Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras

La exhibición de una película guatemalteca es, o debería ser, un acontecimiento. Es lamentable que la mayoría del público se deje seducir únicamente por el cine estadounidense con su gran maquila visual que es Hollywood y su star system. Este encantamiento del público cinéfilo local se debe a la utilización de una edición trepidante, grandes recursos en materia de efectos especiales, enormes presupuestos, actores icónicos, innumerable material publicitario y un sistema de distribución voraz.

Se ha colonizado a estos países con un cine rápido, efectista, con poco tiempo para meditar y decodificar lo que se ve en la pantalla. Las salas de cine locales si bien aceptan proyectar una película guatemalteca lo hacen por poco tiempo, ya que como es lógico, necesitan amortizar los costos de funcionamiento de las salas, que viven de los grandes taquillazos estadounidenses. La proyección de Septiembre, un sábado por la noche, en una sala de la zona 10, solo 16 personas asistieron como público. Al igual que lo que pasa con las proyecciones de la Semana del Cine Francés, la audiencia es escasa.

Septiembre ha dejado muchos comentarios, por radio, internet y televisión, orientados a tratar de evidenciar el origen de la historia, un acto de la guerrilla en una estación de autobuses que causa varias muertes. Pero no se han decantado por el texto fílmico mismo, incluso su mismo director cayó en la trampa de utilizar los factores políticos como un asunto publicitario, que causaría un cierto morbo en grupos antagónicos en Guatemala.

Otro asunto es el de seguir los protocolos de “alfombras rojas”, con sus tomas de fotografía de los invitados y parientes a falta de famosos en el estreno. En Guatemala, una alfombra roja resulta un hecho cachimbiro, esos vestuarios elegantes de bajo presupuesto y algunos invitados políticos que contaminaron una actividad artística.

Esta película guatemalteca está estructurada a través de varios niveles que la hacen un producto de calidad. Que debería mirarse al igual que cualquier obra de arte, ya que tiene en su interior muchos textos ocultos, pero se ha acostumbrado al público a poner atención a la historia y a los actores.

Kenneth Müller es un cineasta formado por la academia, en un país con una gran experiencia audiovisual. Septiembre podrá considerarse como su ópera prima, y como tal las vivencias personales están aún inoculadas en su guion, germen de todo film. Una historia familiar, que involucra a su madre y hermano marca la historia con variaciones necesarias para hacerla cinematográfica.

Esta historia verdadera que sin duda afectó a la familia en pleno momento del conflicto armado, fue exorcizada a través de esta producción que funciona para el autor como para el resto del núcleo familiar, como efecto sanador, según el mismo autor lo expresó en una entrevista radial. Esto es tal vez lo más interesante de Septiembre.

El tener a un actor como Saúl Lisazo como eje del elenco, permitió garantizar un protagonista con una actuación impecable, al que se ponen a su altura Tuti Furlán y Juan Pablo Olyslager, que crearon sus personajes con dedicación, y sobresalen por su dotes actorales. Furlán demuestra sus dotes dramáticas, que poco se le han visto, pues ha prevalecido en ella su eterna sonrisa de animadora de su popular programa de televisión. Olyslager posee una presencia escénica ganada por años. Su papel de galán lo desempeña a la maravilla, donde despliega sus posibilidades eróticas a la par del personaje femenino.

Hacer una escena de sexo que no resulte vulgar en el cine es algo complejo, pues los actores cuentan con todo un equipo que no vemos, pero que ellos sí sienten, esta escena en Septiembre resulta poética, donde la pareja queda en manos del camarógrafo y luego del editor, los cortes son perfectos para crear y hacer un momento sublime como lo merece la historia.

Las alusiones que hace el color azul al título de la película es una constante durante la proyección, algo que se funde con el color cálido de las escenas interiores, logradas con elegancia a pesar de tratar de hacer parecer la casa del protagonista como precaria. Tal vez hay discordancias entre fachadas de casas de la zona 1, con los interiores mostrados que más parecían de la zona 21, a pesar de esto la película sale airosa, gracias a una impecable fotografía.

Rodar cine en Guatemala es complejo, más si se hace en la Ciudad de Guatemala porque los espacios los vamos a reconocer. Septiembre nos muestra pocos sitios icónicos de la capital, Müller crea una ciudad propia de las narraciones literarias, con bosquejar los espacios a través de sombras y claroscuros. Sin duda, la escena en un colegio de monjas es una de las mejor logradas, desarrollada en el Paraninfo de la USAC: el texto, actuación y vestuario logran la magia de borrar la idea que se está en la antigua Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos. Otra es frente a un reconocido edificio de apartamentos de la zona 1, donde el pacto de lectura que se ha hecho con el cineasta nos hace olvidar el nombre del edificio y su ubicación.

El cine se constituye en un espejo de la sociedad, en el caso de Guatemala ese espejo está quebrado y cada fragmento muestra una figura distorsionada si se ve de lejos, pero cada fragmento es de gran riqueza. Müller trata de empezar a unir esos fragmentos, y para ello parte de una historia personal. Desde cualquier punto del espectro político Septiembre narra los efectos de la guerra en un pequeño núcleo familiar. En el país tanto en la derecha como en la izquierda hay lágrimas y dolor, que aún necesitan sanación, a pesar de haberse firmado los Acuerdos de Paz.

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