Adolfo Mazariegos
Escritor y académico

Los actuales días de pandemia están dejando, sin duda, lecciones muy claras y contundentes de cara al futuro de la sociedad global a la que todos pertenecemos nos guste o no, tanto en lo político y social, como en lo económico, financiero y cultural…, y, cómo no, en el uso de la tecnología para el control social…

De la cultura y la política

Al revisar las estadísticas de cómo la pandemia de Coronavirus (COVID-19) está afectando al mundo, es menester también, para intentar entender mínimamente el fenómeno en términos de cuál podría ser el futuro global, observar cómo los Estados están actuando en función de salvaguardar la salud de sus ciudadanos, sus economías, y la vida ―en términos generales― de sus respectivas sociedades. Resulta interesante ver que Asia, a pesar de que fue el punto de partida para la propagación del virus, ha presentado un tratamiento de la situación que, al parecer ―por lo menos de momento―, ha resultado ser más eficiente que el que se ha adoptado en Europa, Estados Unidos y América Latina (sin mencionar la parsimonia con que han actuado algunos líderes políticos y cabezas de Estado).

Pero ¿en dónde puede buscarse esa diferencia de tratamiento, y por qué?… Si lo analizamos desde una perspectiva cultural, podemos notar que los asiáticos responden en gran medida a una tradición cultural de siglos que, de alguna manera, se ha mantenido casi intacta hasta la actualidad, tradición cultural que bien podría ser el punto de partida para entender por qué la ciudadanía tiene, más que en otras latitudes, un mayor respeto y confianza en sus autoridades, y en las decisiones que estas eventualmente adopten a nivel político. Por ello, con base en lo que se observa en esa tradición de siglos, puede inferirse que la cultura de Asia tiende a ser más solidaria en términos de la conveniencia social en el marco de la dicotomía individuo-colectividad, lo cual no se observa de la misma manera en Occidente, en donde una característica distintiva es, más bien, la búsqueda de la individualidad.

Ahora bien, visto desde una óptica política, no deja de llamar la atención en términos de democracia, un hecho evidente: si Asia ha logrado controlar con mayor eficiencia la pandemia, en gran medida se debe a la toma de decisiones y disposiciones autoritarias que no han sido cuestionadas ni puestas en discusión por la ciudadanía (o muy poco), lo cual, como se apuntó, encuentra sustento en esa tradición cultural en tanto condición colectiva; lo cual, dicho sea de paso, puede ser aprovechado de distintas maneras hoy día por los autoritarismos más allá de las ideologías. En tal sentido, es innegable que dicho autoritarismo, a nivel político (aunque no con exclusividad, por supuesto) puede encontrar actualmente en la tecnología, con mucha facilidad, una herramienta o mecanismo de dimensiones nunca antes vistas, en función de mantener el control social según determinado interés o intereses, control que se traduce, como resulta bastante obvio, en un control que puede llegar a ser casi absoluto ―si no absoluto― en distintas áreas de la vida humana en sociedad.

Como bien sabemos, países como China, Japón, Corea (e incluso India), están avanzando rápidamente en distintos campos tecnológicos como la Inteligencia Artificial, robótica, telecomunicaciones, identificación facial, viajes espaciales, etc., lo cual puede darnos una idea de cómo y cuáles pueden ser los efectos posteriores de un fenómeno como el que actualmente enfrenta el mundo y cuál podría ser el futuro de la humanidad en los próximos años, si lo vemos desde la perspectiva del uso de la tecnología para la realización de ese control social que podría llegar a ser extremo en tanto ejercicio de poder.

De la tecnología y el control social

El avance tecnológico no puede detenerse, es parte de ese desarrollo natural de la humanidad en tanto que esta siempre buscará ir un paso más allá, tal como la historia va demostrando incuestionablemente a través del transcurrir del tiempo. Tampoco puede prohibirse que dicho avance suceda, no sería posible (aunque en algunos casos, quizá el uso de ciertas tecnologías sí). En tal sentido, no es un secreto, aunque haya quienes prefieran no verlo así o no hablar al respecto, que tales tecnologías han sido utilizadas y siguen siendo utilizadas actualmente por los gobiernos, por las grandes empresas del mundo, y hasta por grupos (y a veces individuos) al margen de la ley a lo largo y ancho del planeta, en función de satisfacer determinados intereses que, eventualmente, podrían no ser precisamente en beneficio de la vida humana, sea esta colectiva, sea individual.

