POR CAMILO VILLATORO

Ya la vida transcurre normal, como antes, es decir el mundo en paz, y el cafecito de las cuatro, en familia como dios manda. La plaza vacía los sábados, la banda de hermanos centroamericanos poniéndole a los incautos frente al Portal del Comercio (xenofobias aparte), los hermanos guatemaltecos haciendo las veces en las distintas calles y avenidas de la ciudad (malinchismos aparte) y los bondadosos empresarios defraudando a hacienda, ahora que la lucha de clases es cosa del pasado y punto en boca.

Queda solicitar de la forma más amable a las empresas extractivas que si pudieran hacernos la caridad de dejar de expoliar nuestros recursos naturales, o si fuera posible, pagar más del 2% de impuestos, tal vez el 3%. Muchísimas gracias; el altísimo sabrá recompensarlos.

20 de Octubre no se olvida, y volveremos las ovejas negras a marchar y a gritar consignas en el corral de la plaza. Ovejas al fin.

La revolución es cosa del pasado, dicen, pero lo que no pasa de moda es la necesidad de los homínidos guatemalensis de tener una vivienda digna. El sentido común indica evitar complejos habitacionales en laderas y barrancos, pero la lógica de la propiedad privada, que acumula y excluye, es más fuerte que la lógica de la cooperación entre prójimos.

Resulta que los misántropos son ángeles de la generosidad, y un acto de defraudación a hacienda es legítimo siempre que la beneficencia cure el mayor número de niñitos con cáncer que el previo proceso industrial de las hamburguesas les haya provocado. No hay nada más conveniente que ser el mal y la cura al mismo tiempo, y que la masa consumista sea además de consumista, ignara: siempre solícita a consumir por una buena causa.

Con buenas intenciones se pavimentó la carretera hacia el infierno. Un cómodo acto de caridad, como se ve, puede estorbar más que ayudar, o simplemente, crear un daño colateral imperceptible para nuestra inteligencia. Eso sí, ayuda a dormir bien a todos aquellos cristianos que esperan ganarse el cielo con pequeñas acciones. Para su fortuna, el infierno no es otra cosa que la realidad presente, y ellos viven en un aparente estado de confort muy parecido al mito del paraíso. Para ellos es el reino de los cielos.

Este lento colapso civilizatorio tal vez se deba a nuestra incapacidad intelectual de distinguir el tipo de atol que tomamos. De la mano dura a la comedia barata. Casi un plagio de la cultura política mexicana de la última década: de la guerra contra el narcotráfico a la tragicomedia telenovelesca. Quien se siga creyendo original que levante la mano.

Como es obvio las elecciones no sirven para hacer cambios estructurales, al menos no en estas circunstancias. Todo está dispuesto para que las cosas sigan igual; pero siempre pueden ser peor. Debería contar cual acto de corrupción ir a votar bajo el criterio de: “no voto porque es bien fea y qué oso para Guatemala a nivel internacional”. Digo, la estupidez es más vergonzosa, en todo caso.

¿Qué hace que nuestra cultura política se base en esos criterios, ni siquiera retrógrados, sino estúpidos? No cuentan los argumentos, ni las estadísticas, ni los datos, mucho menos un balance de los pros y contras; cuentan los prejuicios y la imagen, el chiste y la miseria intelectual, los inventos mediáticos de novedades aparentes.

Vaya a votar sabiendo que hace cuatro años votó con un criterio no muy distinto. Luego no se queje de los que ahora nos burlamos de usted y prevemos que dentro de poco, o mucho, se somatará el pecho en la plaza, en una lucha pacífica y estéril contra la corrupción.

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