Por Leonel Juracán

Este título, que hasta perece título de cartilla escolar, no lleva la misma intención de aleccionar. ¿A ver a ver, qué es lo que a todo mundo hace reír? Claro, ver a otro sufrir. El niño enciende la televisión y ve como electrocutan al malhechor, como éste no deja el rostro de fruncir, tan mala es su suerte, que antes de la muerte, se convierte en hazmerreír. Un par de viejas trabajadoras de la burocracia, a las que mucho les hace falta hacer gimnasia, procurando satisfacer la piedad cristiana, mandan a llamar a la mucama. La primera le regala una chalina de seda, y la otra le convida su coctel de miel y frutas, del que no quedan más que los bananos. Como la pobre empleada no se queda (tiene que ir a trapear y lavar los baños), deja matándose de la risa a las dos viejas… astutas.

_Cul7_1BEs de noche y en una celda de la cárcel, varios presidiarios cuentan anécdotas sobre sus hazañas delictivas. Uno de ellos relata que, para robar un porta-folios una vez, creyendo quizá que estaría lleno de billetes como aparece en las películas, tuvo que apuñalar al hombre que lo llevaba. Inútil el esfuerzo de hundir y sacar el cuchillo, vana la fatiga de correr y esconderse, pues al abrirlo (no al hombre, sino el portafolio), descubrió que sólo estaba lleno de pastillas, radiografías e informes médicos, donde indicaban que el portador padecía cáncer. Desde alguna de las planchas, alguien grita: ¡Vaya, pues!, ¡Al menos le ahorraste la operación! Un coro de carcajadas irrumpe en la oscuridad.

Emparejar la crueldad con el sentido del humor es quizá uno de las prácticas más frecuentes, y oscuras que hay en la psique del ser humano, y sin importar cuánto trate de ocultarse con refinamientos sociales, en el fondo de cada chiste, podemos encontrar una alusión a la violencia. Charlotte, el personaje creado por Chaplin, hace comicidad sobre la explotación y la pobreza, Cantinflas, hace graciosa la ignorancia, y los discursos de los reyes feos en la Usac, sobre la discriminación racial y la violencia contra la mujer.

¡Pero es que hay niveles! Dirá algún indignado, desde el parapeto de su corrección política y moralidad. ¡No podemos reírnos de hechos y situaciones que nos deshumanizan!. Si hemos de confiar en las palabras de Freud, la risa es una forma de disimular nuestro miedo ante la muerte. Jamás ha sido de otra manera. Numerosos pensadores a lo largo de la historia se han dedicado a reflexionar el por qué a unos les parecen graciosas ciertas cosas y a otros no. A Platón le molestan las comedias de Aristófanes, Aristóteles las defiende. ¿Por qué? Uno pertenecía a la nobleza, el otro era plebeyo, uno veía motivo de reflexión en las burlas que se dirigían a Sócrates, y otro lo veía como producto de la estupidez. El chiste, para ser bueno, debe atentar contra la moral. No en general, pero sí de alguien o algún grupo en particular.

Es por ello, que si pretendemos profundizar en el tema, no debemos fundarnos en los gustos, sino procediendo como hizo Henri Bergson, que hace ya más de cien años, empezó por preguntarse de qué nos reímos y luego, ver si las cosas que nos dan risa podían ser clasificadas. Según éste autor, el motivo universal de la risa está en la rigidez mecánica. Nos da risa que alguien tropiece y caiga, porque al encontrar un obstáculo no ha tenido la agilidad suficiente para esquivarlo y continuar su marcha. Y siguiendo en ésa línea, las personas con vicios, manías o creencias exacerbadas son motivo de burla, porque no pueden llevar una vida normal, les falta la agilidad mental para salir de la monotonía que lentamente han cultivado.

Todo muy bien como teoría, pero ¿Dónde está lo mecánico repetitivo en los chistes que mencionaba al inicio de éste artículo? Bergson nos dice también que la insensibilidad es requisito fundamental para que exista el sentido del humor. Y aquí nos acercamos ya a nuestro caso como guatemaltecos. Otro filósofo, (Nietsche) dijo alguna vez «El hombre es el único animal que ríe y llora, es un animal infeliz». De modo que si no tomáramos distancia ante el dolor y la violencia al que conduce inevitablemente el orden político que rige en nuestras sociedades, viviríamos en una permanente tragedia y continuamente paralizados del terror. Mientras mayor es la violencia con que se administra el orden público, más negro se vuelve el sentido del humor.

Pero tampoco es necesario que lo veamos en términos tan negativos. Según nos explica otra pensadora, ésta vez Julia Kristeva, el sentido del humor, es también la manera que tienen las sociedades de renovarse, burlándose de las costumbres que dejan de ser necesarias, ridiculizando las actitudes que se han vuelto perjudiciales, mostrando que toda conducta humana, es después de todo, nada más que una convención. Casi todos los pueblos han creado un momento en que las costumbres se relajan, el orden se subvierte, y se festeja la divergencia. Se llama carnaval. Y es parte indispensable de toda civilización.

¿Cuál es la carencia entonces en Guatemala? Tenemos Nito y Neto, Don Cheyo y doña Rome, la Huelga de dolores. Y antaño tuvimos a Taco y Enchilada, que luego se convirtieron en Taco y Chalío, en un show en que vi las primeras veces a Valeria, también conocida como La chimoltrufia chapina.

