Luego de una larga enfermedad, hoy falleció la destacada artista plástica Isabel Timeus (1942-2021).
Considerada una de las mejores paisajistas, Timeus realizó estudios de arte con el maestro Miguel Ángel Ríos y en Madrid, España con el maestro José Bardazano. Hizo tres exposiciones individuales en los años 1962, 1964 y 1969. Participó en varias muestras colectivas en Guatemala, El Salvador, Alemania y Estados Unidos.
La Galería El Attico, Galería El Túnel y círculos de arte como El Azar Cultural se expresaron en las redes sociales por el deceso de la artista. Sobre la artista, Galería el Túnel indicó:
“¿Quién fue Isabel Timeus? Una mujer fabulosa, dueña de una maestría con los pinceles, las formas, los colores. Lo que la sitúa en lo más alto de nuestra corriente plástica enfocada en plasmar en lienzo esa naturaleza que nos avasalla. Si de volcanes, montañas y cielos se trataba, las pinturas de Isabel son casi insuperables. Sus árboles ejecutados con pocos trazos nos remiten a una maestra de maestros. Ver una obra suya es estar allí, en el campo, tal era su arte. Y a ese quehacer se suma su humor, chispeante, ocurrente, inigualable. Fue un regalo conocerla, admirarla y oírla. Hará muchísima falta. Ahora nos ve desde esas nubes y ríe. Que en paz descanse”.
El artista Guillermo Monsanto, compartió este texto escrito por el maestro Marco Augusto Quiroa, quien dedicó estas palabras a la artista, en 1999.
“El mundo de Isabel”
Si se levanta tarde y se acuesta temprano, o viceversa, eso no cambia en nada el mundo. Ahí sigue el volcán buscando a la perfección del triángulo, viejo rey coronado de nubes y aguaceros.
Allí están las colinas cambiando de color en tiempo de la siembra o la cosecha, y los viejos cipreses con sus copas verdosas llenas de sol y cielo, envueltos en la chamarra agrietada de su propia corteza.
- Lea: Editorial Saqarik promueve editores nacionales y estas tres obras son imperdibles
- Además: Carta de Madre Teresa de Calcuta
No importa si usted penetra camino del trabajo o del descanso las oquedades del mismo paisaje. Seguirá allí por los siglos de los siglos, reconstruyéndose todos los días, reciclando sus hojas y sus flores, prendiendo sus raíces en los terrenos húmedos, justificando la belleza de la naturaleza.
Allí estará el paisaje esperándolo con el agua abuela de Atitlán o los quiebracajetes noviembreros o las paredes antigüeñas heridas por el puñal florido de las buganvilias.
El paisaje que ve siempre y nunca mira.
Hasta que viene Isabel Timeus y a espatulazos nos quita las telarañas de los ojos y nos limpia la mirada, nublada por el encierro citadino, la asfixia de la corbata, la orden robotizada del semáforo.
El ciprés es ahora una verde llama coruscante y el lago de Atitlán es agua renacida, ojo de la mirada profunda, fuente de tres y múltiples deseos. Escondemos la cámara fotográfica avergonzada de sus colores planos, su presencia moribunda, su textura de hoja seca. En las pinturas de Isabel está la vida, una nueva vida que camina de la mano del sol recortando sombras en la cal de los muros. Está el milagro cotidiano abriendo una ventana que no se cierra nunca y el descubrimiento de ángulos inéditos.
Entramos y salimos del mundo isabelino, recorremos su geografía de flor y nube, su territorio de fruta y pájaro, con ojo alegre y corazón tranquilo. Disfrutamos ese regalo que sale de sus manos, su talento, su sensibilidad. Después, con el espíritu en paz, decimos en voz baja, saboreando las letras: ¡gracias, Isabel!