Por Alejandro Flores*

Nunca se sabe bien dónde o cómo localizar al Rex. Está en todos lados, pero nunca está realmente en alguno. ¿Qué o quién es en realidad? ¿Es un ser humano como el resto de nosotros? ¿Es sólo un pseudónimo? ¿Proviene de otro lugar muy distinto al nuestro? ¿A caso de la literatura?

Por el momento la mejor hipótesis puede ser que el Rex es un personaje de novela que escapó del mundo de los libros y hoy ha adquirido vida propia en nuestra realidad. Pero hay que hacer unas cuantas observaciones.

El Rex tiene una identidad que, con el paso del tiempo, va ganando independencia de su autor. Frecuentemente pareciera encarnar una versión barroca y subversiva del ya barroco y subversivo Tony Clifton, quien se independizó de su autor de forma tal que incluso, años después de la muerte de Kaufman, se le vio actuar como si nada en multitudinarios espectáculos de comedia. Otras veces pareciera estar en medio de alguna conspiración política, junto a los desobedientes personajes de Adoum, quienes como desesperados pretenden fugarse del texto de “Entre Marx y una Mujer Desnuda”. En ocasiones, parece tramar, en una conversación inframundana con Lion, algún ingenio romántico para seducir infructuosamente a la virgen blanca, la de palo, de “El Tiempo Principia en Xibalbá”.

El Rex Mamey eventualmente declarará la muerte del Autor literario, con lo que también se emancipará de su autor personal. En sí lo hace a diario, al escapar de casi cualquier convención y norma editorial, como militante radical del caos, que ha encontrado el equivalente a la ley de la gravedad en los 140 caracteres.

Cualquiera que lo haya seguido en sus incursiones cibernéticas podrá deducir por sí mismo que el Rex no es únicamente un personaje anónimo que protege la identidad de algún troll de internet. Entender al Rex como un pseudónimo es un error imperdonable. No se trata de una identidad secreta, ese nunca ha sido su interés, nunca pretendió serlo y posiblemente nunca lo será. Rex Mamey no es mote de nada ni de nadie.

Esto resulta insoportable para personajes ficticios, que de sus nombres propios hacen alias deshonestos, y que dejan ver su impotencia en la sintomatología de algún tipo de desorden de personalidad paranoico persecutorio y compulsivo. Don Ricardo intentó interrogarlo por años, al mejor estilo de alguien que añora infinitamente la violencia contrainsurgente; alguien con alma de policía militar frustrado, a quien sus superiores nunca le confiaron una sala de torturas propia simplemente porque no lo tomaban en serio. -¡Identifíquese, cobarde!- le repitió incansablemente don Ricardo en la época que muchísimos conocimos por primera vez al Rex, tiempo que puede datarse más o menos a la altura del juicio por genocidio contra Ríos Montt.

Es muy importante rastrear algunos aspectos genealógicos mínimos. El común cree que el Rex es un personaje que emerge inmediatamente después del aparecimiento de Twitter, que posteriormente llegó a los blogs, a Facebook y finalmente se metió a escribir columnas serias en diarios electrónicos de sátira política. Sin embargo, lo más factible es que haya nacido al calor de la alegadera previa a los vergazos, en un desacuerdo entre chavos de Jocotenango y la Antigua, después de una chamusca. Son inmensas las posibilidades de que el primer suspiro del Rex haya sido dado en ese momento en el que la agilidad verbal es muchísimo más importante que un cachimbazo en el hocico, o la primera mocasina que sale volando, tras el nada certero patín al aire, que caracteriza el arte marcial del estudiante de secundaria.

Los primeros latidos de su corazón se oyeron al momento de ser recogida una docena de litros de cerveza, en los chupaderos de zona 12, minutos antes de iniciar las clases en la carrera de literatura de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Aunque nunca fue huelguero, el Rex epitomiza la fuerza de lo popular que mueve al desfile bufo, aquello que fisura el anquilosado espíritu pequeñoburgués que los criollos heredaron a ese masivo complejo de inferioridad que a los guatemaltecos ladinos nos da por llamar “nación”. El Rex se completa como una voz autónoma que habita la cultura popular y rechaza la imbecilidad de un mundo obsesionado con la aspiración al refinamiento insubstancial, la payasada del mejoramiento de sí o la superación personal al estilo randiano.

El Rex no pretende ser parte de eucaristía o catequesis alguna, con la clarísima excepción de la apropiación que ha hecho del rostro infantilizado de Benedicto XVI. El Rex no aspira a la carne, a la sangre o a la materia; es un anti Pinocchio extasiado por su naturaleza etérea, no le interesa la madera, ni la piel, es un amasijo díscolo de ceros y unos que, aunque en apariencia se comporta como humano, está mucho más allá de lo humano.

El Rex es devenir en un mundo que aún no termina de sedimentar, un mundo increíblemente próximo al nuestro, pero hondamente desconocido por nosotros. El Rex es un ser que está entre nosotros, pero que habita más allá de nuestras fronteras, lo que lo hace doblemente heroico: es un personaje que escapa de la literatura, la trasciende como forma de expresión y contenido, pero también logra escapar la inmaterialidad de sus confines al interactuar en primera persona con personajes aferrados a las miserias de la siempre insostenible e inestable “realidad”.

Lo más fascinante del Rex, de sus interacciones, de sus múltiples modos de existencia, es el desinterés de verse a sí mismo como animal moralizante. El Rex es una entidad política que apela permanentemente al anarquismo, al desprecio de lo sacro, a la aniquilación de la norma, destruyendo inmisericordemente el estilo, la coherencia semántica y ortografía. El Rex ha revivido el vigoroso espíritu de los cínicos, esos filósofos antiguos que viviendo como perros desafiaban la solemnidad de la polis, masturbándose en la calle, defecando a la vista de todos, profanando no solo la pomposa vanidad de las élites, sino de todo lo sagrado.

*Candidato a doctor en antropología sociocultural por la Universidad de Texas en Austin. M.A. en sociología cultural y política (Diplom-Soziologe) por la Universidad Libre de Berlín. Actualmente realiza investigaciones sobre contrainsurgencia, seguridad y estética en Guatemala.

Aunque nunca fue huelguero, el Rex epitomiza la fuerza de lo popular que mueve al desfile bufo, aquello que fisura el anquilosado espíritu pequeñoburgués que los criollos heredaron a ese masivo complejo de inferioridad que a los guatemaltecos ladinos nos da por llamar “nación”.

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