Juan José Narciso Chúa

Para mi hermano y amigo Fredy Amìlcar Aquino Callejas

La vida es un proceso de aprendizaje constante, no importa la edad, no tiene que ver con la experiencia, es simplemente, la vida. Durante ese trayecto de la existencia, muchas personas se encuentran en esa jornada, pero pocas son aquellas quienes se quedan para siempre. Ese grupo privilegiado representa la legítima amistad, si, la amistad, ese lazo invisible que nos mantiene unidos a otras personas con quienes se recreó una amistad en el marco de la convivencia de un barrio, en las aulas de la enseñanza o en circunstancias propias de la vida.

La amistad nace ciertamente, pero también se eleva poco a poco, se construyen los vínculos, se refuerzan las coincidencias, se provocan los encuentros, se recrean los recuerdos, se potencializa la relación, principalmente, cuando las personas se apropian de ese sentimiento de amistad y se hace recíproco. No existen intereses, pues su génesis fue así, en medio de simplezas pero que con el tiempo se vuelven trascendentales.

Aquella chamusca inolvidable, aquella reunión, aquél grupo musical, aquella canción, aquella anécdota que no muere y se revive una y otra vez, para mantenerla vigente. Aquellas parrandas, aquellas fiestas, aquellos repasos, aquellas amigas, aquellos amigos que se quedaron en el camino. La convivencia intrafamiliar repunta la amistad y la afianza, así como la prolonga con la relación familiar, la amistad que trasciende con los hijos. Todo eso es parte de la vida, pero más allá de ello es convertirse en un pasajero permanente en el tren de la vida de otros.

Disfrutar de aquellos momentos propios de la existencia, esas memorias que amalgaman, que consituyen auténticos eslabones interrelacionados a lo largo de la vida. En este caso, quiero mencionar la fraternidad que se recreó alrededor de una amistad. Nos conocimos allá en el año 1973 en la Escuela de Comercio e iniciamos una jornada que se prolongó para siempre. En ese año coincidimos Fredy (Selvin), José (Chepe), Danilo (Sanchi), Juan Arturo (Shusha), Edgar Abraham (Plumas), Sergio (+), Julio Roberto (El Gordo) (+) y quien suscribe esta nota (Chicho).

Además del estudio, nos forjó la personalidad para la vida, cuando caminábamos eternamente por el Centro Histórico, con pocos centavos entre la bolsa, buscando el porvenir, pero divirtiéndonos alegremente, con asistir para ver los partidos de basquetbol al gimnasio Teodoro Palacios Flores, en donde se enfrentaban los equipos del Central, de Comercio, del Liceo, del Javier y otros.

Igual, los estudios, las tareas y las clases, nos condujeron a conocer las casas de casi todos, pero dos elementos fuera de las clases nos llevó a mantenernos en la casa del Plumas. Una, fue la “Abuelita”, así como el Plumas practicaba ping pong, deporte que no conocíamos pero la práctica permanente nos hizo buenos jugadores de este deporte. Así, llegábamos a Ciudad Nueva en la zona 2, a la primera avenida, enfrente del paraninfo y la casa de la Avenida Centroamérica, así como estudiábamos, no parábamos de jugar ping pong.

La vida en el Centro Histórico era tranquila y agradable. Asistíamos, con los pocos centavos que nos proporcionaban los papás, al Frankfurt de la sexta avenida, nos íbamos al parque central a ver patojas que buscaban abordar su bus en el Portal del Comercio, comíamos churros en la 8ª avenida y 9ª calle. En el año 1974, pasaron tres pasajes inolvidables. Chepe quien se dedicaba en sus tiempos libres a la fotografía, siempre cargaba una cámara y una tarde indolvidable, nos tomamos una foto que resultó icónica -aunque después lamentamos que Plumas la haya tomado, pues no aparece en la misma-, se convirtió en el símbolo de nuestro grupo y nuestra amistad.

El segundo recuerdo que ahora me viene a la mente, es que en ese año fue el estreno de la película El Exorcista y la fuimos a ver todos a la galería del cine Lux. El gentío era enorme y cuando quisieron abrir las puertas, la muchedumbre (nosotros incluidos), provocaron una estampida que terminó en entrar con los tickets en la mano.

Debo decir que la práctica de visitar galerías resultó en una práctica común entre nosotros, así fuimos a la del Palace, la del Capitol, la del Lux y otros cines del área. Estas visitas eran unas auténticas muestras surrealistas de un mundo que muchos conocimos hasta que lo vivimos ahí, cualquiera que haya asistido a una galería lo recordará.

El último recuerdo de ese año fue cuando terminamos el quinto año de perito, decidimos ir a comer, para lo cual pedimos dinero extra a los papás y nos fuimos a meter al Fu Lu Sho, ahí pedimos hamburguesas para todos y como buenos adolescentes, algunos nos comimos cuatro y otros hasta cinco.

