escuchando esas voces rurales. El albañil contaba que le había ido mal trabajando con don Elías, pues resulta que le tocó quedarse a dormir para madrugar a trabajar; durante esas noches, el pobre albañil no pegó un solo ojo. “Ese señor, solo espera que todos se duerman y comienza a echar punta con la máquina. Taca, taca, taca taca… toda la noche pasa haciendo ruido y no deja dormir, usté.”

Siempre me ha gustado decir que soy del bando de don Elías, en alusión a ese interesante capítulo de su vida titulado Yo fui un rehén del M-19 y que lo marcó como a los grandes, por la hazaña del conflicto de autoría, resuelta con honor y que diera origen al libro Así escribí el libro “Yo fui un rehén del M-19”, capítulo que vino a enriquecer su biografía, una biografía que dejó de escribir el sábado 24 de abril de 2021. Ese mismo día, viajé a Chiquimula con la esperanza de despedirlo, aunque sea de lejitos, en la calle del Cementerio General, pero debido a los protocolos actuales y a que, ya la vida y la muerte cambió, fue enterrado temprano y sin la compañía de los periodistas, locutores, escritoras y escritores que acudíamos a sus tradicionales convivios. Eso entristeció este corazón de jocota colorada.

Descanse en la paz de las letras don Elías Valdez y sea honrada su memoria, leyendo sus obras.

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