Por redacción Cultura

El escritor guatemalteco Eduardo Halfon recibió la semana pasada el Premio Roger Caillois de literatura latinoamericana. A continuación reproducimos íntegramente el discurso pronunciado por el homenajeado durante la ceremonia mientras recibía el galardón en la Maison de l’Amerique Latine en París por parte de la Asociación de Lectores y Amigos de Roger Caillois y el PEN Club de Francia.

Cuando un escritor recibe un premio, en realidad no se está premiando a ese escritor, sino a todos aquellos que lo ayudaron a escribir su obra. Porque una obra literaria es, siempre, plural.

Es un premio, ante todo, para las personas que fueron y siguen siendo alentadoras y protectoras del espacio tan frágil que son las letras de ese escritor, personas como monsieur Caillois, cuya vida y obra estamos hoy celebrando, y agradeciendo. Es un premio para todos los autores que le descubrieron a ese escritor la magia de la literatura y de los libros, que le mostraron al duende escondido entre las páginas. Es un premio para los profesores que le enseñaron cómo escribir, y cómo no escribir, depende. Es un premio para los padres, enteramente responsables o enteramente culpables, también depende. Es un premio para el hermano y para la hermana, cómplices y partícipes. Es un premio para los abuelos, que le heredaron cada una de sus historias, acaso sin ellos siquiera saberlo. Es un premio para la pareja, que ha soportado años de neurosis, y de manías, y de caprichos, y de malos humores, sin jamás saber que esos malos humores se deben a una maldita coma o metáfora que no termina de funcionar. Es un premio para todos aquellos amigos lectores de manuscritos que han podido mejorar una frase, corregir una errata, acertar algún título. Es un premio para la agente, que debe hacer porras aun cuando ese escritor no se las merece. Es un premio para todos los traductores, sin cuyo trabajo esa obra no volaría. Es un premio para los dos o tres gatos que lo han acompañado durante años, en el regazo, oyéndolo hablarse a sí mismo y leer en voz alta como una especie de desquiciado. Pero un premio literario es, sobre todo, un premio para los editores. Son ellos, sus editores, los que pueden ver, mientras el escritor tantea en tinieblas. Y son sus editores los que pueden levantarlo cuando el escritor se tropieza, y mantenerlo encarrilado cuando los rieles se terminan, y soportar a su lado el peso del mundo cuando el mundo llega a pesar demasiado. Son sus editores, mis editores, los que primero confiaron en el poder de unas cuantas historias, de unas cuantas palabras escritas en un puñado de páginas.

En fin, son ellos, todos ellos, y tantos otros, y tantos más, los que están parados conmigo aquí, en este hermoso salón parisino, recibiendo este premio en equipo, algunos hincados ahí enfrente, otros, los más altos, parados aquí atrás, pero todos contando historias y todos riéndose y todos celebrando y brindando y bailando borrachos conmigo, como si esto fuera la escena final de una película de Fellini. Quizás lo es.

Eduardo Halfon
París, 2015

*Fotografía de Marlon Meza

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