El espíritu objetivo

George Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), es uno de los grandes críticos del individualismo filosófico y político. Hegel comprendió en su juventud la inconsistencia de las concepciones clásicas del sujeto: las filosofías subjetivistas e idealistas de su tiempo convertían al sujeto individual en una realidad última e inconmovible, de la cual no se podía en modo alguno dudar. Hegel, dotado de una fina sensibilidad para las relaciones humanas y sociales, subraya que el individuo, lejos de ser un absoluto, es un producto social. Todo conocimiento, lejos de ser algo constituido ante un sujeto intemporal, es un producto histórico, un momento de la marcha de la razón hacia el saber absoluto. En realidad, para Hegel, como sabemos, naturaleza e historia son estadios del desenvolvimiento de la Idea hacia su reencuentro final consigo misma en ese estadio último del saber. Particularmente importante en ese camino es el «Espíritu objetivo», esto
es, el conjunto de costumbres, creencias, deberes, lenguaje de un pueblo, que trasciende a
los individuos y los hace participar de la razón universal en la cual se hallan inmersos. En
esta perspectiva, las tesis de Hegel se acercan a un colectivismo en el cual el individuo no
es más que una resultante de lo que el «espíritu del pueblo» hace con él. La consecuencia es el conformismo. (*)

* González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.

La historia universal es la exposición del proceso del Espíritu, en sus formas supremas; la exposición de la serie de fases a través de las cuales el Espíritu alcanza su verdad, la conciencia de sí mismo. Las formas de estas fases son los espíritus de los pueblos históricos, las determinaciones de su vida moral, de su constitución, de su arte, de su religión y de su ciencia. Realizar estas fases es la infinita aspiración del Espíritu universal, su irresistible impulso, pues esta articulación, así como su realización, es un concepto. (…). Los principios de los espíritus de los pueblos, en una serie necesaria de fases, son los momentos del Espíritu universal único, que, mediante ellos, se eleva en la historia (y así se constituye a una totalidad que se comprende a sí misma. (…).

El valor de los individuos descansa, pues, en que sean conforme al espíritu del pueblo, en que sean representantes de este espíritu, pertenezcan a una clase en los negocios del conjunto. (…). La moralidad del individuo consiste, además, en cumplir los deberes de su clase. Y esto es cosa fácil de saber; los deberes están determinados por la clase. Lo sustancial de semejante relación lo racional, es conocido; está expreso en aquello que se llama precisamente el deber. Es inútil investigar lo que sea el deber (…). Todo individuo tiene su clase y sabe lo que es una conducta justa y honrada. (…). Los individuos tienen su función asignada y, por tanto, su deber señalado, y su moralidad consiste en portarse conforme a este deber.

(…). Los sujetos activos tienen fines finitos e intereses particulares en su actividad; pero son también seres cognoscentes y pensantes. El contenido de sus fines está, pues, entrelazado con determinaciones universales del derecho, del bien, del deber, etc. Los simples apetitos, la barbarie y la rudeza de la voluntad caen fuera del teatro y de la esfera de la historia universal. Esas determinaciones universales, que son a la vez directivas para los fines y las acciones, tienen un contenido determinado. Todo individuo es hijo de su pueblo, en un estadio determinado del desarrollo de este pueblo. Nadie puede saltar por encima del espíritu de su pueblo, como no puede saltar por encima de la tierra. La tierra es el centro de gravedad. Cuando nos representamos a un cuerpo abandonando este centro de gravedad, nos lo imaginamos flotando en el aire. Igual sucede con los individuos. Pero el individuo es conforme a su sustancia por sí mismo. Ha de traer en sí a la conciencia y ha de expresar la voluntad de este pueblo. El individuo no inventa su contenido, sino que se limita a realizar en sí el contenido sustancial.

(Tomado de sus Lecciones sobre filosofía de la historia, 1837)

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