Gustavo Gutiérrez

Gustavo Gutiérrez, nacido en Lima en 1928, es uno de los pioneros y más destacados representantes de la llamada teología de la liberación. No se trata, por tanto, de un filósofo, sino de un teólogo. La teología consiste en una reflexión racional sobre la fe; en este caso, sobre la vida de fe de los cristianos latinoamericanos. En la medida en que está constitutivamente afectada por la injusticia y la explotación, la reflexión teológica se convierte en una reflexión sobre la praxis liberadora a la que los cristianos, en virtud de su compromiso con el evangelio, están abocados. Desde nuestro punto de vista filosófico, nos interesan los factores que han conducido, según Gutiérrez, a esa reflexión teológica sobre la
praxis de liberación en especial los factores filosóficos. Además, el concepto de verificación (de veri-ficare, realizar la verdad) nos da nuevas luces para entender el tipo de verdad que la religión, en general, reclama.

Otro factor, de origen filosófico esta vez, concurre a subrayar la importancia de la acción humana como punto de partida de toda reflexión. La problemática filosófica de nuestro tiempo está frecuentemente marcada por las nuevas relaciones del hombre con la naturaleza, nacidas del avance de la ciencia y de la técnica. Estos nuevos vínculos repercuten en la conciencia que el hombre tiene de sí mismo y de su relación activa con los demás. M. Blondel, rompiendo con un espiritualismo vacío e infecundo, y queriendo darle al quehacer filosófico una mayor concreción y vitalidad, lo planteó como una reflexión crítica de la acción. (…).

A esto se añade la influencia del pensamiento marxista centrado en la praxis, dirigido a la transformación del mundo. Tiene sus inicios a mediados del siglo pasado, pero su gravitación se ha acentuado en el clima cultural de los últimos tiempos. Son muchos los que piensan, por eso, con Sartre, que «el marxismo, como marco formal de todo pensamiento filosófico de hoy, no es superable». Sea como fuere, de hecho, la teología contemporánea se halla en insoslayable y fecunda confrontación con el marxismo. (…).

Finalmente, el redescubrimiento, en teología, de la dimensión escatológica ha llevado a hacer ver el papel central de la praxis histórica. En efecto, si la historia humana es, ante todo, una apertura al futuro, ella aparece como una tarea, como un quehacer político, construyéndola el hombre se orienta y se abre al don que da sentido último a la historia: el encuentro definitivo con el Señor y con los demás hombres. «Hacer la verdad» como dice el evangelio adquiere así una significación precisa y concreta: la importancia de actuar en la existencia cristiana. La fe en un Dios que nos ama y que nos llama al don de la comunicación plena con él y de fraternidad entre los hombres, no sólo no es ajena a la transformación del mundo sino que conduce necesariamente a la construcción de esa fraternidad y de esa comunicación en la historia. Es más, únicamente haciendo esta verdad veri-ficará, literalmente hablando, nuestra fe. De ahí el uso reciente del término, que choca todavía a algunas sensibilidades, de ortopraxis. No se pretende con ello negar el sentido que puede tener una ortodoxia entendida como una proclamación y una reflexión sobre afirmaciones consideradas verdaderas (…), lo que se quiere es hacer valer la importancia del comportamiento concreto, del gesto, de la acción, de la praxis en la vida cristiana, (…).

Si la teología parte de esta lectura y contribuye a descubrir la significación de los acontecimientos históricos, es para hacer que el compromiso liberador de los cristianos en ellos sea, más radical y más lúcido. Sólo el ejerció de la función profética, así entendida, hará del teólogo lo que (…) puede llamarse un nuevo tipo de «intelectual orgánico».

(Tomado de su Teología de la liberación, 1972.)

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