Por Matthias Röder
Viena
Agencia (dpa)

El pintor austriaco Gustav Klimt fue a la vez respetado y controvertido en vida. Tras su muerte, de la que se cumplen 100 años el 6 de febrero, fue olvidado durante décadas. Pero ahora es un imán para el público.

Una de sus obras más conocidas, «El beso», está de mudanza desde el ala oeste al ala este de la Galería Belvedere de Viena. «Es emocionante», asegura uno de los responsables de las exposiciones del museo. La pintura, que muestra a Klimt y a su novia Emilie Flöge abrazados, se exhibirá en una vitrina de acero protegida por un cristal antibalas, en una sala más cómoda para los visitantes.

El traslado se enmarca en la nueva presentación de la colección de la Galería Belvedere, que cuenta con 24 pinturas de Klimt, más que ninguna otra pinacoteca del mundo.

Serio y parco en palabras, Klimt entró en la Historia del Arte como cabeza visible de la Secesión vienesa, un estilo adscrito normalmente al modernismo. Sus obras desataron a menudo el escándalo y su vida fue un ejemplo de valentía artística.

Algunos estudios recientes muestran al pintor austriaco desde otro ángulo. Su comportamiento con las mujeres estaba marcado por un gran aprecio mutuo, apunta la historiadora del arte Mona Horncastle, que ha publicado una nueva biografía de Klimt junto con Alfred Weidinge.

«Klimt era un amante de las mujeres y las entendía, pero no era un mujeriego», explica. Ninguna de sus amantes, ninguna de sus modelos -con alguna de las cuales tuvo hijos- dijo o escribió jamás algo negativo sobre él, añade.

Una de las claves de esa teoría son las series de dibujos de mujeres dándose placer a sí mismas. En una época en la que la masturbación se castigaba incluso con operaciones quirúrgicas, Klimt «hizo un monumento al deseo femenino», señala Horncastle. Aunque el pintor nunca expuso esos dibujos.

Klimt nació en Viena en 1862, en el seno de una familia muy humilde, y logró convertirse en un alma libre a lo largo de su vida. Con 21 años y una buena formación, fundó una compañía artística junto con su hermano Ernst y Franz Matsch. Los negocios les iban bien bajo el Imperio austrohúngaro gracias a los encargos públicos. El trío se adaptó al gusto de la época, Klimt se convirtió en retratista y mostró su maestría en el cuadro casi hiperrealista «Sitzendes junges Mädchen» (Chica joven sentada), de 1894.

Ese año tuvo lugar su punto de inflexión con el encargo de tres cuadros para la Universidad de Viena. Esas pinturas sobre la «Filosofía», la «Medicina» y la «Jurisprudencia» dejaron en shock a quienes las había encargado.

Klimt abandonó su camino habitual y descubrió un simbolismo casi surrealista. En «Medicina» pintó a un esqueleto y, según la prensa de entonces, representó al «triunfo de la muerte». Los académicos esperaban justo lo contrario, a tenor de los avances en medicina. «Filosofía» mostraba a personas desnudas y desesperadas, el lado oscuro de la razón y el conocimiento. La presentación previa de las obras fue un sonado escándalo en Viena.

Klimt se negó a adaptar los cuadros a los deseos de los responsables de la Universidad y en adelante renunció a aceptar encargos públicos. «Cuando termino un cuadro, no quiero perder meses justificándolo ante una multitud. Para mí no es importante a cuántos le gusta, sino a quiénes le gusta», afirmó el artista. En 1897 se convirtió en uno de los fundadores de la Secesión vienesa, que pretendía romper con muchas tradiciones.

 

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