Primera Parte

Fernando Mollinedo C.
Historiador y Columnista Diario La Hora

“Es costumbre general de casi todos los escritores que visitan algo á la ligera algún país americano, verlo todo á través de un prisma color de rosa. La novedad de los sitios y de las costumbres, el encanto de una caprichosa y exuberante vegetación y la despreocupación característica de todo aquel que viaja por placer, predisponen el ánimo á la benevolencia.

Y rodeados casi siempre, durante su corta permanencia, por la clase más afortunada del elemento extranjero y de todo lo que hay de más selecto en la sociedad local, sólo conocen lo mejor, y les falta tiempo y ocasión para conocer y estudiar las llagas y la verdadera naturaleza del país”. Tommaso Caivano. “La verdadera Guatemala” 1895.

Nuestro presente no es un invento o creación, desde que tenemos conocimiento personal y colectivo de la vida diaria; somos el fruto cultural de miles de años transformados en costumbres, hábitos, rutinas, tradiciones, ritos y prácticas de acciones o conductas diarias; es decir, de nuestra cultura.

Como guatemaltecos, llevamos una vida que practicamos todos los días o eventualmente conductas apropiadas de acuerdo con lo que nos fue enseñado, inculcado o sugerido desde nuestra niñez hasta la edad adulta: los usos sociales marcados o definidos por la sociedad, la religión o bien por conductas adquiridas por imitación que son de uso diario.

Para conocer algunos pormenores de nuestra vida diaria, les entregamos esta investigación que nos muestra algunas facetas de nuestra idiosincrasia y su desarrollo a través del tiempo; es decir, el por qué nos comportamos de manera determinada ante circunstancias establecidas, que pueden ser también por la presión social ante determinados grupos como congregaciones religiosas, centros de estudio o de trabajo, amigos íntimos o personas extrañas al círculo social más cercano.

Desde hace más de doscientos años, los viajeros extranjeros que incursionaron al país por diferentes caminos y propósitos nos dejaron escritas sus memorias de cómo era la vida diaria y normal en Guatemala hace dos siglos; aprovechamos parte de sus descripciones y a continuación se las compartimos.

1828. HENRY DUNN, inglés, de profesión educador durante veinte años en Londres, Inglaterra; realizó un viaje a la América Central, ingresó por Belice y entraron a territorio guatemalteco por “Manavique” (sic) que en ese entonces perteneció a la provincia de Yucatán; acompañado de su esposa y una comitiva compuesta por cuatro hombres ingleses armados con un par de pistolas en sus fundas y un cuchillo en su cintura; tres sirvientes con provisiones y uno o dos arrieros o muleteros con una recua de cincuenta mulas cargadas.

Navegaron por río Dulce hasta llegar al puerto de Izabal, pueblo situado en la margen sur del lago; que consistió en unos sesenta a setenta ranchos levantados al pie de una de las montañas, construidos con caña silvestre y cubierto con hojas de los árboles de la bahía, tres casas y un cabildo o casa de juzgados Fue una especie de estación de embarque para las mercaderías que pasaban de Belice a Guatemala; allí eran cargadas en mulas para llevarlas a través de las montañas llamadas del Mico al puerto fluvial del Río Motagua de Gualán.

Las personas más importantes (mercaderes, autoridades, eclesiásticos, entre otros) viajaban en bestias de silla o en sillas de mano cargadas por indios de los pueblos situados en el trayecto, quienes estaban obligados a prestar tal servicio. El transporte en una bestia de carga era el más caro y el pago de un indio cargador era el más bajo.

LA POBLACIÓN RURAL DEL ORIENTE. Los habitantes de los ranchos por donde descansaron generalmente fueron de carácter honrado y pasivo excepto cuando estaban bajo la influencia de licores intoxicantes como una bebida espirituosa llamada “pesso”, la cual era fabricada de corteza de limas y maíz; al fermentarla se le agregaba miel de abejas. Subsistían únicamente del maíz.

En los ranchos no había muebles, algunos tenían una hamaca que se consideraba un lujo, la costumbre era dormir en petates sobre el suelo; molían maíz entre dos piedras hasta formar una pasta mezclada con agua, pero sin sal; la que después moldean en forma redonda, la hornean, éstas tienen un sabor desabrido a la cual le llaman tortillas. En apariencia no dejan de ser como los cakes ingleses de cereal.

