José Manuel Fajardo Salinas
Académico

Coincidiendo con el mes de las fiestas patrias centroamericanas, aparece en la cartelera cinematográfica una película que, iniciando su presentación en Honduras, pretende extender su exhibición al resto de la región. Titulada simplemente con el apellido de su protagonista, Morazán, la película establece una versión de lo que fueron las últimas cuarenta y ocho horas de vida del defensor del ideal unionista de Centroamérica.

Aunque ya aparecieron las primeras críticas fuertes a la composición histórica del filme –31 errores históricos tiene la película Morazán, escrito por Miguel Cálix Suazo, presidente del Instituto Morazánico y miembro del Directorio de la Casa de Morazán en Honduras– el objetivo del presente escrito es procurar una valoración equilibrada de esta producción cultural y sugerir algunas motivaciones para acudir a presenciarla y construir una opinión personal en relación a las intenciones profundas que guarda su ejecución.

En una entrevista para una radio local de Tegucigalpa, el director de la película, Hispano Durón, comentaba cómo uno de los episodios dramáticos que acompañaron el proyecto fílmico, fue encontrar al actor que diera vida al personaje principal, pues a escasas semanas de iniciar la grabación, aún estaban buscándolo y no lograban una definición en este sentido. Luego de probar con varios candidatos, primero centroamericanos, y luego foráneos a la región, se logró dar con la persona ideal. Este dato ayuda a explicar el porqué del acento no centroamericano que es notorio desde la primera intervención del actor… realmente el tiempo de aclimatación y ambientación fue mínimo.

Ahora bien, sin querer justificarlo, considero que esta primera impresión es rápidamente relevada por la fuerte presencia y el carácter que imprime el actor a su personaje, con lo que logra darle consistencia y sostener, a lo largo de las distintas escenas, aquel toque de verosimilitud, sin el cual, ninguna tensión dramática es sostenible. En cierta forma, entonces, ese tono de voz que no es el propio de la región, se asimila con una entonación multiversal, es decir, Morazán se constituye, a través de la magia de una caracterización convencida, en un personaje netamente humano que lucha por un ideal definido en cualquier voz que se anime a seguir su convocación.

Conquistada la trama por un primer personaje creíble, considero que el resto de elementos de producción se fueron acoplando a esta posibilidad, es decir, contando con los límites propios de películas de presupuesto limitado, donde no se pueden pretender efectos especiales hollywoodescos, quizá hay un afianzamiento en torno al ideal marcado por el cine escandinavo en el manifiesto Dogma 95 –donde es el valor tradicional de un tema convincente, una actuación apropiada, un guion bien diseñado, antes que los efectos audiovisuales, los que dan peso a un esfuerzo fílmico– para alcanzar lo que el director Hispano Durón explicó como su pretensión última: comprender cuál fue el ideal por el que vivió y murió Francisco Morazán.

Para alcanzar lo anterior, se retoma lo que se puede calificar como una forma de “pasión y muerte” de este personaje, en el que al estilo del modelo representado por la figura bíblica de Jesús, se conjugan todos los elementos y actores claves: una causa trascendente, la unidad centroamericana; un conjunto de villanos y “mala levadura” (como se les nombra textualmente en los diálogos), que se mantienen en continuo acecho y no se detienen hasta culminar su conjura de asesinar a su enemigo común; un traidor, el hacendado que supuestamente cubriría el escape de Morazán y que facilita todo para que lo atrapen, en contubernio con el poder eclesial y civil de la localidad; unas aliadas y aliados, entre las que destacan mujeres que tratan de proteger al héroe caído en desgracia, y por supuesto, los compañeros de armas y lucha, que ante la situación límite expresan de distintas formas su devoción al líder que capturó su entusiasmo y devoción.

Sin embargo, hay un personaje –que es nombrado como “ficticio” en los créditos finales– que en la figura de un niño, puede resultar radicalmente disonante con una narrativa que pretendería ser “histórica” en cuanto a los hechos representados. Me refiero con cierto detalle a esto, pues ayuda a ejemplificar la diferencia entre dos lenguajes que se cruzan en este tipo de producción y que necesitan delimitarse, para poder valorar su ocurrencia y complementariedad con justicia. Retomando el escrito mencionado al inicio, donde se da cuenta de 31 errores fácilmente reconocibles en cuanto a datos de historia, hay que aclarar que en el fondo, la pretensión de un buen director de cine está ubicada en otra dimensión, donde el dato “duro” de los hechos tal como quedaron consignados en las fuentes históricas, tiende a relativizarse a fin de apuntar a otro objetivo. Es decir, el director busca en el caso concreto de esta película, expresar a un Morazán que diga algo a Centroamérica en el momento actual, no busca hacer un recuento pormenorizado de fechas o situaciones fácticas, sino, inventar una ficción que ayude al espectador a acercarse al sentir de un personaje histórico; así pues, en el guion se trabaja por un objetivo vivencial antes que por un respeto absoluto a los hechos tal como lo testimonia la historia.

En este sentido, el personaje de un niño vestido de soldado apuntando una escopeta a Morazán cuando huye de sus enemigos, o que participa incluso en su fusilamiento, no busca ser fiel a ningún dato “histórico”, sino que pretende decir algo en relación a la niñez y a la juventud de la actualidad centroamericana. ¿Serán capaces las niñas, los niños y la juventud que vean estas escenas, de comprender al menos intuitivamente los alcances del reto que el ideal morazánico les plantea? Reconozco que es una de las apuestas fuertes de sensibilidad que configuran a esta película, y sobre la que convendrá establecer su juicio más favorable o más crítico.

En fin, sin tener la carga de ninguna “superproducción”, la cinta Morazán revela la inagotable vena de un imaginario centroamericano, que tomando como eje el momento culmen de la vida de un héroe local, intenta invitar a considerar el afán de la libertad y la autonomía política, como un motivo suficiente por el cual morir dignamente. Estos corredores valóricos, que traen a la mente las gestas de otras humanidades de la región latinoamericana, como mundial, son un aliciente para darse la oportunidad de contemplar la obra y forjarse un juicio personal de la misma.

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