Hugo Gordillo
Escritor

Las ciudades vuelven a la vida y se dinamizan mucho más que en el tiempo de sus inicios, gracias a una burguesía emergente compuesta por artesanos y comerciantes profesionales. El feudalismo servil de pago en especie y tierrita, se ve forzado a convertirse en un feudalismo de pago con dinero. Cualquier pelagatos puede hacer fortuna bien habida o mal habida en las ciudades comerciales donde se seculariza la cultura. La educación ya no es exclusiva de los monasterios.

El burgués es libre como todo noble, aunque su origen sea tan plebeyo como el de cualquier criminal. El siervo se vuelve arrendatario en el campo o trabajador libre en la ciudad. La producción artística se mueve de los conventos a las logias, que son comunidades laicas de artistas y artesanos. La movilidad permite ser cantero, albañil, herrero, constructor, escultor o, como Guillermo de Sens, arquitecto de catedral gótica, reconocida como “el cielo en la tierra” o creación de la tierra prometida antes de llegar a ella.

La participación de hombres, mujeres, niños y ancianos picando, puliendo o transportando piedra durante años, ayudará a reducir el tiempo de sus almas en el purgatorio. Amén por la nueva Jerusalén. La catedral gótica edificada por más de medio millar de trabajadores, tiene pilares y tirantes, bóvedas de crucería (elemento creador en la génesis del Gótico) pináculos, ventanales de vidrio iluminados y el típico rosetón que causa un efecto luminoso fantástico. La estructura está apoyada por contrafuertes y puentes de piedra o arbotantes. Todo a base de ensayo y error, con sus respectivos derrumbes.

Desde que el sol empieza a ascender, la luz interior es más intensa y va creando el milagro sinfónico del día, como símbolo de lo que vendrá. Una catedral de estas no se puede apreciar a ojo de buen cubero, ni desde un solo lugar. Para apreciarla hay que moverse por distintos espacios. La arquitectura gótica es la primera expresión completamente bella desde el clasicismo greco-romano. Tanto enamora al mundo, que internacionaliza a los maestros de obra y renace en América en el Siglo XIX. Su escultura narrativa utiliza columnas esculpidas, así como retablos de madera y bronce con influencia románica. Una influencia que también recae en la pintura, cuyas obras tienen más luz y color con técnicas refinadas y el incipiente uso de la perspectiva en pintura mural, sobre vidrio, tabla y miniaturas.

Abundan los vegetales, no porque los artistas sean vegetarianos, sino porque simbolizan el Jardín del Edén. Su más destacado representante en pintura es el florentino Giotto, precursor del Renacimiento. Los ministeriales, que fueron los mercenarios de la divinidad, se vuelven nobles caballeros de Dios, con un estatus aristocrático que defienden a capa, espada y cruz, más que los nobles de origen. Como monos que bailan por la plata, refinan sus gustos en el vestuario, las armas y la vivienda. Así, aseguran su posición social de “cruzados” en la empresa papal reconquistadora de Tierra Santa.

Las virtudes caballerescas son: generosidad con los vencidos, protección al débil, cortesía, galantería y respeto a la mujer. Pero más allá del sistema ético caballeresco está el nuevo ideal amoroso y la forma de manifestarlo líricamente, lo cual responde a una cultura femenina. Femenina, no solo porque las mujeres se cultivan mientras los hombres van a la guerra y son las protectoras de los poetas en sus “salones” literarios, sino que ellas hablan por medio del poeta. El amor es educación, ética y experiencia de vida sensual y erótica. Ay de aquel que piense, hable o actúe contra la mujer, porque no solo la traiciona a ella, sino al amor como fuente de toda bondad y belleza.

Aquí nacen los hombres chillones que cuando proponen y les dicen no, lloran en público. No importa que la amada sea fea. El no correspondido tiene un modelo literario precioso que la representa. A esas mujeres cultas, poderosas, ricas y con dinero, los hombres les contemplan el alma a través de la sonrisa y los ojos claros. El modelo de mujer con piel blanca y cabello rubio llega para quedarse. Los hombres son masoquistas escribiendo o leyendo las primeras obras de la literatura moderna. Si no están en el purgatorio de Dante, se solazan en la salsa amorosa de Petrarca o se alborotan las hormonas con las historias eróticas de Boccaccio.

Se aburren de repetir los paisajes de las canciones de amor, hasta que estas se convierten en fórmulas vacías de esa poesía amorosa medieval y cristiana. Medieval por la aparición del caballero poeta, y cristiana porque es herencia de los monjes que se cartean con las monjas de claustro. Del culto a la virgen al culto a la mujer solo hay un paso. Con la proliferación de universidades nace el proletariado intelectual integrado por “vagans” clérigos bohemios rechazados por la Iglesia, trovadores y juglares errantes cultos o tan vulgares como cualquier huelguero de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

En esto radica la dualidad del gótico: entre lo religioso y lo profano, entre lo culto y lo inculto, entre lo amoroso y lo erótico, entre lo refinado y lo vulgar. Un dualismo que se justifica con las palabras del razonable Santo Tomás de Aquino: Dios se alegra de todas las cosas porque están en armonía con su esencia.

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