Por Camilo Villatoro
kmiloht@gmail.com

Los cadáveres son otro elemento ornamental de nuestro tiempo. En estos momentos debe haber más de algún muerto tirado en medio de un sembradío de milpa, siendo deglutido lentamente por los microorganismos del suelo. A veces ocurre que el cuerpo se desmembra y se reparte en lugares estratégicos, siendo así que el tronco se puede encontrar en la zona 6, la cabeza en algún paraje de Amatitlán, y así sucesivamente, casi siempre envueltos en bolsas de plástico negras, costales, o lo que los ejecutores tengan a mano. Más que originalidad, éstos suelen optar por la rapidez, porque esperan con ansia la quincena, como todo trabajador guatemalteco.

Se puede pensar que hay mucho odio en esos crímenes, cual si hubiera que ser malísima persona para ser eliminado con tanta saña; pero no… basta con joderle el bisnes a alguien, tener demasiada información, o estar en el lugar equivocado. En los negocios pocas veces hay motivos personales, y los asesinos no suelen mezclar la vida cotidiana con el trabajo: son estrictamente profesionales. Seguramente tienen un código de honor donde (en el mejor de los casos) te vuelves el hazmerreír del gremio si no logras llevar la tarea a buen término.

Como en toda profesión, hay dos tipos de formación: empírica y académica. Se es empírico cuando por cuenta propia vas haciendo carrera en los bajos mundos. Lo más usual es que a temprana edad seas reclutado por alguna pandilla y empieces matando rivales para demostrar la lealtad que caracteriza a estos gremios. Hay muchos tipos de pandillas, pero las más conocidas en nuestro medio son las maras, agrupaciones paramilitares que son útiles al crimen organizado porque bien pueden hacer las veces de sicarios y las veces de chivos expiatorios. Cuando se necesita hacerle creer a la sociedad que hay un único enemigo real, culpable de todos los males, se señala a las maras. Como se ve, cumplen un rol fundamental dentro del Estado.

La formación académica en cuestión, es la que deviene de la carrera militar. Cuando la periodista mexicana Carmen Aristegui (de CNN) le preguntó al presidente constitucional de Guatemala, Otto Pérez Molina, sobre el riesgo (ya documentado) de que los kaibiles retirados pasen a engrosar las filas armadas del crimen organizado internacional, éste no pudo negarlo del todo. Adujo que sí era posible que algunos de estos elementos militares fallaran al código ético que provee el Ejército guatemalteco, pero que en todo caso no era la regla. Ha de tratarse de un código ético bastante ambiguo, teniendo en cuenta el numeroso reclutamiento de exmilitares en los cárteles.

Hay quienes dicen que la violencia del país no tiene sentido. No sólo tiene sentido, sino que se puede explicar muy bien. Los asesinatos extrajudiciales son convenientes. El Estado guatemalteco hace tiempo se fijó que el exceso de población (y población pobre, que es lo peor) sumía al país en un continuo subdesarrollo. Así como las moscas producen enfermedades y ayudan a mantener el equilibrio poblacional, los ejecutores sirven para tales efectos, pero con la ventaja de que se pueden elegir los blancos sin afectar a terceros. A esto se le ha llamado represión selectiva: a veces no es necesario matar, sino simplemente intimidar, para lograr un propósito cualquiera. Estos actos deleznables resultan un mal menor cuando se trata de llevar al país por las sendas del desarrollo; así lo demuestra el asesinato de líderes comunitarios que se han empecinado en impedir la incursión de los megaproyectos ahí donde se les necesita…

Ironías aparte, ¿no resulta raro que el Estado guatemalteco haya podido controlar una insurrección armada de carácter masivo pero no logre frenar la actividad del crimen organizado? La experiencia reciente dicta que buena parte del crimen organizado se encuentra en las instancias gubernativas.

Continuará.


Camilo Villatoro (1991) siente fascinación por los abismos, en especial aquellos profundos y negros como su misma suerte. No sientan lástima; podrían tener un hijo así.

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