Guillermo Paz Cárcamo

Así le llamaban a Chavela Vargas los mexicanos que saturaban su corazón y vida con las canciones y la voz de Chavela Vargas. Había nacido en 1919 en San Joaquín de Flores, en esos años un pueblito rural de Costa Rica, antiguo dominio de la etnia Huetar, la más poderosa de esas tierras, antes que los españoles la invadieran. Fue un jueves 17 de abril de 1919, bautizándola con un largo nombre: María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano. Según la cuenta de los días de los Huetares, Chavela fue concebida por sus padres en el día del nawal 3 ak’b’al, así, es un ser de noche, ligada a los sentimientos del corazón, de carácter femenino, verbalmente hábiles y pueden ser Aj’qij. De hecho, a Chavela la llamaban en México la Chamana.

A los 4 años quedó ciega repentinamente, sus padres la llevaron con médicos conocidos, pero no la pudieron curar. Finalmente, desesperados, acudieron incrédulos a los conocimientos un ajq’ij, chamán les llaman, quien le devolvió la vista invocando a los abuelos, hierbas, frotaciones, sahumerios y fe. Unos años después, le dio polio y fue el ajq’ij huetar, con sus conocimientos ancestrales que le devolvió los pasos.

La gente y sus mismos padres decían que era una niña rara, no jugaba con muñecas, salía a media noche a contemplar la luna y mientras la miríada de estrellas caminaba por el firmamento soltaba lágrimas inconteniblemente mientras tarareaba canciones espirituosas, conmovedoras del alma y el corazón. Un día decidió quitarse las amplias faldas enfustanadas y acomodarse pantalones y poco después caminaba por el pueblito empantalonada y con un puro. Un escándalo que llevó a que sus padres la escondieran de las visitas y a veces del público.

Así que un buen día, hastiada y rota por la indiferencia del hogar y la chismografía aldeana, hizo un matatío con pocos trapos y monedas y con apenas 17 años se largó a México, cuya historia de la revolución, de Villa, Zapata, Ángeles, Fierro, alimentaban su espíritu y su afán.

Del pueblito perdido en el verdor de serranías, aterrizó en la gran urbe del D. F. de México. La jovencita quedó deslumbrada. Deambuló por sus calles, pero tenía que comer y guarecerse, así que comenzó a trabajar de gata (así les dicen a las empleadas domésticas en México), de costurera, en la venta de tacos, vendedora ambulante de baratijas, chofer e incontables otros quehaceres mal pagados. Pero persistía en tatarear y cantar las canciones de la época en las que brillaban Pedro Infante, Jorge Negrete, Miguel Aceves Mejía, Agustín Lara, Lola Beltrán. María Félix, Lucha Villa y un largo etcétera de luminarias de quienes Almodóvar dijo ser, una estirpe de las que ya no existen.

Cantaba en pobres bares y en la calle. Así que otro buen día estaba Chavela, guitarra en mano, cantando en una de las calles del D. F., cuando el cantautor José Alfredo Jiménez oyó aquella voz como desgarrada, sonora y con una tonalidad y estilo, que de inmediato apreció que era la voz que mejor podía interpretar sus canciones. Y así, por ese accidental encuentro, La Vargas comenzó su carrera profesional que la llevó a los grandes escenarios de México y a una vida bohemia. Con José Alfredo hicieron del famoso Tenampa su estancia que duraba días, entre tequilazos, cantares, composiciones y pláticas interminables.

Tómate esta botella conmigo/ y en último trago nos vamos/ quiero ver a que sabe tu olvido/… tómate esta botella conmigo y en el último trago me besas/… si algún día tal vez tropezamos/ no te agaches ni me hables de frente/ simplemente la mano nos damos/ y después que murmure la gente/ tómate esta botella conmigo y en último trago nos vamos.

