Jorge Carro L.
Durante 80 años, aproximadamente, Lector de Tiempo Completo.

“Si van a hablar mal de mí, avísenme. Sé cosas terribles de mí que les podrían interesar.”

Groucho Marx

Hace 87 años, precisamente un 13 de febrero de 1933, con la colaboración de mis padres, nací 20 años después de mi hermano Héctor, en la Maternidad del Hospital Rawson de Buenos Aires. Pocos años después con la ayuda de mi hermana Lola (22 años mayor) aprendí a leer, con la ayuda del diario “La Nación” y algunos libros que descansaban en lo que quedaba de la biblioteca de mi papá, viejo anarquista que no tuvo mejor idea que marcharse para siempre, cuando (yo) sólo tenía apenas 4 meses.

Cuentos de Horacio Quiroga y Mark Twain, y viajes de Enrique Gómez Carrillo y Pierre Loti, se “instalaron” en mí, noche tras noche, antes de dormir, mientras por LR1 Radio El Mundo, concluían a las 20:30, “El Glostora Tango Club” y “Los Pérez García”.

Y a pesar de no ser estonio – que son los europeos que más tiempo pasan al día leyendo libros, con 13 minutos, según un estudio de la Oficina Europea de Estadística (Eurostat) realizado entre los años 2008 y 2015 -, ni polaco y ni finlandés, que solo pasan 12 minutos leyendo libros; ni húngaro, con 10; ni griego, con 9; ni luxemburgués, alemán o turcos, que solo pasan 7 con un libro en la mano, acaso leyéndolo; ni soy austríaco, italiano o rumanos que por lo menos pasan 5 minutos al día leyendo.

Y sin duda, vaya suerte la mía, la de no ser francés, ya que son los “cultos europeos” que menos tiempo dedican a la lectura de libros al día, con apenas 2 minutos.

Leer no es vivir, es cierto, pero es una de las mejores formas de estar vivos, que no estamos solos.

Leer es un ejercicio nutriente, pues nos educa y nos hace más libres. Los libros son un bien y es posible que te vas a sentir identificado con esos libros que son fotografías del alma.

Creo en el poder sanador de los libros: mis 87 años de juventud acumulada lo demuestran. Por lo que propongo probar los beneficios de la biblioterapia, término que  ha sido definido por Russell y Shrodes como “un proceso de interacción dinámica entre la personalidad del lector y la literatura-una interacción que puede ser utilizado para la evaluación de la personalidad, el ajuste y el crecimiento.” En el ámbito clínico, la dinámica de promover el cambio en un paciente lector puede incluir la identificación, proyección, introyección, la catarsis, y la penetración. Los médicos pueden utilizar la biblioterapia como una herramienta para el tratamiento del paciente, el diagnóstico médico y la prevención de las enfermedades relacionadas con la disfunción psicosocial, lo que permite una visión gradual y recíproca de las dolencias del paciente con el tiempo. La biblioterapia puede mostrar eficacia en los niveles intelectual, psico-sociales, interpersonales, emocionales y de comportamiento.

Los antiguos griegos sostenían que la literatura era psicológica y espiritualmente importante, solían tener un cartel sobre las puertas de la biblioteca que describen como un “lugar de curación para el alma”.

Nunca me importaron si los libros eran grandes o no: los he leído viajando en destartalados tranvías y en zizageantes buses. Los he acariciado (y los acaricio aún), olido su perfume sin preguntarme si la razón hay que buscarla en la ligninia (prima hermana de la vainilla); polímero presente en el reino vegetal y que en el caso de los árboles, los mantienen firmes. Muchos libros perfuman con esta suerte de vainilla que se potencia a medida que las hojas envejecen.

¡Lástima grande es que ya no es frecuente sentir ese perfume, debido al auge los inoloros libros electrónicos!…

Pero, ¿cómo lo pasan, cómo viven, los que nunca han abierto un libro?… Como lo dijo Gandhi, “si no lees no pasa nada; pero si lo haces, pasa mucho.”

Alberto Manguel – escritor, traductor, editor y crítico argentino – está convencido de que “no podemos vivir sin leer”. También habló sobre una supuesta desaparición del libro impreso, “los que dicen que el libro se ha acabado, que el libro impreso será reemplazado por el electrónico, que los ciudadanos no leen más, son necrológicos que no tienen sentido”.

“Ese muerto no existió, no existe y no existirá, la literatura sigue viva, los lectores siguen vivos porque necesariamente leemos para sobrevivir, somos animales lectores y de una forma u otra, siempre estamos leyendo libros, los que leemos la naturaleza, los que leemos el mundo, no podemos vivir sin leer […] somos los lectores los que creamos los clásicos, somos los lectores lo que damos la inmortalidad a las páginas que elegimos…”.

Por último, en estos mis primeros 87 años de juventud acumulada, asumo y declaro, que amo a los libros como amo a mis hijos y a un par de personas más.
Leer es mi forma de ser libre.

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