Siendo evidente que la inspiración no forma nada sin materia, el artista debe tener, en el origen de las artes y siempre, un primer objeto o una primera imposición de hecho, sobre lo cual ejercita primero su percepción, como es el emplazamiento y las piedras para el arquitecto, un bloque de mármol para el escultor, un grito para el músico, una tesis para el orador, una idea para el escritor, y para todos ciertas costumbres aceptadas previamente. Con lo cual el artista se encuentra definido de manera muy distinta que según la fantasía. Porque todo artista es percipiente y activo, en eso siempre es artesano. Más atento al objeto que a sus propias pasiones, quiero decir, impaciente, sobre todo, en relación con el ensueño ocioso; este rasgo es común a los artistas y los hace pasar por difíciles.

Por lo demás, tantas obras intentadas ingenuamente según la idea o imagen que uno cree hacerse de ellas, y fallidas precisamente por eso, explican que con demasiada frecuencia se juzga del artista poderoso que apenas habla según lo que dice el artista ambicioso y descarriado, que, por el contrario, habla demasiado. Pero, si volvemos a los principios ya expuestos, dejaremos de pensar que un objeto bello haya sido creado nunca fuera de la acción. Así, la meditación del artista es más bien observación que ensueño, y aún mejor, observación de lo que él ha hecho, como fuente y regla de lo que va a hacer. En pocas palabras, la ley suprema de la invención humana es que no se inventa sino trabajando. Artesano ante todo.

 

Desde el momento en que el inflexible orden material nos ofrece apoyo, entonces se muestra la libertad; pero desde que queremos seguir la fantasía, quiero decir, el orden de los humores del cuerpo humano, la esclavitud nos encadena, y nuestras invenciones son entonces mecánicas en la forma, con frecuencia estúpidas, rara vez emotivas; en todo caso, sin nada de bueno ni de bello. Desde que un hombre se entrega a la inspiración, quiero decir a su propia naturaleza, creo que sólo la resistencia de la materia puede preservarle de la improvisación vacía y de la inestabilidad de espíritu. Por medio de esa huella de nuestras acciones, imborrable, aprendemos la prudencia; pero por ese testigo fiel del menor esbozo aprendemos también la confianza…

Todas las veces que la idea precede y regula la ejecución es trabajo industrial (no creador). Y aún ocurre que frecuentemente la obra, aun en la industria, endereza la idea en el sentido de que el artesano encuentra más de lo que había pensado desde que se pone a hacer ensayos; en eso tiene chispazos de artista. Es verdad que la representación de una idea en una cosa, quiero decir incluso de una idea muy definida, como el dibujo de una casa, es una obra mecánica solamente, en el sentido de que una máquina bien regulada haría la obra a mil ejemplares. Pensemos ahora en el trabajo del pintor retratista; es claro que él no puede tener el proyecto de todos los colores que va a emplear en la obra que comienza; la idea le viene a medida que hace; en rigor, habría que decir que la idea le viene después, como al espectador, y que, él es también un espectador de su obra mientras está naciendo. Y ahí está lo propio del artista. Es preciso que el genio tenga la gracia por naturaleza y se asombre él mismo. Un bello verso no se le piensa primero, para hacerlo después; sino que se le aparece hermoso al poeta, y la estatua hermosa va mostrándose hermosa al escultor a medida que la hace; y el retrato va naciendo bajo las pinceladas. La música es aquí el mejor testigo, porque en ella no hay diferencia entre imaginar y hacer; si pienso, es necesario que cante. Lo cual no excluye ciertamente que se forme la idea de cantar para la memoria de un héroe, o para unas bodas, para celebrar los bosques, las cosechas o el mar; pero esa idea es común al músico mediocre y al verdadero músico, como la fábula de Don Juan es común a Molière y a otros, como Esopo es el modelo de tantos fabulistas, como un modelo a pintar es modelo. El genio sólo se conoce en la obra pintada, escrita o cantada. Así, la regla de la belleza no aparece más que en la obra, y en ella queda cogida, de suerte que ella no puede servir nunca, de ninguna de las maneras, para hacer otra obra

(Système des beaux- arts, c.7: De la matière).

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