La población que habitaba en los ranchos profesaba la religión católica romana, y estaban bajo la supervisión de un religioso que visitaba las casas dos o tres veces al año con el propósito de administrar confesión y absolución. Al llegar a Gualán, pese a ser un pueblo de tamaño considerable, era el único en importancia entre Izabal y Guatemala; constaba de una plaza, un mercado y una iglesia limpia. Todas las casas eran bajas, consistentes en un solo piso, con paredes repelladas de blanco y techos de teja roja, fuertes ventanas con balcones de madera, la mayoría.

No existió para esa época un mesón o casa separada para albergar a los viajeros, la mayoría de las casas en Gualán consistieron en dos habitaciones separadas una de otra por una ligera partición de madera; una mesa redonda con sillas de madera, dos hamacas colgando en el corredor, los cubiertos de mesa eran de plata y dos lámparas que pendían del techo; todo esto hablaba de un país que había sido rico en metales.

Los habitantes de Gualán estaban compuestos por agentes y empleados en el transporte de artículos de Omoa e Izabal a Guatemala y viceversa; cerca del pueblo hubo dos minas, una de oro y otra de plata cuyos dueños no tuvieron dinero para su explotación. El cura de Gualán fue un escocés generalmente indiferente y la iglesia estaba descuidada.

Al salir de Gualán, llegaron al pueblo denominado San Pablo, prosiguieron a la aldea Ampú lugar donde vieron ganado vacuno pastando y en seguida, arribaron a Chimalapa cuya población estuvo ubicada a la vera del río Chimalapa en jurisdicción municipal actual del municipio de Cabañas, en Zacapa; sus habitantes eran indígenas y sin instrucción.

Llegados a Guastatoya se ubicaron en una casa que brindaba más comodidades, amueblada con sillas, puertas y dos sofás antiguos tallados en madera de caoba. En el patio se encontraban una gran cantidad de gallinas, pavos y vacas lecheras; había también un telar donde tejían con telas de algodón. En este lugar muchas personas sufrían del bocio o güegüecho posiblemente por alguna propiedad del agua que bebían (actualmente se sabe que es una protuberancia de la glándula tiroides por falta de yodo en la alimentación).

Prosiguieron camino y llegaron a la aldea San José y al cruzar unas barrancas de pinos y araucarias sobre una meseta, divisaron la ciudad de Guatemala, a la cual ingresaron bajando un barranco y pasando por un ordenado puente de piedra sobre el Río Las Vacas, (lugar donde estuvo el Guarda del Golfo, hoy cementerio Las Buganvilias) subiendo para estar en la periferia de la ciudad.

LA CIUDAD DE GUATEMALA. 1828. La ciudad de Guatemala fue la capital de las Provincias Unidas de Centro América, ubicada en el plano de la Virgen el cual tiene cinco leguas de diámetro y forma parte del valle de Mixco.

Contiene como sesenta manzanas cuadradas de casas formadas por la intersección de sus calles cortadas en ángulo recto; los lados de estas manzanas varían de 150 a 350 yardas; en los lados de los suburbios, se han ido edificando otras casas, pero sin tomar en cuenta su uniformidad.

La ciudad tenía una apariencia melancólica por la forma en que fueron construidas las casas, consistentes de un solo piso y ocupando grandes extensiones de terreno, presentan las paredes encaladas con techos rojos de teja, con una u otra ventana resguardada por balcones con fuertes barrotes de hierro y macizas puertas de doblarse (hojas) tachonadas con clavos de cabeza ancha, lo cual le da una atmósfera de ciudad desierta.

Los edificios públicos son numerosos y consisten en una universidad, cinco conventos, cuatro monasterios, una catedral, cuatro casas parroquiales y quince iglesias; una Tesorería, Casa de la Moneda. Hay una academia de dibujo que tiene como diez alumnos.

Lo que distingue a Guatemala de otras ciudades son los numerosos acueductos y pilas para la distribución del agua en toda la ciudad la cual nace en el sur este y es conducida por medio de tuberías a doce o más alcantarillas desde las cuales es llevada a las casas, a las pilas o depósitos de piedra y ladrillo.

LA POBLACIÓN DE LA CIUDAD. Para 1828 se consideró que eran aproximadamente 35,000 personas, incluyéndose a los descendientes de negros e indios, de blancos e indios, de africanos denominados mulatos sin embargo algunas veces son llamados mestizos o ladinos.

