Por ANDREA RODRIGUEZ
LA HABANA
Agencia (AP)
A Daymé Arocena se le escuchan fuertes los latidos del corazón. Con su nuevo disco, “Sonocardiogram”, la cantante cubana abre al mundo un resquicio para mostrar lo que está haciendo en la isla una nueva generación del jazz llena de talentos pero poco visibilizada.
La producción de 12 cortes, una intro, un interludio y 10 canciones fue lanzada el viernes por el sello británico Brownswood Recordings, creada por el presentador y DJ nacido en Francia Gilles Peterson. Es su cuarto disco después de “Nueva Era”, (2015), One Takes (2016) y “Cubafonía” (2017), y como toda su obra tiene influencias de la música afrocubana.
“Es el disco más sincero que he hecho hasta el momento”, dijo Arocena, de 27 años, en una entrevista con The Associated Press el jueves en La Habana.
“Está basado en las vivencias personales, del amor y del desamor de la vida en sí, de la espiritualidad de las actitudes que uno toma”, añadió la también compositora, quien se prepara para una gira que comenzará en Colombia y la llevará hasta fin de año a Nueva York, Londres y París, entre otras ciudades.
Rodeada de imágenes de santos afrocubanos en la casa de sus padres Dagoberto y Angela Mercedes cuya unión de nombres conforma el suyo, con su cara redonda y una amplia sonrisa de dientes blanquísimos, la simpleza de un jean y una blusa de encaje y el pelo trenzado en “grelos”, se parece más a cualquier joven en Cuba que a la gran diva de la que hablan críticos en Estados Unidos, donde ha sido incluso comparada con Celia Cruz y Aretha Franklin por el feeling de su voz profunda y madura.
“El cubano tiene mucho que expresar, lo que no tiene es la plataforma para hacerlo, la industria para producirlo; está lleno de ideas musicalmente ricas. Somos una mezcla de muchas cosas y nuestra música responde a eso”, comentó.
“Cada vez que voy a conciertos de colegas (en Cuba) me doy cuenta de lo mucho que hay que ponerse aquí y que estudiar, porque hay gente talentosa que puede hacer lo mismo o mejor de lo que haces tú”, explicó Arocena, quien hoy vive entre La Habana, su ciudad natal, y Toronto, Canadá. “Estoy muy orgullosa de mi generación musical, pero estoy dolida que no hay suficiente visualización para ellos”.
La falta de acceso completo a internet en el país, vital para los creadores en la actualidad; la inexistencia de una industria discográfica que los canalice y las dificultades que encuentran los artistas para conseguir visas cuando van a viajar desde la Cuba sancionada por Estados Unidos y consularmente limitada por muchas naciones, son algunas de las trabas que Arocena mencionó y que sobrellevan sus compañeros del arte.
Nacida en 1992 en medio de una profunda crisis en la isla, Arocena estudió en una escuela de arte y se graduó como directora de coro antes de lanzarse a proyectos jazzísticos propios, inicialmente con una agrupación de mujeres y eventualmente como solista, en una carrera ascendente que le ha llevado por el mundo.
Precisamente esta formación musical institucional gratuita que capta a niños desde las escuelas primarias públicas si se les encuentra cualidades se los canaliza a la formación especializada sin importar su origen social es uno de los factores que la artista atribuye al enorme caudal de músicos en la isla y su calidad.
A Arocena, además, el amor por la música le corre por las venas. Aunque en su familia no hubo músicos profesionales, sus recuerdos de niña la ubican en la casa de su abuela.
Para afrontar estos tiempos en que los discos perdieron su forma de comercialización tradicional y en que la gente suele comprar por internet uno u otro tema, Arocena buscó para “Sonocardiogram” una estructura diferente, más conceptual, donde incluso unas canciones se “pegan” a otras.
Entre ellas está una trilogía a las deidades del panteón yoruba Oyá, Oshún y Yemaya, que se puede escuchar desde hace algunas semanas como avance en YouTube, y otro dedicado a los “difuntos presentes”.
Además, el álbum fue grabado en La Habana en un espacio no convencional: un antiguo taller de pintura devenido en lugar de ensayo y conciertos de la familia López-Nussa (cuyos miembros incluyen a músicos consagrados como el pianista de jazz Harold López-Nussa) a fin de incorporar los ruidos ambientes de la ciudad que se colaban.