Marta Elena Casaús Arzú
Académica e investigadora

Hace unas semanas tuve un desencuentro muy grande con una persona que apreciaba y confiaba en su cariño, en su recto pensar y obrar y en su ética personal. Se produjo un choque de lealtades e intereses y prefirió elegir la opción que indudablemente favorecía sus intereses, su ambición y su seguridad económica, frente a la opción que ella conocía que era la correcta y la que éticamente correspondía en ese momento.

Cuando indagué en las causas de este comportamiento, inesperado para mí, que me produjo mucha decepción, desilusión e incluso enfado porque lo consideré una traición a años de amistad cariño y lealtad, su respuesta fue que ella tenía que estar con la persona que le pagaba porque si no de qué iba a vivir.

Les confieso que la respuesta me dejó estupefacta y abrumada, a pesar de que eso mismo me había pasado en otras ocasiones y un buen número de veces con personas mayas y mestizo-ladinas, y me había producido la misma rabia, enfado y desilusión ante “semejante traición” a sus principios, a la consecuencia de sus actos y a una relación de amistad de años. Esto me hizo reflexionar.

Llevaba tiempo queriendo escribir sobre lo que yo considero que es un mal endémico de nuestra sociedad: la identidad subalterna o, simplemente, la subalternidad.

¿Qué es la subalternidad? Mejor dicho, ¿quiénes son los subalternos? Sin duda alguna, el término tiene un origen gramsciano y se define como la condición que las clases sociales, el género o la etnia adoptan frente al poder y que les convierte en cómplices o en sujetos oprimidos o dominados, frente a las clases dominantes o frente al poder.

Para otros autores el subalterno es aquel que se pliega a los designios del grupo dominante, creyendo ingenuamente que puede pertenecer o agradar a dicho grupo o ser útil a sus intenciones o propósitos, y “le sirve” para conseguir las migajas del poder.

En otras palabras, los subalternos, como su nombre indica, se subordinan a la política o a los intereses de la clase dominante para conseguir alguna prebenda o algún favor; pero sobre todo para no perder su protección. Como dice Ileana Rodríguez, “El subalterno es una posición social que cobra carne y cuerpo en los oprimidos” (Rodríguez, 2001,3).

Lamentablemente la condición de subalternidad o de “subalterno” es propia de los países coloniales o colonizados, en donde las amplias mayorías que han sido sometidas y dominadas durante siglos, se encuentran en esa situación de subordinación y de dependencia económica, política o psicológica ante las redes familiares, elites de poder o la clase dominante.

El subalterno es una condición asociada a otro, que es el hegemónico o el dominante; la subordinación siempre está ligada al otro polo; es una condición dual de existencia; en términos hegelianos, sería el amo y el esclavo, uno da el ser y la existencia al otro, por eso no pueden convivir separados y, hasta que esas relaciones verticales y serviles no se rompan y se establezcan relaciones de igualdad y de paridad, esa condición persistirá.

El subalterno como diría Guga, (2001) o Spivak, (2002) se mueve y actúa en la lógica de la colonialidad y posee una actitud ambivalente y aparentemente contradictoria: tan pronto te ama y quiere servirte y adorarte como te odia y se muestra vengativo y resentido. Es una conducta propia, de lo que Memmi denomina, la psicología del oprimido. (1974).

A mí siempre me ha recordado a ese personaje de El Señor de los Anillos, Smigol y/o Golum, que, de pronto, se plegaba a los designios del dueño del anillo y, de pronto, se volteaba y lo traicionaba, porque su ambición era mayor que su lealtad. Merecería un estudio en profundidad dicho personaje porque posee todas las características y rasgos de personalidad del subalterno.

Ahora bien, el sujeto subalterno no tiene por qué serlo toda la vida ni tiene por qué mantenerse en esa situación de dependencia y dominación, lo será mientras quiera reproducir o mantener esas situaciones de opresión y de dominación, que hasta cierto punto es cómoda porque no tiene por qué luchar ni por qué enfrentarse al poder, simplemente tiene que obedecerlo y, de vez en cuando, demostrarle su fidelidad y lealtad. Así es como opera nuestra sociedad, e innumerables son los casos que leemos en la prensa.

Los estudios subalternos, lo que han demostrado en las últimas décadas es que éstos, también hablan y tienen voz propia y pueden rebelarse y emanciparse, porque no es una condición propia de su existencia, sino una condición creada por la colonialidad del poder y por siglos de dominación y de sumisión.

La subalternidad termina el día en que las clases subalternas dicen ¡basta ya!, no tenemos por qué aceptar unas condiciones de dominación y sojuzgamiento que lo que nos produce es mayor pobreza, humillación y racismo. Sin embargo, romper con estas cadenas no es fácil, y el poder y los partidos políticos tampoco nos lo ponen fácil, porque es más cómodo y seguro no enfrentarse al poder y seguir gozando de ciertas prebendas que nos permiten sobrevivir o mal vivir en condiciones de pobreza, de hambre, de injusticia y de exclusión.

El poder lo sabe y las elites lo saben y por eso emplean todos los medios para sojuzgarnos y para hacernos creer que ellos son la única alternativa y que estamos mal con ellos, pero estaríamos peor sin ellos. Por eso seguimos plegándonos y sometiéndonos. ¿Quiénes somos los subalternos? los campesinos, las mujeres, las clases medias, los jóvenes, los Pueblos indígenas, porque cada vez que nos rebelamos y levantamos la cabeza, nos dan un palo y nos reprimen.

Continuamente nos transmiten en las redes sociales que somos indios/malos, insumisos o mujeres traidoras, infieles o perversas. Mientras tanto, el Estado ejerce su violencia y reprime a los defensores/as de derechos humanos o a los Pueblos indígenas que defienden su soberanía y su autonomía como pueblos y como Mujeres liberadas.

La subalternidad se revierte con la emancipación de los pueblos, de los campesinos, de los pueblos indígenas, de los jóvenes y de las mujeres; se revierte con la lucha por la autonomía individual, social y política; se revierte con la ruptura mental e ideológica de la dependencia y de la sumisión a unas estructuras obsoletas de partidos corruptos y vinculados al narcotráfico; se conquista con la lucha contra un Estado corrupto y racista que no nos representa y que nunca nos ha representado. La lucha emancipadora se inicia de una forma sencilla, firme y decisiva: NUESTRO DERECHO A UN VOTO AUTÓNOMO Y NO SUBALTERNO EN LAS PRÓXIMAS ELECCIONES.

Un voto que nos haga ser libres y no subordinados/as a los poderes fácticos y a los partidos corruptos, narcotraficantes o genocidas que representan un pasado de dolor, injusticia e ignominia. Un voto que nos permita romper con la sumisión, el sojuzgamiento y la represión del pasado.

Empecemos a romper con nuestras identidades subalternas y sometidas y ejerzamos nuestro derecho a un voto libre, autónomo y emancipador y liberémonos, de una vez por todas, de nuestra condición de subalternos. Si no lo hacemos, en las próximas elecciones perderemos una oportunidad histórica y nos volverán a someter por la vía electoral o judicial, ya por si misma dudosa, en una supuesta democracia viciada y trucada y ¡encima! avalada por nuestros votos.

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