Los europeos orgullosos de su sangre castellana miraron con absoluto desprecio a los nativos, a quienes consideraron sus inferiores en ilustración e industria como en el ejercicio de las virtudes domésticas. Sin embargo, los descendientes de españoles que adquirieron grandes fortunas por medio de monopolios fueron educados en un ambiente de indolencia y negligencia en los negocios y con mucha frecuencia disiparon su cacumen mental en las mesas de juego.

Las familias más acaudaladas, algunas de las cuales compraron títulos de nobleza, obtuvieron tal calidad por sus obsequios, dádivas y atenciones con que ganaron la complacencia de los virreyes, a través de los cuales gobernaron a su antojo y sin pena de control alguno. Las mujeres ladinas contraían matrimonios muy jóvenes y a los 45 años se consideraban ancianas; los hombres a los 55 años exhibían un grado de decadencia física y mental en comparación con los patrones de salud europeos de la época.

DESCRIPCIÓN DE UNA CASA. 1828. La entrada está resguardada por un par de hojas dobladizas y dejan a la vista un primer patio cuadrado en el centro del cual se halla un naranjal cubierto de flores o en algunos casos una fuente de agua; alrededor del patio un corredor que se alza a como a un pie del nivel del piso del patio y con el techo sostenido por pilares de madera.

Bajo este corredor se encuentra de seis a ocho puertas que son las habitaciones interiores, cada una con comunicación con las demás. La primera puerta es la sala amueblada con diez o doce sillas, un sofá, un petate al frente como alfombra y dos pequeñas mesas en los extremos sosteniendo la imagen de algun santo cuidadosamente guardada dentro de una urna de vidrio. Las paredes blanqueadas encaladas, lámpara engarzada pendiente del tapanco o tabanco y el piso como el del resto de la casa es de ladrillo de barro rojo.

La próxima puerta resguarda el dormitorio principal integrado por una cama de madera, un gran armario de caoba, un aparador con puertas de vidrio en el cual podrá verse cuidadosamente arreglada toda la china la cual es considerada tan valiosa como la antigua vajilla de plata. En la pared, pende un cuadro de la imagen del Salvador sobre la cruz y en la esquina una pequeña mesa sosteniendo la imagen de San José o la Virgen.

La próxima habitación era el comedor con una gran mesa de madera de encino con siete u ocho sillas corrientes de madera; luego se encuentra la cocina con un gran horno ovalado en la esquina y en el centro una mole de ladrillo de tres a cuatro pies de altura (poyo) con seis o siete hornillas para fuego de carbón; seguidamente se encuentra el segundo patio con una gran pila y al fondo de éste el establo y otra pila para uso del ganado. El resto de las habitaciones son ocupadas de acuerdo con la propiedad o familia del dueño”.

PRESENTACIÓN

El recuento histórico que nos propone el texto principal de Fernando Mollinedo va más allá de la nostalgia.  No se trata de ver atrás para suspirar por “Cómo era Guatemala hace 190 años”.  El propósito consiste en la revisión de los acontecimientos del pasado en razón de justicia que rescate lo olvidado y reescribir los hechos con frecuencia tergiversados a voluntad.

Es un texto que coincide con el espíritu de aquel compendio propuesto por Julio Pinilla Seoane, titulado, “La ilustración olvidada”, en la que el autor saca de las penumbras a filósofos ilustrados impunemente relegados.  Con ese ánimo, Mollinedo ofrece su material en busca de un acercamiento diferente.

Su propósito lo establece en el siguiente párrafo:

“Para conocer algunos pormenores de nuestra vida diaria, les entregamos esta investigación que nos muestra algunas facetas de nuestra idiosincrasia y su desarrollo a través del tiempo; es decir, el porqué nos comportamos de manera determinada ante circunstancias establecidas, que pueden ser también por la presión social ante determinados grupos como congregaciones religiosas, centros de estudio o de trabajo, amigos íntimos o personas extrañas al círculo social más cercano”.

Además del artículo anterior, ofrecemos a usted la segunda parte de la colaboración de Max Araujo centrada en la figura de William Lemus.  Reconocer la obra del doctor Lemus es un acto de justicia en el que se impone la reedición de sus textos y el examen crítico de un ejercicio benéfico para la salud de nuestra literatura.

Le invitamos a leer las demás propuestas del Suplemento.  Un saludo hasta su hogar y nos vemos puntualmente el próximo viernes. Hasta entonces.

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