Esta es una de las canciones de Jiménez, interpretada por Chavela, que le dio la vuelta al mundo. Sin embargo, quien le ayudó a modelar su estilo de cantar fue Cuco Sánchez, un cantar a manera de platicado, con altibajos en las tonalidades, a veces fino, a veces ronco como regañado, sin perder en la andadura del canto la musicalidad

Le dijeron al inicio que se pusiera tacones. Se negó. Se calzó huaraches, pantalón, camisa de manta y encima un sarape de tonalidades rojas, tal cual campesino mexicano. Al principio sola en el escenario, sentada de piernas cruzadas en el piso y una guitarra. Luego con el mismo atuendo y acompañada de dos guitarras, prácticamente cantando a capela, le dio un giro a la canción mexicana que se acompañaba del mariachi, así como a boleros y otros géneros que interpretó les eliminó el fondo orquestal. Ese fue un gran aporte a la interpretación porque al eliminar el acompañamiento el sentido de la letra tomó su real sentimiento. Por eso es por lo que Chavela dijo en una oportunidad; Esas canciones las hice para ustedes, no fueron los compositores. Fui yo.

Como se cuenta, Chavela tuvo muchos amores. Unos platónicos como el de Frida Kalo, otros apasionados, como aquel que luego de una noche de farra y despertar a su lado desnuda su pareja le compuso la famosa canción María Tepozteca.

Tepozteca linda, de pezón erecto, de zapote prieto/ Ojos de obsidiana, te parió tu madre tepalcate eterno/ Luna tepozteca, te pintó tu cuerpo con deseos nuevos/ Y en las madrugadas te mojas los muslos con el agua mansa de tus arroyuelos/… Ten cuidado María Tepozteca…

Otro buen día, o mal día, conoció a Arabella Árbenz Vilanova, que era novia del dueño del monopolio de Televisa, Emilio Azcárraga y se enamoraron. El Tigre, mote de Azcárraga, no soportó que Chavela de 45 años se enredara con su novia de 25. Indignadísimo, utilizando su poder hizo que expulsaran a Arabella de México y que Chavela fuera defenestrada de la televisión, radio, salas de espectáculos, disqueras y centros nocturnos.

Arabella a los pocos meses se suicidó y Chavela que ya venía empinando el codo, se sumergió en el abandono, el alcoholismo y desapareció. Tan fue así, que en un recital Mercedes Sosa dijo: Si alguien pasa por México que ponga de mi parte una rosa en la tumba de Chavela Vargas.

Otro día, esos de suerte, en un barcito donde cantaban aficionados, la dueña le dice a su hermana: allí está Chavela Vargas… No puede ser, está muerta… No, es ella, háblale. Le habló y ella le dijo: Si, soy la occisa. Comprobó que era La Vargas y entonces Chavela comenzó a cantar en ese bar acompañada de la incrédula hermana que era guitarrista clásica. 20 años habían pasado. Fue un éxito, el bar se llenaba, Chavela ya no tomaba y actuaba como una chamana resucitada que envuelta en un sarape rojo con los brazos abiertos como en un ceremonial mántrico, abarcaba el universo y un aura parecía iluminaba su tranquilo rostro.

Un amigo de Almodóvar la oyó cantar y se lo comentó. Este que, de joven, según dijo, lagrimaba oyendo las canciones de Chavela, la invitó a cantar en España. Fue en la Sala Caracol de Madrid, sala mítica, catedral e indicativa de la música más connotada del horizonte artístico, donde su canto volvió a escucharse para el mundo. París, Barcelona, Nueva York, etc. y su regreso triunfal al Bellas Artes de México, fue lo que siguió. Así se cumplió lo indicado por el nawal de su camino, 11 B’atz: son seres que tienen las habilidades del arte en cualquiera de sus manifestaciones.

Pero esta Chavela ya no era la misma del Tenampa y de botella por sentada. Decía: Perdí el alma en las cantinas. Ese dolor, esa angustia de estar aquí y no estar aquí. Y a veces con picaresca agregaba: que estaba tan bien porque su cuerpo se había conservado en alcohol.  

