Nuestra vida social

Al final de nuestros años preparatorios de ejercicio profesional, habíamos aprendido que paciencia, un trabajo incansable y una perseverancia inquebrantable, era la forma de asegurar éxito en lo que aún nos faltaba. Después de esos años de entender a la gente y entendernos nosotros y dentro de nosotros, aún quedaba por andar, aún nos faltaba adquirir práctica en la observación directa y la experimentación planificada con los pacientes.

Si bien, generalmente se considera que el estudio de la medicina, aleja la mente del gran asunto de la relación con los apetitos de las pasiones y el espíritu ¡nada más falso! En aquellos años de formación en ciencias médicas, la camaradería diaria al lado del cadáver, en el laboratorio, en las largas jornadas comunitarias y hospitalarias, estableció una fuerte relación entre nosotros que iba más allá del aprendizaje. Sin excepción, esta traspasaba el recinto académico y se trasladaba a campos deportivos, bares y fiestas, centros culturales, demostrando en ello tan abnegada devoción, como teníamos en el estudio.

 

¿Y la vida social propiamente médica qué?

A nuestra llegada a la facultad de medicina, tenía ya cinco décadas de existir la Juventud Médica. El espíritu de esta asociación, eminentemente social y cultural, servía para llenar en esos campos los corazones de la muchachada matasana. La sede de la asociación, su residencia, quedaba a pasos del paraninfo universitario y era un lugar de esparcimiento para el cuerpo y el alma (salón de juegos, de halterofilia, biblioteca, sala de estar para fumar y oír música, charlar y de vez en cuando, aunque a veces más que de vez, echarse las cervezas) Era reducto en busca de paz o diversión, accesible a todo estudiante de medicina; era un lugar de mucha actividad social estudiantil. Por otro lado, muchos de la promoción, configuramos equipos deportivos de incluso alta competencia nacional. Volibol, béisbol, judo, futbol, atletismo y natación. El deporte nacional, tenía representantes de la promoción.

Y qué decir de esas largas horas de estudio nocturno, en los recintos del paraninfo universitario o el hospital, muchas veces interrumpidas por fuga hacia un lugar de esparcimiento por causas de causas, en algún punto de la ciudad y hasta los puertos.

Bien podríamos decir de nosotros: desconocidos llegamos, éramos una multitud de viajeros por el mundo de la medicina; hermanos nos fuimos, servidores del amigo y del prójimo.

La política nacional y la política universitaria

No puede faltar en la vida estudiantil este tema. Pertenecíamos a la asociación de estudiantes de medicina AEM, que llevaba el nombre de un compañero estudiante, caído y mártir en la lucha estudiantil universitaria “Julio Juárez”. En nuestra asociación se hacía política universitaria especialmente, pero no faltaba la nacional. No olvido que en 1969 y coincidiendo con el 1er congreso centroamericano de estudiantes de medicina, a más de discutir los nuevos pensum de estudios, realizamos un manifiesto conjunto de las asociaciones, en contra de la llamada guerra del futbol entre el Salvador-Honduras. Y que fijamos nuestra posición académica y científica, sobre las trasformaciones de pensum que se estaban dando en Centroamérica en sus facultades de medicina. Por otro lado, era en la AEM, el lugar en donde se abogaba y luchaba por todo lo que afectaba la vida estudiantil, ante las autoridades de la facultad y universitarias; temas difíciles de tratar, por los momentos nacionales que se vivían y la polarización que afectaba el mundo universitario también.

 

Las almas donde siempre brilla el sol

Es increíble cuánta sabiduría, bondad y dedicación se guarda debajo de esas vestimentas blancas, o rosadas, siempre pulcras. Sería injusto no decir y hablar de las enfermeras y enfermeros como maestros y compañeros de nuestro bogar estudiantil. Mentiríamos si no reconociéramos, que mucho del aprendizaje técnico que tuvimos en hospitales y unidades de salud provenía de las sabias enseñanzas de este personal: cómo tomar y usar instrumentos médico quirúrgicos, lavado de manos más efectivo, colocación de esto u aquello, dosis, tiempos de hacer algo de manera mejor, reportes sobre algo que le pasa a un paciente y su opinión tan acertada sobre lo que hacíamos o estábamos dejando de hacer.

Guardianas de pacientes en salones lúgubres y atentas a tan sufrientes huéspedes como los pacientes, eran a la vez heroínas de largas jornadas de trabajo y aguantadoras de los berrinches de pacientes, familiares, médicos y estudiantes. Realmente eran las guardianas de las funciones médicas y mediadoras entre el regateo de la vida y la muerte de nuestros pacientes. Tenían tantos enfermos en sus manos más de los que podían atender, a lo que se sumaba el personal médico y en raras ocasiones se les oía protestar. Siempre nuestras meditaciones sobre un paciente, tropezaban con algún pensamiento de ellas o sobre una apreciación de lo que estábamos haciendo o un consejo. En muchas de ellas, sorprendía lo bien que conocían el laberinto de callejuelas y callejones de la enfermedad de los enfermos a su cargo y con sus opiniones y ejemplos, enriquecían nuestra conducta y saber. Fueron verdaderas compañeras de nuestro aprendizaje y trabajo. Las relaciones entre ellas y nosotros, siempre estuvieron salpicadas de mutuo respeto y admiración, además de compartir de toda responsabilidad. Creo que de ellas no se puede decir de epitafio un ser humano y nada más.  Son la calma solitaria de toda sanación. Bien vale decir de ellas:

Cuando por fin se encuentran dos almas,

Que durante tanto tiempo se han buscado una a otra entre el gentío,

Cuando advierten que son parejas,

Que se comprenden y corresponden,

En una palabra, que son semejantes,

surge entonces para siempre una unión vehemente y pura como ellas mismas,

una unión que comienza en la tierra y perdura en el cielo.