Las visitas a las casas se hizo recurrente entre nosotros. Así fuimos a la casa de Chepe, allá en Montserrat, llegamos la casa de Danilo en Pamplona, fuimos a la casa del Gordo -aquél se dedicaba a reparar aparatos eléctricos-, en su negocio llamado El Atomo. Una vez una cliente le reclamaba algo al Gordo sobre un radio, al escuchar y regresar aquél al grupo, le hicimos la broma eterna que la señora decía que había llevado un radio y en su lugar había recibido una plancha.

Las fiestas del Central, de Belén, de Comercio y las mañanas deportivas resultaronn también momentos inolvidables, para bailar, para conocer patojas, para disfrutar la música de aquellos años. No se me olvida que nos quedábamos hasta que terminaban, pues no teníamos carro y por ello esperábamos a que amaneciera -varias veces terminamos en el Dairy Queen que estaba en la 7ª. Avenida y 12 calle-, para esperar que pasara la primer camioneta, que nos llevara a casa.

El Plumas tuvo acceso a un carro de su papá. Era una Opel roja, en la cual ya nos movilizábamos más allá de los confines que la caminata nos permitía. Antes de graduarnos fuimos a almorzar a las orillas del Lago de Amatitlán y una broma del Shusha, terminó en una carrera hacia el hospital para que le hicieran varias puntadas a Chepe.

La graduación fue memorable, fue en el patio de la Escuela de Comercio, en la mayor sencillez posible,oportunidad que tuvimos de saludar ya como graduados a profesores extraordinarios como Luis Alfonso Padilla, Cashé, Doña Grace y otros, a quienes agradecimos sus enseñanzas.

A partir de acá, la amistad no cesó, las reuniones fueron frecuentes e inolvidables. Varias hubo en la casa de Fredy que eran interminables e inolvidables, finalizábamos al amanecer despues de una vendimia exquisita, sin faltar el recuento permanente de las anécdotas de siempre, que nos llevaba a solazarnos y carcajeanos como si hubiera sido ayer.

Acá parafraseo a Enrique Gómez Carrillo cuando decía, palabras más, palabras menos: “el hermoso cielo azul y el discurrir de nuestra adolescencia” Esas tardes inolvidables, esas calles imperdibles, esos momentos memorables, se quedan para siempre y pasan a ser nuestros activos intangibles que nadie nos puede comprar ni regatear.

Sergio Mejía, era mi gran amigo del Central y con quien también nos mantuvimos unidos y por la misma relación se hizo amigo de mis amigos y también permaneció con nosotros. Una vez, nos juntamos en una cervecería -otra vez en el centro-, y llegamos Fredy, Danilo, Sergio y Shusha, este último llegó tarde y cuando nos vió con unas botellitas de cerveza, dijo, yo pongo la otra ronda. Nuestra sorpresa fue enorme cuando nos llevaron un pichel a cada uno. De ahí salimos alegres y Fredy tomó en contra de la vía, un largo trecho, afortunadamente no pasó nada.

Otra vez donde Fredy, nos reunimos cerca del Carnaval, todo era alegría, pero Iliana sacó unos cascarones y la cosa se volvió una locura, cuales niños nos dedicamos a estrellarnos todos los cascarones posibles. Fredy sigilosamente se fue a su refrigeradora sacó un huevo y en la algarabía y el desorden, se lo quebró a Sergio Mejía. Inolvidable.

Shusha se fue a vivir a Estados Unidos, por lo tanto, sus visitas eran menos frecuentes. Sin embargo, Chepe, Sanchi, Fredy, Plumas, Sergio y yo, nos seguimos reuniendo constantemente. Hoy la vida, nos lleva a una difícil situación, pues llegamos todos a enfrentarnos a una enfermedad que se nos atraviesa entre nosotros y nos hinca una dolorosa espada en nuestros espíritus e igualmente nos tiene el alma en vilo.

Nuestro querido hermano Fredy, pasa por un momento delicado. Sabiendo lo grave de la situación hemos buscado la oportunidad para reunirnos, con todas las medidas de seguridad y prevención posibles, para celebrar su cumpleaños. Tengo que ser franco a Fredy le sobró la entereza y a mí me faltó el valor, cuando aquél hizo el brindis por nuestra vida juntos, mientras yo no pude replicar nada. Por todo ello quiero partir de una frase que escuché en una película, pero a la cual agregó algo muy mío: No quiero aprender a perder a mis amigos, no quiero aprender a perder la presencia permanente de mi amigo y hermano Fredy Aquino, no puedo, no quiero y no lo acepto, cuando pienso esto que escribo ahora, mi café terminó con el sabor amargo de mis lágrimas y mi corazón roto…

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