Por Carlos Alberto Cerda
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Un libro que descifra los tiempos

Así como el insigne bogotano, Antonio de Nariño (1765-1823), después de recorrer la sabana, se encerraba en su biblioteca de seis mil volúmenes para leer con ardor las actas de la Asamblea Constituyente Francesa, Ricardo Meillon, ha sabido leer y descifrar el mensaje de los tiempos recientes de Guatemala, para plantear en su libro «Inercia o primavera» (2016) una esperanza razonada sobre la posibilidad de que un hecho histórico se convierta en un acontecimiento fundador, mejor dicho, refundador de la vida individual y social del país centroamericano. En breves palabras, se trata de una obra que responde las interrogantes de un pueblo que se rebeló de forma pacífica y que marca la ruta hacia propósitos superiores, con la brújula de la originalidad y la franqueza.

Razón para despertar

En las primeras páginas del libro hay una reflexión sobre cómo las primaveras sociales -reacciones ciudadanas- se traducen en el derrocamiento violento de los gobernantes. El pecado original de las primaveras se encuentra en el seno de su euforia, señala el autor: temporalidad, superficialidad y violencia. En el caso de Guatemala, tal y como lo reconoce y aplaude el mundo, el movimiento social iniciado en 2015 se ha caracterizado por ser pacífico, salvo escaramuzas (especialmente en algunos conciertos musicales). Logrado los objetivos primarios, los ciudadanos que alzaron su voz en demandas y lloraron de alegría al ver los resultados conquistados, se preguntaron inmediatamente después de ver tras las rejas a dos elementales: ¿y ahora qué sigue? El libro responde la cuestión con profundidad e idealismo cautivador.

Un sueño ilimitado

El autor pone la reacción ciudadana chapina en perspectiva y la proyecta en el futuro. La protesta simboliza el viaje del pesimismo hacia las posibilidades, pero no constituye el fin en sí mismo, sino la génesis de una tarea que es más demandante e importante que aún no ha iniciado. Clarifica Meillon que se trata de ir por más y por algo mejor, una primavera positiva e ilimitadamente humana, a través de objetivos medibles y cierta organización para tomar ventaja en el tiempo. Una revolución silenciosa, anónima y cívica, en la cual el gran descubrimiento es el poder de los actos individuales. Escribe: «A través de cada acto libre y consciente, el ser humano tiene la posibilidad de renacer». Esta es una opción medicinal para contrarrestar los males comunes en América Latina: lucro ilegal, prepotencia, mentira y manipulación de quienes ostentan los cargos públicos superiores. Se trata de rechazar los vicios pasados de la dignidad pública y su tentativa de colgarse en el futuro.

Etapas para lograrlo: lo ocurrido y ¿ahora qué?

Meillon las llama fases, y plantea tres que por relevancia de las mismas sintetizo a continuación:

Fase I. Inició con la invitación en las redes sociales para saturar de dignidad la Plaza de la Constitución el sábado 25 de abril de 2015. El mundo se sorprendió de cómo el pacifismo hizo temblar a los gobernantes. Una concentración trajo a otra, y la vida ya nunca fue igual en Guatemala. La primavera chapina inició con peculiaridad: no violencia al son de «Libre al viento tu hermosa bandera (…)».

Fase II. Consiste en colocar los cimientos sobre los cuales la primavera chapina será desarrollada. El objetivo es la creación en conjunto de un clima social agradable y estable, completamente distinto al que hace poco hemos apoyado con nuestras acciones y omisiones prácticas. Esta fase parte de dos verdades: 1. no podemos cambiar a nuestros gobernados si continuamos con el clima social prevaleciente, y, 2. para cambiar el clima social compartido es necesario cambiar individualmente.

Fase III. Es el momento para redactar los grandes objetivos y propósitos del país, fundamentados en la experiencia vivida de principios específicos. Solo así serán metas dignas de esfuerzo y respaldo individual y social. Esta etapa se sostiene con una educación fundada en la motivación y en ejemplo vivido.

Engranaje de las fases: cinco ruedas

En este apartado Meillon se auxilia de la obra de Augusto Hortal (2002), y señala que para que funcionen las fases antes expuestas (I y II), se debe dar vida a cinco principios:

Primera rueda: beneficencia, entendida como «el principio que consiste en hacer el bien a los demás por medio de mi actividad diaria bien hecha / (…) el fundamento de beneficencia requiere que tanto las acciones ciudadanas como la de los gobernantes sean en sí mismas correctas» (p. 27).

Segunda rueda: justicia, que parte de la máxima «dar a cada quien lo suyo», verdad que, según el autor, supera la limitada dimensión jurídica formal.

Tercera rueda: autonomía, principio que exige defender tanto la autonomía propia como reconocer y respetar la del receptor de mis actividades. En un aspecto más amplio, una nación autónoma no se ve arrastrada a seguir irremediablemente el camino que otras naciones u organismos le impongan.

Cuarta rueda: no-maleficencia, es decir, ante todo no hacer daño. En particular: nadie puede desempeñar decentemente un puesto público sin que previamente esté convencido que no ocupará el mismo con intenciones ni intereses oscuros.

Quinta rueda: transpresencialidad, implica extender la aplicación de los cuatro principios originales más allá de quienes son usualmente favorecidos por los mismos. En este apartado el autor resalta: «las constantes expresiones racistas que oímos y que lamentablemente permitimos son tan sólo un reflejo de la diferencia y lejanía reales por medio de las cuales mutuamente nos excluimos de cualquier consideración» (p. 44).

Un taladro para la conciencia ciudadana

El autor con una franqueza poco común en estas latitudes señala que las fases y principios citados recobrarán vida a partir del carácter y las actitudes; para ello se ocupa de bosquejar dos tipos de personas: quien vive una vida vulgar, se deja llevar por los vientos de la vida, por los convencionalismos, reglas o normas del grupo social dominante en el cual se encuentre; y, quien vive una vida noble, cuestiona lo que el flujo de la vida le empuja a aceptar, reflexiona sobre lo usualmente aceptado por la moral dominante del grupo social en el que se encuentre. Voluntaria y conscientemente se traza metas para ser mejor.

Presea para el autor

A diferencia de Nariño, quien por traducir y divulgar los 17 artículos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, le confiscaron sus bienes, fue conducido prisionero a España y condenado a 10 años de prisión en África, además del extrañamiento perpetuo de América, tal y como lo documenta Jorge Abelardo Ramos, las ideas de Ricardo Meillon responden con pertinencia existencial las interrogantes de un pueblo que levantó su voz contra la sinrazón del Estado. Merece el autor los aplausos de toda Centroamérica, ¡hurra a «Inercia o primavera» por abrir nuevos senderos!

…quien vive una vida vulgar, se deja llevar por los vientos de la vida, por los convencionalismos, reglas o normas del grupo social dominante en el cual se encuentre; y, quien vive una vida noble, cuestiona lo que el flujo de la vida le empuja a aceptar, reflexiona sobre lo usualmente aceptado por la moral dominante del grupo social en el que se encuentre.

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