 

Los ángeles del hospital general

Nunca supimos de dónde salían y venían, pero siempre estaban al momento que se les necesitaba. Mitad monjas, mitad enfermeras, aquellas hermanas de la caridad se consagraban enteramente al servicio hospitalario, manteniendo un misterioso silencio ante el personal médico y paramédico, que, frente a los enfermos, se transformaba en una palabra de aliento, esperanza y cuando en las emergencias o en las salas brotaba de la muchachada un chiste, o una anécdota, por picardía que esta fuera, salía de sus labios ingenua sonrisa, que les brotaba del alma. Pero cuando aparecía la madre Superiora, entonces el silencio se hacía profundo ante la de los ojos de lechuza, que todo lo cuidaba y todo lo observaba.

Cuántas veces en un turno, fuera de día, fuera de noche, uno se topaba en las salas de enfermos con aquellas monjitas, preguntando y atendiendo al enfermo o enferma, tratando de hacer andar el cuerpo, el espíritu, la comodidad de aquellos miserables, irritados por su sufrimiento, dándoles un poco de paz y valor cuando más lo necesitaban. Aun a nosotros, muchas veces somnolientos e irascibles, nos sabían calmar. Pero también echaban punta a nuestro lado: que necesito gaza, solución salina, una sonda, una mano para movilizar un paciente, y ahí aparecía lo pedido, envuelto en una sonrisa o un reproche o un simple ¡cálmese! Y al igual que en el mundo mundano, había entre ellas de todos los caracteres: algunas agrias otras dulces, eso sí, todas solícitas a su manera. Para ellas no había ronda nocturna o diurna fija, aparecían en cualquier momento y de improviso y todo su equipaje era su hábito su rosario y su exótico tapado de cabeza.

Cuántas veces los enfermos, asustados ante el gentío que rodeaba su cama en la visita médica matutina, se calmaban al observar a la hermana. O era a ellas a las que les contaban, lo que nosotros éramos incapaces de sacarles.

Las hermanas proporcionaban a los enfermos, al igual que las enfermeras, asistencia sin límite de tiempo; cuántas veces en medio de gemidos y lamentos, oíamos elevar sus voces, su corazón petitorio al cielo, pidiendo por aquellos desdichados hasta que de improviso disminuyendo los gemidos y las lamentaciones, se hacía el más profundo silencio. Y a diario ya avanzado el atardecer, recitar en la sala a su cargo, las oraciones de la noche y rogar a Dios por una noche tranquila para todos y por la mañana otro tanto. No se me olvida que cuando me despedí de la madre responsable de la emergencia de pediatría, diciéndole que se cuidara, pues se estaba matando por tanta preocupación, solo me respondió: ¡Soy feliz!

Las hermanas hace mucho tiempo, décadas, ya no se ven por los hospitales. Ya no se adentran en la historia de la humanidad doliente del San Juan de Dios.

A manera de conclusión

Nuestro tercero y último período de aprendizaje, incluido el EPS, fue una época de enamoramientos apasionados y muchos matrimonios. Tiempo de La Pantera Rosa, que nunca abría la boca, pero nosotros sí, aun cuando no debíamos. Tiempos de encaprichamiento por una especialidad, un trabajo, una mujer, una casa, un automóvil, a pesar de lo poco ganábamos: Q84.40 de internos y los residentes apenas rascaban los Q200.00. Francamente disponíamos de fuerzas ocultas, de las que ni de chiste conocíamos sus magnitudes.

Ya para entonces, nuestro rostro adquiría su madurez, expresión de seriedad y nos encerrábamos cada vez más en lo que hacíamos, hasta que, finalmente, cada uno o en pequeños grupos, partimos en pos de nuestro destino. Algunos hacia el extranjero, pero todos, hacia un mundo fascinante, producto de un nuevo fuego, que nos reavivó. Y así, han transcurrido 50 años que volaron rápidamente para cada uno. Se dice que, para los médicos, por su dedicación al prójimo, los años vuelan más rápido, deteniéndose solo por lapsos. Ahora a los setenta y tantos años, se nos detiene para decirnos de nuevo ¡Hola! ¡Qué tal! y contarnos y retornarnos al pasado, y aunque muchos parezcamos encantadores melancólicos, nuestro cerebro siempre está atento a un ¡aún hay más!  Aunque arruguemos el ceño ante la patria, no somos aún gatos escaldados huyendo de aguas frías. En una palabra, confesamos que hemos vivido, como decía el poeta.

El tren de la vida avanzó ruidosamente sobre nuestra promoción, pero ante nosotros con todo su esplendor, vuelve presente un pasado colorido, que con brillantez nos actualiza recuerdos que iluminan nuestra vida.

 

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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