Por Pablo Sanguinetti y Ana Lázaro Verde
Barcelona
Agencia (dpa)

Pocos artistas dejaron una obra tan personal y reconocible y al mismo tiempo tan cambiante y universal como Joan Miró, una paradoja que parece confirmarse con los 125 años que el genial pintor español cumpliría este viernes 20 de abril.

«Miró desarrolló una marca de identidad muy clara», explica a dpa Marko Daniel, director de la Fundación Miró, ante el aniversario del pintor (1893-1983). «Pero esa marca es el resultado de un proceso constante de revisión y depuración de su lenguaje de signos».

Inventor de un universo plástico de símbolos y poesía, explorador incansable de influencias de todo el mundo, vanguardista de espíritu hasta sus últimos días, el artista nacido un 20 de abril de 1893 en Barcelona es uno de los iconos pictóricos del siglo XX.

Y su fuerza no se agota. Superado el impacto inicial de la vanguardia y ya en pleno siglo XXI, Miró «sigue interpelándonos directamente sobre nuestros intereses, preocupaciones y vida actuales», destaca Daniel. «Mantiene su actualidad. Es un artista vivo».

Miró dio sus primeros pasos artísticos a los 14 años al inscribirse en la Escuela Superior de Artes Industriales y Bellas Artes de Barcelona, mientras estudiaba Comercio por el empeño de su padre, un herrero que quería que su hijo fuera «un hombre de provecho».

Su traslado al París bohemio de los años 20 dio un vuelo surrealista a su obra temprana. La firma de Miró figura en el conocido «Manifiesto surrealista» abanderado por André Bretón, pero su carácter apolítico y las circunstancias del momento lo llevaron por otros caminos.

El avance de la Segunda Guerra Mundial lo hizo volver en 1940 a una España apenas salida de la Guerra Civil (1936-1939). Nunca se exilió del régimen de Francisco Franco (1939-1975), pero su obra no se expuso de forma oficial en Madrid hasta 1978, ya muerto el dictador.

La evolución del lenguaje pictórico de Miró es vertiginosa. Si «La masía» (1921), obra que le compró Hemingway, refleja el mundo rural de sus orígenes, pocos años después su nuevo lenguaje surrealista se refleja en el emblemático «El carnaval del arlequín» (1924).

Las «Constelaciones», serie de 23 pinturas que comenzó poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y terminó al huir de Francia, ofrecen ya una muestra sólida de la personalidad artística que influyó en las vanguardias posteriores.

«Las ‘Constelaciones’ son una escapada al sublime. Son una ida hacia la energía, hacia el universo. Son una puerta para irse de una guerra circunstancial, de un genocidio, de una brutalidad, de una tontería», dijo en una ocasión su nieto, Joan Punyet.

La paradoja de Miró es que supo aunar esa búsqueda cosmopolita de influencias diversas con una intensa vinculación a sus orígenes y a su tierra, Cataluña, «dos direcciones que mantuvo siempre en un equilibrio vibrante», define el alemán Marko Daniel.

«Conservó siempre esa relación con su propia identidad que representa con la tierra, el paisaje, la naturaleza, el cultivo», explica el director de la Fundación Miró. «A través de ese contacto más local se convierte en universal».

La versatilidad de Miró no sorprende a Daniel. «Es un pintor que se caracteriza por un proceso constante de revisión y depuración de su lenguaje de signos», resume el experto alemán. Su obra es una sucesión de respuestas diversas a esa búsqueda.

Incluso entre los cuadros exhibidos en el museo de la fundación en Barcelona «hay sorpresas para el público que cree saber ya qué es Miró», explica Daniel. Como si el pintor siguiera creando 125 años después de su nacimiento.

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