Los orígenes del sentido del humor que tantos añoran, hay que buscarlo en el siglo de oro español. En los «Artículos de Costumbres», de Mariano José de Larra, que José Milla trató de emular en sus «Cuadros de Costumbres». Llenos de reflexiones filosóficas y humor amargo, descripciones cómica de los «Tipos» que proliferan en su época, gajes de diversos oficios y hasta un retrato satírico de sí mismo. Debemos reconocer, sin embargo, que dichas descripciones abundaron durante el romanticismo español, inglés y americano, y en el fondo son una defensa de la moral pequeñoburguesa contra quienes consideraba inferiores. Sí, Voltaire se burla de las guerras de religión y los españoles en América, éstos lo hacen de los aborígenes.

Otra vertiente, más descarnada y que abunda en situaciones grotescas, es la que proviene de «El Lazarillo de Tormes», «La vida del Buscón llamado Don Pablos» y «María filósofa». Esto es lo que bien pudiera llamarse humor contrahegemónico. Eso que abunda en los chistes colorados, lleno de dobles sentidos donde se habla de la vida sexual oculta de los religiosos, las estrategias de los pobres e ignorantes para salirle al paso a quienes ostentan riquezas y grados académicos. Éste sí es el humor carnavalesco, donde el rico se presenta como ignorante y el sabio como impotente. En parte, herencia de las revueltas populares que surgieron como consecuencia de la revolución industrial, pero que siempre ha acompañado a los explotados de cualquier lugar del mundo.

Si volvemos a lo que decía Bergson, el problema con el humor guatemalteco es que no se ha renovado en mucho tiempo, y lejos de atacar los hábitos mecanizados, contribuye a fomentarlos. La mayoría de gente que hoy critica al presidente Neto, (perdón, Jimmy Morales) no es desde el moralismo y la corrección política, como cabe pensarse en éstos tiempos de oenegismo y multiculturalidad, sino porque sus chistes tratan de ser moralizantes, les falta vulgaridad, no critican la doble moral, sino que perpetúan los arquetipos del siglo antepasado. ¡¿Los indígenas no son quejumbrosos?! Vaya usted a cualquier iglesia evangélica en el interior y compruébelo con sus propios ojos. ¿¡Los vaqueros en el oriente no son ignorantes!? Cómo podía ser de otra manera, si es una de las regiones más abandonadas de Guatemala, que por décadas ha permanecido al margen de la educación, la salud y otros derechos fundamentales. Y ahí estamos en la llaga misma de nuestra conciencia. No hemos sido capaces ni siquiera de contradecir las normas con los chistes. Nos reímos de lo que más nos duele, y lo continuamos repitiendo hasta el hartazgo, pero con la diferencia de que ahora nos convertimos en cómplices.

De carnavales ni hablemos, de aquél humor picante y agrio, hijo de Quevedo, hemos pasado a la Huelga de Dolores, que actualmente opera subvencionada por el estado, extorsionando a comerciantes, amenazando catedráticos, coaccionando a los estudiantes, como cualquier mafia organizada. Ése distanciamiento necesario entre el horror y la risa se ha hecho cada vez más imposible, pues los mismos explotados se reclutan como esbirros, por eso no es de extrañarse que jugar al futbol con cabezas decapitadas sea un espectáculo.

Si en algo sirve de consuelo, no solo es la situación de Guatemala, está por todos lados. Hoy en internet se publicitan las decapitaciones del grupo Isis, financiado por los mismos países que dicen combatirlos. ¿Y Se ha preguntado por qué la televisión ha regresado a la práctica ancestral del «Circo de anormalidades»? La fotografía que hoy nos sirve de ilustración está tomada de la película «El Hombre Que ríe», basada en la novela Homónima de Victor Hugo. Que para no remitirnos a Focuault, nos cuenta en su introducción, sobre la forma en que las estructuras de poder tienden a crear su propio carnaval, creando una versión física palpable de «lo anormal» para distraernos de la brutalidad que comete por métodos políticos y militares

Según nos mitifica Milán Kundera en su «Libro de la risa y el olvido», el demonio, al verse desterrado y humillado, tenía una risa, que significaba su rebelión contra el orden divino, incómodo el ángel, que esperaba verlo sufriendo, también soltó una carcajada, pero ésta era monstruosa, porque estaba vacía. Es a la que ahora nos imponen.

Cita de Víctor Hugo

«El bufón de la corte sólo era un ensayo para hacer retrogradar al hombre hasta el mono; progreso retrospectivo. Al mismo tiempo, trataban de transformar al mono en hombre. La duquesa de Cleveland, Condesa de Southamtpon, tenía por paje un mono muy pequeño. En casa de Francisca Sutton, Baronesa de Dudley, servía el té un mico, ataviado de brocado de oro, que lady Dudley llamaba «mi negro». Catalina sidley, Condesa de Dorchester, iba a sentarse al parlamento en una carroza blasonada, detrás del cual iban de pie tres papiones de gran librea. Una de las duquesas de Medinaceli, a la que el Cardenal Polus vio levantarse de la cama, hacíase poner las medias por un orangután. Estos monos, ascendidos en categoría, eran el contrapeso de los hombres brutalizados y bestializados.»

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