Miguel Flores

El área de exposiciones temporales del vetusto Museo de Arte Moderno Carlos Mérida se ilumina con la obra de Margarita Azurdia, una artista que como pocas, hizo de su trabajo artístico un lenguaje, con el cual salió por el mundo en busca de su ser. Una mujer polifacética que no fue comprendida a cabalidad en su tiempo, como ocurre con los grandes artistas, pero su obra sigue comunicándose con el público a varios años de su fallecimiento.

Ante la falta de estudios profundos, podría ubicarse en la cronología del arte actual guatemalteco como una de las primeras que crearon su propio lenguaje plástico. Estando en Nueva York crea una obra con evidentes intertextualidades de artistas estadounidenses que por la época en que llegó a esa ciudad tendían al Op Art, un tipo de pintura que gracias al color y la geometría agregaban a la obra de arte ciertos efectos ópticos. El ethos guatemalteco le hizo traer a su mente los tejidos de los trajes tradiciones del mundo indígena que ella conoció en La Antigua Guatemala. Magnificó su escala y los plasmó en lienzos inmensos y creó algo nuevo.

En su necesidad de expresión se adentró a la escultura, pero desde una nueva óptica, tanto en lo formal, como en los discursos que abordó. Azurdia dijo adiós a la visión del escultor pegado al mármol o al metal, empleó la mano de obra de los imagineros guatemaltecos bajo su dirección y los hizo crear algo nuevo. Ellos los que hacían niños dioses y ángeles, generaron ese impresionante cocodrilo cargado por mujeres, estas son esculturas modulares que usan sillas rústicas, redes, plumas, y flores.

Margarita sabía muy bien el efecto de su poder de designación como creadora. Sin duda un documento básico para conocer a esta artista es un número especial de la revista de la Universidad de Massachusetts que da cuenta de su “Homenaje a Guatemala”, una obra potente en pleno conflicto armado. Es una lástima que no aparezca en la bibliografía del cataloguito.

La última fase de esta artista se centra en el papel. En los años ochenta me expresó: “En París tenía un pequeño apartamento, ya no podía pintar grandes lienzos, ni esculpir, me tuve que conformar con el papel”. Esto no fue limitación para ella, generó realidades en forma sintética, sin la intensión de crear un mimetismo con la realidad, sumándole evidentes rasgos de una gran fuerza expresiva. En la exposición hay una obra que muestra como era su casa en La Antigua Guatemala, a la par de una cerería. Es un relato íntimo que comparte con el visitante, donde sus recuerdos de niñez afloran en el papel.

En un momento de su vida como artista destacada y por las deducciones en los discursos enunciados es notorio que a lo largo de su trabajo mutó a varias formas de expresión. Como pintora trasciende a la escultura, el movimiento del cuerpo, al cultivo de espíritu.

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