Por Camilo Villatoro
Barrancópolis

El hecho de que una bienal tenga apellido ya es un síntoma grave de tercermundismo. La periferia, o el mal llamado tercer mundo, se caracteriza por eso: la desigualdad obscena. En la periferia del planeta suelen haber muchísimos pobres y pocos, pero acaudalados oligarcas, también una notable capa media medianamente pauperizada y capitalistas emergentes, que en unas cuantas generaciones y gracias a los enlaces matrimoniales estratégicos pasarán a engrosar las filas de la élite del país. No se pueden ignorar estos términos porque la desigualdad es una realidad imposible de relativizar: o se come o se muere.

¿Por qué una noción de estructura social guatemalteca antes de hablar de arte contemporáneo?

Es que el arte siempre conlleva una suerte de paradoja en Guatemala. Por arte contemporáneo se entiende la convención arbitraria del Arte de la era posmoderna -visualícese la categoría «convención» como una noción de frontera-. La posmodernidad no es una temporalidad histórica, sino una condición específica de la cultura intelectual contemporánea. Como dice Lyotard, la modernidad no es moderna sino es ya posmoderna. ¿Y qué es la modernidad sino lo contemporáneo?

¿Quiere esto decir que la posmodernidad ha existido siempre? ¿Todo pasado tuvo su propia modernidad y posmodernidad?

Se suele malentender que la posmodernidad aparece con el advenimiento del aparente triunfo histórico del neoliberalismo sobre su consagrado opuesto el socialismo real. Y sí, la cultura ecléctica de la vanguardia del mercado globalizado propicia la concepción (¡Inconcebible!) de una realidad fragmentaria alejada de la tendencia de la totalización orgánica. Pero ya Nietzsche pensaba en eso de la fragmentación y la ausencia de la totalización, en el siglo XIX. ¿Era Nietzsche posmoderno? Lo único que nos obliga a concluir precisamente lo contrario es que la posmodernidad no existía como concepto en el siglo diecinueve. En otras palabras, Nietzsche no podía ser posmoderno porque aún no se inventaba el término, aunque el término encuentre coincidencias con el pensamiento del filósofo. Y más bien, los posmodernos tendrían algo de nietzscheanos y no al revés.

Las nociones fronterizas de la temporalidad lineal de la historia humana sirven para tener un referente cuantitativo de nuestra experiencia en el mundo: de la noción de cantidad ascendente se intuye la maduración de las cosas, su cercanía a un fin que pudiera no existir. Toda frontera categorial es arbitraria y está sujeta a las más variadas relativizaciones, pues todo problema filosófico es, como diría Wittgenstein, un problema gramatical. La gramaticalidad es una convención de signos.

Pero a lo que te truje, Chencha: el presente guatemalteco. Lo que se intenta en la bienal es incorporar lo contemporáneo a la cultura guatemalteca, tal vez modernizar en términos estéticos un país en el que todavía existen relaciones sociales cercanas a la esclavitud, como la precaria libertad de las trabajadoras domésticas, y demás horrores contemporáneos…

O sea que lo contemporáneo en el arte finalmente es una suerte de vanguardia posmoderna… Pero la existencia de una vanguardia todopoderosa contradice la condición posmoderna del arte. La vanguardia más o menos ecléctica del arte contemporáneo mediatizado en una bienal contradice la estética posmoderna. Esta condición absurda y medio disparatada es la paradoja inherente de las convenciones de la posmodernidad.

Lo que le interesa a la estética posmoderna es la búsqueda de lo artístico mediante el rescate de Lyotard de un precepto kantiano que se aproxima a una nueva forma de sublimación: lo informe. Lo sublime se logra presentando lo que se concibe como impresentable, donde se «procura el placer dando pena». Obviamente lo impresentable contradice la forma apolínea, bella y brillante, de las bienales, o sea que el esfuerzo de una bienal debe verse únicamente como una acción económica del mercado del arte, y su vano (por no decir hipócrita) intento de democratizar las tendencias posmodernas del arte. La bienal es el lienzo al que deberían rehuir los artistas posmodernos que han entendido la estética de lo sublime, pero se entiende que esto no ocurra porque 1) no todos los artistas contemporáneos han leído al que debería ser su filósofo de cabecera o principal ejemplo a aborrecer: Lyotard, y 2) los artistas comen y cagan como todo el mundo, además de que la mayoría son un poco ambiciosos con respecto a su presentación en sociedad.

Existe una tendencia generalizada a aborrecer lo posmoderno siendo ya de hecho posmodernos, y a veces se confunde la ignorancia nata con su equivalente sublime, la ignorancia socrática. Me parece curioso que se utilice el concepto de «decolonialidad» en el lenguaje artístico contemporáneo en Guatemala. La decolonialidad en el arte, de ser coherentes con lo que se dice y se hace, no podría existir después de que el arte se utiliza como una forma más de acumulación capitalista. Sería más sincero aceptar que lo decolonial es un simbolismo bienintencionado pero impotente, que también se vende como mercancía, también puede ser un producto de las relaciones del colonialismo. Se parece mucho a la contradicción expresada por el panfleto supuestamente radical de las canciones de Calle 13 y su dependencia inevitable al mercado: «Adidas no me usa, yo estoy usando a Adidas», sugieren estos raperos. La verdad es que a esas alturas ambas partes se ven satisfechas, unos pudiendo masificar un mensaje revolucionario y los otros vendiéndolo, como si en vez de canciones fueran tazas con la efigie impresa del Che.

Como el mayor mérito de muchas de las obras expuestas en la bienal es la confusión, y como la confusión es la pasión de los círculos intelectuales posmodernos (y asociados), podemos intuir que la tendencia de la estética de lo sublime por el momento le interesa un comino a la mayoría de guatemaltecos y que seguirá siendo así hasta que las condiciones estructurales del país permitan que todos podamos tener una educación crítica y mayor calidad de vida, para poder dedicarnos al arte y a sus menesteres.

Pese a todo, hubo trabajos que me resultaron interesantes en mis visitas a las sedes de la bienal, y por supuesto, otros que me parecieron sosos: fórmulas nada originales para intentar la sublimación kantiana sin realmente lograrlo, o lográndolo apenas. Al final, como todo se reduce al principio posmoderno de confunde y vencerás, se les otorga el beneficio de la duda… Un muy buen ejemplo de ello ocurrió un día que con unos amigos nos tiramos al suelo a descansar en la sala donde se estaba proyectando un video-arte y otro grupo de visitantes le preguntó a su guía que si acaso éramos parte de la obra…

Camilo Villatoro (1991-…) es un impopular escritor iconoclasta y satírico, nacido en México pero de identidad guatemalteca. A falta de currículum de publicaciones o méritos de cualquier tipo, inventa patrañas cuando de describirse en estos espacios se trata. Prefiere eso al patetismo de decir que es «un comunicador persistente en redes sociales», lo cual es verdad pero a nadie le importa.

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