Foto de Sergio Vásquez.

Juan Fernando Girón Solares
Colaborador Diario La Hora

Primera parte
El sol daba sus últimos destellos aquella calurosa tarde del Sábado de Gloria 31 de marzo de 1945 sobre los rojos tejados de la ciudad colonial de la Antigua Guatemala. El calor propicio de la época, como entendiendo que, junto con los últimos días de aquella Semana Mayor, también debía de retirarse, había tornado las piedras de las calles coloniales, silentes testigos del paso de las imponentes procesiones y sus devotos tanto hombres como mujeres, en tibias superficies por donde solamente quedaban los restos de aserrín, pino y retazos de papel.

La fresca brisa del verano empezaba a levantar tímidamente estos resabios. En estos instantes, suena una hermosa MARCHA FÚNEBRE, pues la Solemne Procesión de Pésame de MARÍA SANTÍSIMA DE LA SOLEDAD del TEMPLO DE LA ESCUELA DE CRISTO está a punto de llegar a la mitad de su recorrido, en las inmediaciones del Parque Central, cuando las notas de la música sacra agitan el corazón de MARÍA ELISA, la protagonista de nuestro relato, quien a pesar de su juventud lleva ya más de quince años de participar en este cortejo procesional y con el mismo corazón y la misma fe con la que lo hicieron tanto su abuela, y hasta hace algunos años su santa madre, ahora en el cielo, cumple con la mayor de las devociones de acompañar a tan bella e incomparable imagen cada Sábado Santo.

De repente, empiezan a desfilar por su mente las imágenes de los cortejos procesionales de antaño, de cómo acompañada de la mano de su progenitora y de algunas de sus familiares, se hacían presentes al atrio de la Escuela de Cristo pasadas las quince horas para que luego de la oración de rigor y del pésame para la Virgen por la consumación de la obra salvadora de su hijo, se iniciara la procesión que recorrería por unas seis o siete horas las calles de la ciudad de las Perpetuas Rosas hasta retornar a su dosel en el interior del templo, justo a tiempo para que el luto y el pésame dieran lugar al CANTO DE GLORIA.

Sí, es Sábado de Gloria y recuerda también cómo nuestra Madre, a través de la Virgen de Soledad de la Escuela de Cristo, la que según se sabe es obra del escultor colonial Pedro de Mendoza, oyó sus ruegos, le ayudó en sus penas, en sus estudios al lograr con mucho esfuerzo graduarse como Secretaria Bilingüe, de haber logrado mudarse a la ciudad de Guatemala, donde si bien reside por motivos de trabajo al haber logrado un importante puesto en una compañía transnacional de importación y venta de combustibles, su cariño y su devoción jamás se separan de su terruño querido: La Antigua Guatemala y por supuesto de la mejor Semana Santa del mundo.

Por todo ello, MARÍA ELISA siempre le hace una promesa a la Virgencita, no solamente de acompañarla en su única procesión anual, sino especialmente de hacer algo especial por su devoción algún día. Concluye la marcha fúnebre, y como era de esperarse es notoria la cantidad de personas que en su orden abarrotan el atrio de San José Catedral, las arquerías del Palacio de los Capitanes Generales y el Portal de las panaderas, para luego dirigirse a la calle del arco, transitar todo su recorrido hasta La Merced, donde el cortejo dará la vuelta hacia la sexta avenida y buscará el retorno hasta el templo.

En pequeñas andas de veinte brazos y con un decorado en base al contraste de CARDOS y AZUCENAS, la Soledad de la Escuela de Cristo, luce especialmente bella, con sus incomparables ojos que parecen hinchados por el llanto, pero al mismo tiempo reconfortados por las palabras del Salvador: NO LLORÉIS POR MÍ, MAS BIEN LLORAD POR VOSOTRAS Y POR VUESTROS HIJOS. Cae la tarde y el negro manto de la noche se hace presente en el valle de Panchoy. Unos breves instantes de descanso para nuestro personaje, pues justo en la estación de servicio automotriz que está al pie del arco, –la de Cofiño– sus familiares le invitan a degustar una humeante taza de café y un francesito con pollo, pues la jornada será ardua y hay que mantener las fuerzas.

El sonido del redoblante, que se ve entrecortado por el seco retumbar de los bombos, en semejanza al marcapaso del Santo Entierro del día anterior y que a la vez agita los muros coloniales, hace que María Elisa vuelva su visión a las andas. Las mujeres acompañan a la Virgen, la gran mayoría son apreciables damas de la sociedad antigüeña, y algunas pocas provenientes de la ciudad capital y de otros lugares como Ciudad Vieja o Escuintla. En el instante preciso en que la fuerza motriz proveniente de los acumuladores que van adecuadamente colocados en una carreta que se desplaza entre las andas y la banda de música y es empujada por sayones, ilumina el bellísimo rostro de la Virgen, la fiel devota siente como si le estuviera hablando, pero ¿¿qué le querría decir…??

En aquel momento, solo alcanzó a meditar en su corazón, AQUÍ ESTOY MI VIRGEN DE SOLEDAD, ¿¿qué necesita mi gran señora…?? Quiero cumplir mi promesa, pero por favor dime cómo ¿? Y así prosiguió aquel cortejo con la plegaria sincera, las lágrimas de recuerdo de quienes ya no están, el agradecimiento a María por haberle permitido asistir un año más, el dame vida si tú lo quieres para el año entrante, hasta el momento de santiguarse para recibir la bendición pasadas las nueve y media de la noche, en que luego de fervorosa jornada, la procesión retorna a la Escuela de Cristo; se canta gloria y al día siguiente, termina la Semana Santa el primer día del mes de abril de 1945.

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