Si estás sano, puedes disfrutar de la vida. Las personas sanas sienten poco interés en cuestionar críticamente su condición. La preocupación y la reflexión sólo comienza, cuando se perturba la armonía entre el alma y el mundo interior. Sigmund Freud lo expresó de esta manera: no puedes escribir y ser productivo si lo estás haciendo demasiado bien, pero tampoco debes hacerlo demasiado mal. Necesitas una «posición intermedia». Una «carga de dolor» En tiempos antiguos, se le llamaba melancolía. Era la fórmula que usaba el productor de literatura y de ningún modo -como lo es hoy- era la descripción de un estado patológico o enfermedad. A mediados del siglo XVIII, por ejemplo, Johann J. Guoth, un joven estudiante de teología de un monasterio, pudo escribir un poema que comienza con un llamado:
¡Ven, reina de los sublimes pensamientos sabios,
hermana de la fervorosa imaginación!
¡Tú, guardián de los enfermos filosóficos,
ven, santa melancolía!
¿Qué significa salud en un contexto coloquial, sufrido y contado por las personas? Es una cuestión de la que los médicos actuales no son garantes, ya que, durante sus estudios, aprenden sobre las enfermedades: cómo se desarrollan, cómo se manifiestan y deben tratarse. Los médicos han aprendido muy poco sobre la salud. El dicho popular dice “cada loco con su tema”: los médicos a curar. Una labor con muchas contradicciones.
Para empezar, no se puede decir quién o qué es un ser humano totalmente sano o enfermo. De los seres humanos o el ser humano, sólo se puede decir siempre lo que debería ser en determinadas condiciones y situaciones. O, dicho de otra manera: el ser humano es un objeto que contiene un sujeto. La subjetividad es la que impide afirmaciones objetivas que vuelve las subjetivas o las hace al menos, tan relativas, que no puede preverse un final más allá de días. No se puede decir: hoy sano, mañana enfermo, usted lo decide; pero su cuerpo y su alma, sin que usted se dé cuenta, marcan la pauta de respuesta, a un ambiente y una cultura.
También, muy rara vez, los médicos, cuando tenemos enfrente un paciente, con meses o años de estar enfermos, nos preguntamos: “Pero ¿cómo se puede medir los esfuerzos que hizo esta persona para sobreponerse a su enfermedad?” Pregunta que NUNCA, por ejemplo, nos hacemos con los pacientes desnutridos. Resulta entonces evidente que, para estimar esfuerzos por atender la salud o la enfermedad, no existe patrón de medida que se aplique constantemente; y las cosas son distintas, si se establece una comparación con todas las personas, basados en patrón único (lo objetivo). Por ejemplo, al inicio del año escolar, mediciones antropométricas y de anemia para todos los niños ¿Para qué? para darle tratamiento a esos niños, que con esfuerzo han sobrevivido a aún estado considerado enfermo y sacrificado patrones de su desarrollo; para disminuir que se siga produciendo mayor daño, pero eso no termina con el daño (acá lo subjetivo de las intervenciones). Todos esos niños desnutridos, son seres humanos, que, la Constitución de la República les otorga un derecho a una buena alimentación desde que nacen, que no se les está cumpliendo a una buena mayoría, generando dentro de la sociedad, una indiferencia y aceptación de la situación, sin interesarle consecuencias futuras de ese estado. No digo que no se pueda reflexionar, preparar y encauzar una investigación e implementar medidas contra ello, sacar una enseñanza de lo que no se hace y se hace y llegar a la conclusión, que el problema nutricional, no solo es problema del sistema de salud; sencillamente digo que, en muchos enfermos, así como en muchos desnutridos, no pasa de largo su malestar para ellos, pero ante otras demandas que les plantea sobre todo la sobrevivencia, como factor principal de su vida, no concientizan su estado nutricional de prioritario, mucho menos de enfermedad. En el caso del niño el resultado es peor: no tiene ni voz ni voto.
Lo que más me asombró en mi vida profesional, es que, a pesar del parecido anatómico, fisiológico o patológico, como describen los tratados de medicina al ser humano (lo objetivo), las diferentes personas son tremendamente diferentes, en la apreciación de lo que son o están dejando de ser (lo subjetivo). De tal manera que: la interpretación real que hacen de salud y enfermedad, llena otro concepto en ellos, que lo establecido en los libros. Y eso no es exclusivo de la salud, se maneja de igual manera en otros aspectos de la vida, como el considerarse lindo o feo, ladino o indígena, valientes o cobardes, hombres y mujeres, cumplir o no cumplir. La pura verdad es que carecemos aun de la confianza de que los métodos científicos, sean suficientes, para describir con exactitud y corrección, las diferencias entre los seres humanos en cuanto a su subjetividad, para darle valor a la prevención y atención a la enfermedad y la salud y todos sus matices para cambiarlas.