Hoy día existe en distintas partes del mundo, cierta preocupación en algunos sectores por el uso que de dichas tecnologías pueda hacerse en un momento dado. “Es espeluznante lo que están haciendo […], a falta de una ley de privacidad muy fuerte, todos estamos arruinados” asevera, por ejemplo, el profesor Al Gidari de la Universidad de Stanford en California (Citado en: “App pone en entredicho idea de privacidad”. Artículo de Kashmir Hill en The New York Times, edición del 25 de enero de 2020), refiriéndose al tema del reconocimiento facial del que ya puede disponerse (aunque aún se perfecciona), como poderosa herramienta para reunir fotografías en línea de cualquier persona que aparezca en la web. Eso ya es posible, y es solamente un ejemplo de lo que podríamos enfrentar muy pronto como sociedad (en términos globales) de acuerdo con la tendencia observada de forma acelerada durante los más recientes pasados años. Las nuevas aplicaciones cuyo objetivo es la realización de identificación facial a través de Inteligencia Artificial y de algoritmos capaces de reconocer con singular precisión, a cualquier persona cuyo rostro aparezca en Internet, sea a través de redes sociales, sea a través de bases de datos, sitios y/o cámaras de video gubernamentales o privadas, es ya una realidad.

No es necesario ser alarmistas o exagerados, es pura cuestión de sentido común, y no es necesario tampoco imaginar escenarios de un futuro distópico a la manera de Orwell o de Huxley, para darnos cuenta de las consecuencias que podría acarrear el uso inadecuado, indebido o mal intencionado de las nuevas tecnologías que, casi con seguridad sucederá (lo cual, en honor a la verdad, tampoco es algo nuevo en términos históricos del ejercicio de poder). Usualmente, el uso de la tecnología va más allá de lo que quizá podemos apreciar a simple vista, puesto que su trascendencia, las más de las veces, suele ser de alcances mucho más considerables y perdurables en el tiempo y el espacio. Y el cuestionamiento, en tal sentido, se transforma en inevitables incógnitas que surgen con respecto a cómo, quién, y, sobre todo, para qué hace o puede hacer uso de dichas tecnologías en un momento dado de acuerdo con el avance continuo y sofisticación de estas.

Un caso que puede ilustrar esta realidad y que podría ser un indicio de cómo y con qué fines podría ser utilizado el reconocimiento facial, es lo ocurrido precisamente en China, poco antes de que la bomba de la pandemia moderna explotara en todo el mundo: “se utilizó software de reconocimiento facial […] para identificar y avergonzar públicamente a una residente por conducta no civilizada” (Véase: “Para avergonzarla por su piyama rosa”. Artículo de Robb Tod en The New York Times, edición del 02 de febrero de 2020). Un episodio en la historia humana que sin duda pone sobre la mesa el debate de la seguridad y la privacidad en el marco del ejercicio del poder, tanto en las esferas gubernamentales como en las privadas indistintamente del régimen político del Estado en el cual se aplique, tal como lo demuestra el hecho de que, mientras eso ocurría en Asia, en la ciudad de San Francisco, en California, la aplicación Clearview empezaba a crear suficiente polémica y controversia en un sentido similar: “basta con tener una foto de una persona y subirla a la aplicación para poder ver imágenes públicas suyas junto con enlaces al sitio de origen de dichas fotos. El sistema se compone de una columna vertebral con una base de datos de más de tres mil millones de imágenes que Clearview afirma haber obtenido de Facebook, YouTube, Venmo y millones de otros sitios web” (Véase: “The Secretive Company That Might End Privacy as We Know It”. Artículo de Kashmir Hill. The New York Times, edición del 18 de enero de 2020). Toda esa vorágine tecnológica, cuyos alcances son quizá difíciles de entender de momento, hacen recordar, como se apuntaba líneas arriba, a Orwell, Huxley, y las distópicas predicciones de sus obras de ficción, pero también a polémicos autores como Bentham y su controversial idea del Panóptico…

De los modelos actuales y de los días futuros

Es innegable que la pandemia que hoy afecta al mundo ha desnudado realidades que van más allá de los efectos del mismo coronavirus en sí. En algunos casos ha puesto de manifiesto la bondad y generosidad de muchas personas, pero en otros tantos (casos), también ha propiciado que se deje ver una poco agraciada y negativa cara del actuar humano: xenofobia, racismo, discriminación, exclusión, etc. No obstante, y ciertamente, está dejando lecciones muy claras y contundentes de cara al futuro inmediato de la sociedad global a la que todos pertenecemos nos guste o no, tanto en lo político y social, como en lo económico, financiero y cultural.

