Por Camilo Villatoro
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Racismo es una creencia que sostiene que la humanidad se divide en subgrupos genéticamente determinados, y que esas determinaciones producen diferencias sociales. Según el racista, una «raza» tiene formas de comportamiento específico inscritas en sus genes: los semitas son avaros, los negros holgazanes, los blancos no se bañan, y así (dependiendo del origen del ataque, claro está). Los comportamientos sociales son rasgos genéticos, así que por más que un árabe bregue contra la genética, un buen día terminará inmolándose en un acto terrorista. Así de absurdas son las creencias racistas.

Asumir el racismo, es pecar de una ignorancia profunda en materia de genética. No existen poblaciones humanas homogéneas en cuanto sus genes. Por tanto, no existe la pureza genética; el mestizaje es inexorable e irreversible. De hecho, el aislamiento genético tiende a ser una desventaja; mientras más variados los genes de un conglomerado humano, mayor su capacidad de adaptación y supervivencia. Las llamadas diferencias «raciales», no son sino variaciones fenotípicas (coloración de la piel, rasgos faciales, etc.). En dos palabras: diferencias superficiales que comparten el mismo genoma humano.

Nadie puede ser racista si asume que la humanidad es una sola, aun si el miedo a lo diferente persiste manifestándose de forma inconsciente. El racismo, como miedo u odio a la diferencia, no tiene razón de existir si no tiene contenido instrumental. Los grandes discursos racistas y xenófobos se han propalado para sustentar acciones económico-políticas, (el genocidio de la América precolombina, los cotos de caza de negros en África, etc.), y luego esos discursos se vuelven una forma continua de dominación, según el contexto.

En Guatemala, 500 años después de la conquista, el racismo sobrevive en una sociedad aún identificada con su pasado colonial. Buena parte de la población anhela ser blanca, pero teñirse el pelo de rubio suele resultar frustrante. La mayoría mestiza de la población es psicológicamente incapaz de aceptar su herencia de sangre precolombina, aunque las evidencias fenotípicas hablen por sí mismas. Bien visto, resulta un comportamiento normal, cuando se ha asociado a través de la historia a la población indígena con la población trabajadora del campo: nadie quiere ser pobre, ni trabajar bajo el sol. Eso podrá ser acorde a las capas medias y altas urbanas, pero en el oriente del país, hay gente pobre, «ladina», que trabaja bajo el sol pero orgullosa de no ser «india».

La respuesta a este racismo estructural sistemático a menudo no es más brillante. Podría decirse que en la mayoría de casos se da una simple refracción del racismo. Aun siendo justificada, no contribuye gran qué en la desestructuración del racismo. En Guatemala esa respuesta suele quedarse en la reivindicación étnica, a veces inventando un pasado idílico precolombino donde todos cosían y cantaban.

Tal pasado era espectacular pero no idílico. Los españoles encontraron en América sociedades clasistas muy desarrolladas que sometían a otros pueblos a una suerte de vasallaje; si no, a pueblos enemigos (irreconciliables). Esto facilitó una estrategia de alianzas que a la larga pondría en ventaja a los invasores. Aunque pudiera parecerlo, fue un triunfo menos militar que político, y ni hablar de alguna ventaja genética que decidiera los acontecimientos. También se puede aducir que las ventajas tecnológicas son lo más decisivo en la guerra, pero los vietnamitas demostraron lo contrario en pleno siglo XX. Otra vez, más que motivos genéticos, motivaciones de clase.

La reivindicación étnica puede degenerar también en racismo, y peor, en nacionalismos a la facha, (el sionismo, por ejemplo). Si no se comprende que el racismo es una forma más de discriminación clasista, se puede llegar a pensar que las diferencias «raciales» eran reales, que sí existían los superiores y los inferiores, que las distinciones genéticas acompañaban rasgos sociales específicos… En fin, todos aquellos criterios intolerantes que siempre indignan a la gente progresista.


Camilo Villatoro (1991) siente fascinación por los abismos, en especial aquellos profundos y negros como su misma suerte. No sientan lástima; podrían tener un hijo así.

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