Elena Poniatowska
(México, 1933)

“A los 20 años de edad me hubiera gustado saber lo que sé ahora, pero desgraciadamente uno aprende con el tiempo, con los trancazos, con los libros y con la edad te vuelves también más vulnerable y más crítico, más autocrítico: cuando eres joven te lanzas como los cachorros, pero a esta edad ya te fijas, analizas los riesgos”.

“Siempre pienso que fallé y luego creo que, a lo mejor, no hay que dedicarle tanta pasión a la literatura, pero es como una droga. La literatura y el periodismo son una droga, que te agarran y no te sueltan. Por eso, ahora pienso que lo primero en mi vida son mis hijos y mis nietos. Y después todo lo que es el trabajo, el periodismo y el deseo de que le vaya mejor a mi país”.

“Estoy agradecida por ser una mujer afortunada. Percibo el cariño de la gente, tengo tres hijos y 10 nietos, unos seres humanos muy completos y generosos. Vivo rodeada por una iglesia, la de San Sebastián, un limonero, dos jacarandas y muchas flores”.
Tomado del sitio digital: https://narrativabreve.com/2013/11/cuento-breve-elena-poniatowska-estado-sitio.html

Camino por las grandes avenidas, las anchas superficies negras, las banquetas en las que caben todos y nadie me ve, nadie voltea, nadie me mira, ni uno solo de ellos. Ninguno da la menor señal de reconocimiento. Insisto. Ámenme. Ayúdenme. Sí, todos. Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los retiene, su mirada resbala encima de mí, me borra, soy invisible. Sus ojos evitan detenerse en algo, en cualquier cosa, y yo los miro a todos tan intensamente, los estampo en mi alma, en mi frente; sus rostros me horadan, me acompañan; los pienso, los recreo, los acaricio. Nosotras las mujeres atesoramos los rostros; de hecho, en un momento dado, la vida se convierte en un solo rostro al que podemos tocar con los labios. Ámenme, véanme, aquí estoy. Alerto todas las fuerzas de la vida; quiero traspasar los vidrios de la ventanilla, decir: “Señor, señora, soy yo”, pero nadie, nadie vuelve la cabeza, soy tan lisa como esta pared de enfrente. Debería gritarles: “Su sociedad sin mí sería incompleta, nadie camina como yo, nadie tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonreír, jamás verán a una mujer acodarse en la mesa como lo hago, nadie esconde su rostro dentro de su hombro… señores, señoras, niños, perros, gatos, pobladores del mundo entero, créanme, es la verdad, les hago falta.”

Me gustaría pensar que me oyen, pero sé que no es cierto. Nadie me espera. Sin embargo, todos los días tercamente emprendo el camino, salgo a las anchas avenidas, a ese gran desierto íntimo tan parecido al que tengo adentro. Necesito tocarlo, ver con los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra extensión de chapopote, necesito ver mi muerte.

Artículo anteriorASPIRACIÓN ANIMAL
Artículo siguienteEL DESPERTAR DE UN CORTEJO…