Es evidente que muchas cosas han empezado a cambiar abruptamente en la vida cotidiana de las personas en todo el mundo, y muchas otras irán cambiando sin duda conforme avancen los días que se avizoran inciertos. Otras tantas más, sin embargo, será necesario repensarlas y replantearlas en función de satisfacer las demandas y exigencias que la forma de vida a la que tendremos que hacer frente en breve y sus efectos colaterales, irán haciendo su aparición, sobre todo porque resulta claro que cuando ocurre un fenómeno como el que nos ocupa, muy difícilmente puede decirse que se está realmente preparado para enfrentarlo. Las evidencias a lo largo y ancho del mundo en tal sentido son más que elocuentes. Los precarios sistemas de salud en muchos países se resienten y se desbordan; incluso países del llamado “primer mundo” padecen tal desbordamiento y lamentan la inminente recesión económica que se avizora inexorable a la vuelta de la esquina.

Por tal motivo, resulta necesario repensar los modelos en los cuales se basa la vida de los Estados actuales. Toda crisis es una oportunidad, sin duda (en el mejor sentido de la expresión, en términos sociales), una oportunidad para aprender de los errores y para ver hacia adelante con la convicción de que las cosas pueden ser mejores para todos. La pandemia que enfrentamos como conglomerado no cambiará el actual sistema global ―esos cambios no suceden de la noche a la mañana―, pero sí hará necesario el replanteamiento de algunas ideas y la necesidad de repensar los modelos en que se basa el funcionamiento de los Estados tal como los conocemos hoy día (lo cual, sin duda ocurrirá). Uno de los cambios más drásticos y notorios que veremos en muy corto plazo, más allá de los efectos en la economía, los sistemas sanitarios o el trato personal, estará relacionado, seguramente, con el aumento del uso y aplicación de la tecnología en la vida cotidiana, y el control social.

PRESENTACIÓN

Vivimos tiempos en los que las distopías han dejado ser un género literario para convertirse en realidad. Lo verificamos como testigos privilegiados de cambios que más parecen ciencia ficción. Y no es que en muchos casos estar en primera línea nos llene de felicidad, sobre todo cuando constatamos la destrucción del mundo y la carrera desbocada hacia la degradación de lo que nos circunda.

No transitamos necesariamente hacia el progreso. Desde hace muchas décadas lo sabemos. El famoso “desencantamiento” del mundo, lejos de humanizarnos para la asunción de lo alterno desde la secularidad, nos ha condenado a la repetición. He aquí que vivimos en un neo medioevo afanados en transustanciar lo profano inaugurando renovados cultos: a la tecnología, la inteligencia artificial y la genética.

De estas distopías es a la que se refiere Adolfo Mazariegos con su “Días de pandemia… Y los días futuros”. Su texto es un examen de lo venidero, a partir ya no de promesas, sino de realidades gestantes. De modo que, por ejemplo, el relato de Orwell en 1984 se realiza a pasos agigantados en virtud de las políticas de pérdida de la privacidad extendidas casi en todos los países.

Sobre las transformaciones sociales, nuestro autor advierte lo siguiente:

“Uno de los cambios más drásticos y notorios que veremos en muy corto plazo, más allá de los efectos en la economía, los sistemas sanitarios o el trato personal, estará relacionado, seguramente, con el aumento del uso y aplicación de la tecnología en la vida cotidiana, y el control social”.

El llamado ético al que invita el ensayista se impone, no solo por las consecuencias deshumanizantes que comporta el ejercicio sin referente ni límite de las sociedades, sino por la necesidad de diseñar nuevos sistemas a partir de relatos epistémicos inclusivos y tolerantes. Una cultura en el que el bienestar, la protección de la vida y el respeto a la libertad sea una realidad.

Artículo anteriorCapacidad Estatal y derechos individuales: ¿Es la pandemia la evidencia del fracaso de los Estados de bienestar?
Artículo siguienteCCJ decidirá sobre integración de Tribunal de alto impacto