Violeta de León Benítez
Escritora

Los toquidos resuenan por toda la casa. Mi madre se levanta asustada y entreabre la puerta. Entonces aparece la punta de un arma con la que un hombre de chumpa y corbata la empuja sobre el sillón. El hombre le grita, la insulta. Entran más hombres de chumpa y corbata, unos cuatro o cinco. Lo registran todo, abren gavetas, puertas, revisan el patio. Escucho los gritos de Cleri, mi perrito, parece que lo golpearon.

Ahora los hombres entran en el dormitorio de mis tíos -ninguno de mis tíos sobrepasa los dieciocho años-; los hombres exigen que levanten las manos y se peguen a la pared. Mamá me abraza con fuerza y se coloca en la puerta de la calle. Ella, más serena, contesta todas las preguntas de uno que parece ser el jefe, porque tiene el arma más grande. Por fin creo saber lo que sucede: los hombres de chumpa y corbata buscan a papá… Amanece en la ciudad de Guatemala. Es un día de marzo de 1962. En el comedor, mamá, con un rosario en las manos, bebe el té que le ofrece una amiga. Durante la madrugada he escuchado conversaciones en voz baja, llamadas telefónicas, vecinos y familiares entrando y saliendo. Todos hablan de cosas que, por más esfuerzo, no logro comprender -y todo por tener solo cinco años-. Las frases son como rumor: “lo traicionaron”, “es por la asociación”, “huelga de hambre”, “tiene que huir, lo pueden matar”, “los judiciales querían una foto”, “en el periódico dice…” Y yo que no puedo leer el periódico, solo mi Barbuchín. Lo único que entiendo es que los hombres de chumpa y corbata dejaron todo en el suelo, que mi casa es un desorden, que mi madre está sufriendo. Presiento que yo también estaré triste por mucho tiempo. Además, mamá ha dicho que hoy no iré a la escuelita porque… porque no. Han pasado varios meses desde aquella madrugada. Papá no ha vuelto a venir desde entonces, en cambio ellos sí. Los hombres de chumpa y corbata han venido dos o tres veces más. Han vuelto a golpear a Cleri, a insultar a mamá y a mis tíos. La última vez querían una foto de papá, pero mamá la escondió entre su blusa. A mi padre lo he visto algunas veces. A veces mi tío Ernesto me sube a un bus, enfrente de la biblioteca; allí viene papá, nos abrazamos unas cuadras y luego me bajan en la dieciocho calle; allí me espera abuelito. Un domingo fuimos al zoológico y allí me dejaron en la puerta, cerca del hipopótamo. Cerca estaba papá, estuve todo el día con él, subí a las lanchitas, tomamos sopa y en la tarde, tío César llegó por mí. Otras veces papá sube a un cerrito que está frente a la casa -el Mongoi-. Desde allí, a los lejos, agita su pañuelo blanco y yo lo saludo desde la puerta de la casa. Bueno, no solo yo, también Cleri y mi muñeca Flora lo saludan, mientras mamá llora en la sala. Hoy es nochebuena. Abuelito y mis tíos convencieron a mamá para hacer ponche y pastel. Ella se ve muy triste, también Flora y yo. Estamos en la sala, frente al nacimiento, esperando las doce. Tengo sueño, pero no pierdo la esperanza de que llegue Santa. Aunque mi madre ha dicho que esta vez, aunque yo no haya cortado las violetas de doña Ana, Santa quizá no vendrá. Comienzan a sonar los cohetillos, mamá me abraza como todas las noches desde marzo. Mis tíos aparecen con una muñeca grande, casi de mi tamaño. Ella me sonríe mientras trato de cargarla. Pero faltaba una muñeca. Por fin la puerta de la calle se abre, entra una muñeca pequeña, con pelo y sin zapatos; detrás de ella viene papá. Estallo de felicidad. Después de todo, Santa cumplió mi deseo: ver a papá esta navidad. Cuando desperté el 25, papá ya no estaba, pasó más de un año para que volviera. Y tuvieron que pasar muchos años para que yo entendiera el motivo de su ausencia. Lo que no se puede comprender nunca es que, a una persona justa y honesta, la quieran matar por defender a los demás…

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