Por Juan Calles

La música y el silencio en un mismo espacio y momento; una fiesta callejera estridente, borracha, en penumbra. Una mujer baila sola, los brazos se mueven como motivados por el viento caliente de la noche, un hombre sin dientes ríe sin razón, ríe y llora al mismo tiempo, como la música y el silencio, es una fiesta sin colores, gris, fúnebre y carnavalesca.

Juracán desde el resquicio de una puerta de madera, carcomida por el tiempo, esconde entre su ropa una pequeña botella llena de aguardiente, un licor-tinta con el que días o meses después escribirá sobre las hojas arrugadas de un cuarderno bi color. ¡Esto es una fiesta culeros! Grita el hombre sin dientes, que con el dorso de la mano se limpia los mocos que el llanto le ha aflojado.

Juracán hace anotaciones mentales, se desabotona la camisa y practica un paso de baile, al verlo las muchachas bajan la cabeza, dirigen la mirada a otro lado, a ninguna parte; el poeta sigue ensayando sus pasos de baile, el sabe que son fúnebres y carnavalescos, que los días no son tiempo, que los días no son nada. Mientras termina una canción, las parejas aplauden y piden a gritos que inicie la siguiente, Juracán aprovecha para empapar su lápiz en la botellita de aguardiente y después murmurar sobre el papel:

Sé que ha ocurrido nada más la hora sublime
En que el otoño rompe ante mis ojos
Su copa de nostalgias.

Vistas pues así las cosas
Puede que ésta mañana
haya visto por última vez el horizonte
y la proa dispuesta a naufragar
en plena Antártida
haya izado las velas de mi camisa
en el sin dónde.

Es viernes de dolores, quizá, o Domingo de Resurreción, un sol oscuro ilumina la ciudad, ¿ilumina? Hay calor pero la gente viste largos sacos negros y bufandas desteñidas, apestosas y sudadas.

Juracán no lo sabe pero ésta fiesta fúnebre y carnavalesca la ha montado el mismo, las serpentinas sin color, las luces amarillentas y patibulares, las bocinas llenas de telarañas y nostalgias que suenan estridentes, las parejas que bailan, sudan, se tocan lascivos y se golpean; las lágrimas de los hombres, los sollozos de las mujeres, las cumbias tristes que las parejas bailan llorando.

Juracán mirá a una mujer que llega a la fiesta sola, como buscando con quién bailar, en ese momento recuerda que la conoce, recuerda que siente, que está vivo y escupe sobre una hoja en blanco que momentos después le entregará a la mujer y ella leerá con atención:

Estoy enamorado
De la muerte
Pero también de ti.

Ahora tendré que asesinarte
Para poder amarte
De la única forma
Que sé hacerlo.

Juracán ha bailado, Juracán ha reído, Juracán ha bebido, Juracán ha escrito cartas en medio de esta fiesta triste, esta fiesta que es carcajada y llanto de dolor, esta fiesta gris que puede llamarse Guatemala, que puede llamarse vida, que puede llamarse poesía, Juracán ha escrito cartas, pero no lo sabrá hasta ver este libro publicado, hasta que el objeto en el espejo lo abofeteé una vez más, Juracán ha escrito cartas para sí mismo, para evitar la bofetada:

La carta se extendió hasta el infinito
Un espasmo amanuense al destierro
Una fuga del silencio a la muerte
Una repetición continua en el plano.

Esa carta no tiene ya pies ni cabeza
El universo entero devino en hoja
Y yo nada más que una letra
De la carta que siempre se escribe
Y siempre está en blanco

De pronto, sin que nadie lo esperara entra por una esquina de la ancha calle una marimba y una chirimia, el olor de copal e incienso inunda las calles con una niebla olorosa que te paraliza, que te incrimina; desde el centro de tu ser un temblor, una fuerza inusitada te invita a llorar con ganas, a saborear tu derrota, el sin sentido de la vida. La fiesta fúnebre y carnavalesca tiene ahora su clímax, su orgasmo colectivo, Juracán se esconde de nuevo en el resquicio de la puerta, sabe que es hora de la graciosa huida. Él sabe muy bien cuando la fiesta acabó. Antes de desaparecer hace un grafiti en la pared más blanca, más grande, más visible de la calle:

Guardar mis archivos en orden
Y aparentar equilibrio absoluto
En este camino de vuelta al tiempo
Para terminar acá, jalando la carreta,
Arrastrando un tren de muertos y marionetas
Todos con mi propia cara
Y mi propio nombre
Todos diciendo adiós.

Al cerrar el libro aún puedo escuchar los ecos sordos de la fiesta, una fiesta triste a la que estas invitado al abrir las páginas de este libro breve y contundente, un libro que contiene la forma del habla y la forma de la escritura de un poeta que no se sustrae de la experiencia dolorosa, de lo terrible y lo sublime.

Fúnebre y Carnavelesco es un compendio de la tristeza, una sinopsis de la vida en esta ciudad, en este país. Leonel Juracán ha escrito un libro de poesía para entender la tristeza de la fiesta que es vivir.

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