Ya no se sentaba en el piso con la guitarra. Ahora de pie, de sarape y acompañada por dos guitarras cantaba siempre como platicado, pero más pausada, más profunda, más rota; con dolor, con angustia, con el hondo amor del alma; como recitando-cantando un sentido poema. Con voz aguardentosa, rasposa que implora, grita y acaricia, hace emanar, en el auditorio, brotando desde las entrañas de Chavela los sentimientos que dicen las letras de las canciones. Comentan los entendidos que su canto: que suena como un lánguido lamento, que va como moliendo las letras y la música.

Chavela se convirtió en un referente no solo por sus canciones, sino porque al final se convirtió en una filósofa de la vida, nutrida por la cosmovisión indígena que sorbió en la cotidianidad del pueblo de Tepoztlán, donde fijó su residencia. Su casa queda al pie del cerro El Chalchitépetl, –cerro de las joyas– en cuya cima hay un templo que inspira a Chavela a conversar con él, todas las noches, como cuando patojita platicaba con la luna y las estrellas.

Allí fallece a los 93 años. Su tweet dio a conocer su ida apuntando: Silencio, silencio: las amarguras volverán a ser amargas… se ha ido la gran dama Chavela Vargas. Fue despedida de cuerpo presente en la Plaza Garibaldi, con decenas de mariachis y miles de gentes, luego en el Palacio de Bellas Artes le rindieron homenaje oficial el gobierno, los cantantes, artistas, amigos y una muchedumbre. Sus cenizas fueron esparcidas en el cerro Chalchitépetl de su entrañable Tepoztlán.

Chavela Vargas, una mexicana nacida en Costa Rica, porque asegún su sentencia: Los mexicanos nacemos donde nos da la regalada gana. Cambió la historia de la canción y la mujer mexicana.

PRESENTACIÓN

El universo musical está lleno de autores, compositores y vocalistas a los que no siempre se les hace justicia desde la crítica que trascienda los gustos de los melómanos. En un intento de corrección y aprovechando la pluma de Guillermo Paz Cárcamo, ponemos a su consideración el texto centrado en la portentosa intérprete mexicana, Chavela Vargas.

Como podrá comprobarlo, Paz Cárcamo, al tiempo que esboza la biografía de la gran figura (nacida curiosamente en Costa Rica), explora los detalles del valor de su arte, la acogida y el reconocimiento de quienes celebraron su talento. Así, se confirma que Chavela Vargas es un hito de la cultura musical que supera las fronteras de México para situarse entre los grandes de la canción en su género.
Inspirado en ese descubrimiento, Guillermo dice lo siguiente:

“Chavela se convirtió en un referente no solo por sus canciones, sino porque al final se convirtió en una filósofa de la vida, nutrida por la cosmovisión indígena que sorbió en la cotidianidad del pueblo de Tepoztlán, donde fijó su residencia. Su casa queda al pie del cerro El Chalchitépetl, -cerro de las joyas- en cuya cima hay un templo que inspira a Chavela a conversar con él, todas las noches, como cuando patojita platicaba con la luna y las estrellas”.

En otro tema, Adolfo Mazariegos, filosofa sobre “la sociedad de la libertad supuesta”, un anticipo de una reflexión más extendida dirigida al escrutinio de eso que llamamos “libertad”.  Según el autor, la crítica es importante no solo como ejercicio analítico, sino para defender nuestro arbitrio frecuentemente amenazado por estructuras que invaden y condicionan la conducta.
Como los textos anteriores, los demás que aparecen en la edición son de incuestionable valor.  Se los recomendamos.  Compártanos su opinión y sea parte de nuestra comunidad de La Hora en donde lo que nos une es el amor por las ideas y el ánimo por la construcción de un mejor país.  De nuestra parte, ya lo consideramos como un aliado… nos da mucha alegría.  Hasta la próxima.

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