Guillermo Paz Cárcamo
Escritor

Las narraciones de los Contadores del Tiempo, los Ajq’ija’, dan cuenta que en los tiempos fundacionales del Pueblo Maya, en la ancestral Tula, o Tollan, ubicada en el centro de México, se dio una desavenencia entre dos señores: Tezcatlipoca, Señor de la oscuridad y de la muerte que llevaba en el pecho un gran espejo de obsidiana negra donde se reflejaban los pensamientos de las gentes, y Quetzalcóatl, Kukulkán, Señor del Conocimiento, que resplandecía tornasolado según el camino del Sol, como una Serpiente Emplumada.

El conflicto tuvo como consecuencia que Kukulkán se vio obligado a abandonar Tula y con sus seguidores emprendió el camino hacia el sur, hasta dar con la ciudad Maya de Chichén Itzá. Allí se asentó e impartió los conocimientos de la Cosmogonía, de las Energías que rigen a los hombres, la naturaleza y el universo; de la arquitectura, la ingeniería; de la escultura, pintura, escritura, poesía, metalurgia, lapidaria; de la estrategia y táctica de la guerra y del conocimiento interior del humano.

De todos los rincones y ciudades peregrinaban a Chichén Itzá a beber del manantial de sabiduría que allí se vivía. Se convirtió en una Ciudad Ceremonial en la que todos los edificios, construcciones, espacios, incluyendo los cenotes, estaban dedicados a la espiritualidad, al conocimiento y testimoniar la presencia vital del Señor de Señores: Kukulkán. En todos lados y edificios está la impronta de la Serpiente Emplumada.

La estructura más significativa es la Pirámide de Kukulkán -Quetzalcoátl en Nahuatl. Este edificio cuadrangular culmina en un recinto sagrado al cual se puede acceder por cualquiera de sus cuatro costados, por cuatro escalinatas que tienen 91 gradas cada una, más una última de la plataforma superior. En suma, son 365 gradas, una por cada día del año del calendario Haab, similar al gregoriano. La pirámide se eleva sobre nueve planos que corresponden a los niveles del inframundo consignados en el Popol Wuj.

Sin embargo, el esplendor de la pirámide llega cada equinoccio del año, el 21 de marzo y 21 de septiembre. Alrededor de esos días equinocciales, en la fachada norte, las sombras de los nueve planos se van reflejando sobre la balaustrada. De esta manera el movimiento del sol, conforme avanza hacia el ocaso, va moviendo las sombras y luces sobre la balaustrada, dando la sensación del movimiento de la serpiente. Esas sombras y luces van descendiendo hasta la cabeza de Serpiente Emplumada, cuyo significado es el descenso de Kukulkán, la llegada de Kukulkán a Chichén Itzá en su andadura insuflando espiritualidad y la savia de los conocimientos.

Por esto y otras virtudes, la Ciudad Ceremonial de Chichén Itzá, sitio arqueológico maya, fue declarado por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad y reconocido como una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno.

Otra historia

Pero el reconocimiento universal como Patrimonio de la Humanidad, arrastró también el lado obscuro, negativo y destructivo de Chichén Itzá.

Resulta que el turismo se ha desatado de una manera descomunal. Ya no se trata de un turismo cultural, que llega a empaparse de los logros de la cultura maya, sino de un selfi-turismo, que lo que le interesa es tomarse el selfi haciendo muecas, aspavientos y pantomimas frente a los edificios sagrados para los mayas. Llegan sin preguntarse nada. El motivo es el selfi para atestiguar que estuvieron en el famoso Chichén Itzá, Patrimonio de la Humanidad.

Manadas de turistas llegan todos los días del año, la inmensa mayoría extranjeros que están en la ciudad de Cancún gozando de los placeres frívolos, del gozo sin freno, de vida loca que da una ciudad dedicada al entretenimiento en todas sus manifestaciones mundanas.

Más de diez mil turistas entran diariamente al sitio; anualmente millón y medio de selfi-turistas se agolpan en las taquillas, pagando unos $15 por la visita.

Pero el éxito taquillero se ha traducido en un trajinar enorme de los selfi-turistas por todos los rincones del sitio, que ha llevado a la depauperación paulatina de los monumentos, edificios y contorno del Patrimonio de la Humanidad.

Una muestra, de las muchas que se pueden exponer, es la escultura del Dios del Agua Chac Mool que se encuentra destruida frente a un edificio que también está en total descuido, cubierto de malezas que en poco tiempo derruirán más su estructura.

A la extravagante situación creada a tenor del selfi-turismo, se suma otro despropósito atentatorio al significado emblemático de Chichén Itzá. Se trata de los cientos de tenderetes que vendedores informales han instalado dentro del sitio arqueológico, rodeando todos los edificios emblemáticos del sitio, incluyendo los Saqb’e -senderos sagrados- que conducen a los cenotes. Ahora son avenidas de buhonerías llenas de las más insospechadas baratijas que se ofrecen a los selfi-turistas, por no menos de cinco euros; ni siquiera en pesos mexicanos se ofrecen.

Como dijo un funcionario: esto se volvió un oscuro negocio, donde el dinero determina cómo se utiliza el sitio. Por la codicia, se perdió el sentido de la historia, de nuestras raíces culturales y se está destruyendo el sitio arqueológico.

¿Y quién ha permitido esa política desorbitada, de permitir la entrada a millón y medio de turistas, sin control?

Los del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH).

¿Y los tenderetes dentro del sitio, que creo no hay otro caso de semejante insensatez en el mundo, ni en México, quién los permite?

Los mismos del INAH. Ellos son los responsables del desastre.

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