Por consiguiente, si una política de salud quiere fundamentarse en una antropología médica; si desea representar de una manera humana, el aspecto médico del ser humano, en busca de la salud, también debe incluir dentro de la formación del personal de salud, los aspectos legales, políticos y éticos, antropológicos del hombre y, al menos en forma preparatoria, aclararlos lo mejor posible, pues en estos aspectos, es en donde se encuba los causantes de la enfermedad y del enfermo y el verdadero trabajo clínico y salubrista.
Pero en todo esto, hay algo que une a médicos, enfermos, personas y funcionarios, y es un deseo que la mayoría de los seres humanos seamos sanos, la mayor parte de nuestra vida y que sólo nos enfermemos de vez en cuando. Por desgracia, es una idea que jamás se ha llevado a la práctica, política ni socialmente y para muchos suena a desacertada. Resulta inútil, cuando la mayor parte de la vida social y política para una inmensa mayoría, se desarrolla de un modo impecable e implacable, en lo que respecta al aspecto moral y jurídico en su contra. Si ejemplificamos la desnutrición con ello y lo analizamos, encontramos que, sólo de vez en cuando, hay justicia en el cumplimiento del derecho constitucional a la alimentación y luego, en la mayoría de los casos, no percibimos, analizamos y sancionamos las situaciones, ni sancionamos el incumplimiento a que se tiene sometida a la mayoría de la población, en aspectos sociales y económicos respecto a acceso y consumo de alimentos.
No hay para donde, la solución del problema nutricional, tiene que ver con distribuciones más justas de bienes (laboral, financiero, educativos) y servicios. Por eso los programas alimentarios, jamás podrán terminar con el problema alimentario poblacional. La insulina medicamentosa, tampoco con el problema de incidencia y prevalencia de diabéticos. En el caso de la desnutrición, como en el de diabetes; la cantidad de injusticias políticas y sociales que se cometen de continuo, es de verdad terrible y en su mayor parte permanecen sin corregir y sin castigar; esta cantidad también se acrecienta sin cesar.
Lo triste en todo esto es que una injusticia sin reparar, con el tiempo deja de tener apreciación de injusta; se podría decir que las personas se acostumbran a sufrirla y tolerarla. Adopta un patrón cultural y cuando esta se reproduce por siglos se adapta como natural. Eso altera el equilibrio de la conservación de la salud y la atención a la enfermedad, dándole peso a la atención y restándole a la prevención. La prescripción clínica no es un proceso natural, sino una conducta práctica, para tratar de normalizar algo que se descompuso en su norma natural, pero no afecta la norma social y política que da lugar a la enfermedad; pues si la causa de la alteración de la normalización vuelve actuar, la persona vuelve a padecer y buscar la prevención, con altos costos de todo tipo.
Los grandes clínicos y médicos de todo el mundo a través de las edades, constantemente se han hecho la pregunta: ¿Qué cuerpo tiene una conformación impecable? ¿Qué constitución es tan inmune a los gérmenes de las numerosas infecciones, cómo sería posible según las pruebas científicas? ¿Qué familia está libre de falencias hereditarias? ¿Qué biografía no habla de alguna enfermedad? ¿Qué vida anímica está libre de estados o rasgos neuróticos o estados y rasgos patológicos, de enfermedades crónicas? ¡Ninguna! Es por ello que resultan útiles los servicios médicos y salubristas. Pero en una sociedad productora constante de injusticias, que propician causales para la enfermedad, el grupo de enfermos será mayor siempre que el de sanos y por consiguiente la oferta superará la demanda y los costos para volver a la salud, no para tener salud, se irán a las nubes. Eso está sucediendo: el mayor peso a la falta de salud, es eminentemente político y social y tiene un trasfondo social político como causa.
Por tanto, podemos decir que, en nuestro caso, dadas las circunstancias sociales y políticas en que vivimos, la mayor parte de nuestra vida es enferma o enfermiza. Precisamente nuestra falta de sensibilidad a la salud, es la que no nos permite ver que una barriga obesa, un diente enfermo, un estado de aburrimiento o de insatisfacción, una falta de alimentación adecuada, un niño triste, siempre estando como cosa natural. ¿Podemos decir que, en la mayoría de las personas, el instinto por lo sano ha perdido su dirección? ¡Creo que sí!