Víctor Muñoz
Escritor

Estaba yo muy tranquilo en mi casa una tarde de sábado, cuando llegó Gedeón con que lo ayudara a hacer su tarea de Literatura y Artes Plásticas.

-Fijate que el viejo de Literatura nos dejó que leyéramos un libro que se llama María, que escribió un pisado que se llama Jorge Isacs, y como a vos te gustan esas ondas de andar leyendo libros, ¿será que ya lo leíste? -me preguntó.

-Isaacs, Jorge Isaacs -le corregí.

-¿Qué cosa? -volvió a preguntarme. Entonces le expliqué el asunto.

-Bueno, sí, pero decime, ¿ya lo leíste, o no?

Le respondí que no, y le pregunté de qué se trataba la cosa.

-Pues vas a ver, hace como tres meses el viejo nos dejó leer el libro, pero qué hueva maestro; es un librón así como de este grueso, mirá. Ya lo busqué en internet pero sólo me encontré con la explicación del pisado ese que escribió la obra. Y el trabajo hay que entregarlo el lunes. Y no sé qué hacer. Y la cosa consiste en que, como el viejo que nos da la clase de Lenguaje también nos da la de Artes Plásticas, entonces quiere que, en vez de hacer un resumen por escrito, le presentemos un dibujo en el que esté representado de lo que se trata el cerote libro.

-¿Y nadie de tus compañeros lo ha leído? -Le pregunté.

-Pues yo digo que sí, pero no sé quién. ¿Ni sabés qué? Voy a llamar al Pato; aquél es bien dedicado y de plano que ya la leyó.

Y diciendo y haciendo, se puso a llamar a su compañero.

-Ya estuvo, vos; dice aquél que se trata de un cuate que se enamora de una chavita, que es una colgazón de aquellas que dejan loco a cualquiera, pero el cuate se va a Europa a hacer no sé qué putas, y cuando regresa, todo emocionado él porque va ver otra vez a la traidita, se caga porque ya se le murió de no sé qué enfermedad.

-Ah bueno, –le dije– entonces está fácil la cosa; dibujás a un tipo llorando, sentado sobre una tumba, con un ramo de flores en una mano, y le ponés un título bonito. Algo alusivo al tema.

-Puta, maestro, vos sí que sos genial. Ahorita mismo me voy para mi casa y me pongo a hacer el dibujo.

A la semana siguiente llegó de nuevo a visitarme. Venía triste.
-Saqué cero porque al viejo no le gustó mi trabajo, vos –me dijo. Y me lo mostró.

Había dibujado un personaje estilo Rambo, con dos cananas cruzadas sobre el pecho desnudo, un pañuelo amarrado en la frente y el pelo alborotado. Estaba de pie, pero tenía un zapato como de soldado sobre un cajón que pretendía ser una tumba. Lucía lleno de heridas sangrantes y en el pantalón se podía observar las rasgaduras características de quien se mete a toda carrera por un zarzal o un cerco de púas. En una mano sostenía un fusil del que por la boquilla se elevaba una leve columna de humo y en la otra un papel que, se suponía, era una carta. El hombre realmente mostraba un aspecto feroz. Tenía los dientes de fuera, pero la boca casi no aparecía, lo que lo hacía ver como si estuviera esbozando una sonrisa macabra; sin embargo, de los ojos le salían una infinidad de gotas que supuestamente eran lágrimas que caían como torrentes hasta el suelo. El problema consistía en que los ojos estaban totalmente abiertos, como si estuviera muy asombrado observando un juego de la Selección Nacional o algo por el estilo. Abajo aparecía un rótulo que decía: “yoraré por ti toda la bida, AMOR mio”. A los lados y al fondo podían apreciarse cráteres de bombas o granadas, y a lo lejos, el estallido de una bomba o la erupción de un volcán.

-¿Y cuál fue la explicación que te dio el profesor? -le pregunté.

-Pues nada, sólo se quedó mirando mi dibujo y me puso cero; y lo peor es que el cero fue para las dos clases, vos, para Lenguaje y para Artes Plásticas. Viejo cerote, por no ver que casi ni dormí porque me pasé toda la noche haciéndolo.

-Pues yo creo –le dije– que aquí el problema son los ojos, que se los pusiste muy abiertos. Mirá, si se los ponés cerrados, entonces sí va a parecer que está llorando. Yo te sugiero que le arreglés eso, se lo llevás de nuevo y le decís que a vos te cuesta un poco eso del dibujo, pero que hiciste tu mejor esfuerzo; yo digo que si le explicás bien la cosa, de plano que te mejora la nota.

-¿Será, vos…? -me respondió, no muy convencido.

-Claro, -le dije- porque la mera verdad es que, a no ser por las lágrimas, este tu personaje no parece que estuviera llorando.

Se lo dije para que no se sintiera mal; para darle ánimos porque se veía muy abatido; pero la mera verdad es que yo sospecho que la calificación que le puso el profesor fue justa.

Ahora bien, indudablemente el problema radica en que la gente no se organiza. Digo yo.

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